18 enero, 2006

Alcaudete-Fuente Orbes

Aparcó al lado del viejo edificio de la estación. Bajó del coche sin dejar de mirar el entorno, tan absorto, que se llenó la suela de los zapatos de un fino barro, que a duras penas pudo limpiar con la hierba que crece en los andenes. La manguera de los cubatos(1), el muelle, la Sierra Orbes, todo el conjunto entró por sus pupilas y le llenó de cálidos recuerdos. El día era espléndido, pero la hora no era la más adecuada para emprender un paseo por la Vía Verde del Aceite, a las cinco de la tarde en Octubre, el sol está demasiado bajo, pero sin pensarlo se puso en marcha en dirección a Martos.
Solo hacía dos días que había llegado al pueblo, y ya había resuelto los asuntos que le habían obligado a venir. Después de comer en el Hidalgo y reposar un ratito en la habitación del hostal, tuvo el impulso de bajar a la antigua estación del ferrocarril. Los dos días en Alcaudete le habían permitido pasear por sus calles y rememorar recuerdos de la infancia, rincones y callejas, sus fuentes, su parque. Hacía cincuenta años que no había venido y eso es mucho tiempo. Cuando sus padres emigraron tenía doce años, luego, cuando se instalaron en Leganés, se llevaron a los abuelos y ya que no tenían ningún familiar cercano, dejaron de venir. La universidad, su boda con una compañera de estudios oriunda de Aragón, los hijos… Hacía eso, cincuenta años que no venía.
Caminaba con parsimonia, reparando en el paisaje e intentando recordar imágenes de tiempo atrás. Los olivos al lado de la Vía se podían tocar al paso, cuando no circulaba por zona de trinchera.

Los puentes con sus rótulos relativos a ingenieros franceses de muchos años atrás, la finca del Chaparral, la caseta de ferroviarios de “la Cunera”, la Muela, la Dehesilla, en donde su abuelo tenía el olivarillo, la Zahúrda.
- ¡Que recuerdos! –.
Venía con su abuelo Nemesio siendo un crío, unas veces andando y otras en la camioneta-autobús de Bartolo, que hacía el transporte de viajeros entre la estación y el pueblo. Alguna que otra vez estuvo en la cantina de la estación, bueno en las dos, en la del andén, de Bernarda y José “el Cojo”, donde algunos cortijeros se atizaban buenos perucos de vino manchego y en la de enfrente, al otro lado de la vía, servida por Ramón Carrillo.
-Cruza rápido, nene, que viene la Cochinica(2).- decía Nemesio, y él saltaba por entre las traviesas y los gruesos guijarros, como una cabrilla, para desesperación del anciano que no perdía de ojo al revoltoso nieto.

Casi siempre apañaba un puñado de garbanzos tostados, que era la tapa habitual, cuando el abuelo se convidaba con algún amigo ferroviario.
En el olivarillo jugaba entre los olivos mientras el abuelo se afanaba en cortar varetas y otros menesteres, el buen hombre tenía un ojo en lo que hacía y otro en el crío, como presintiendo el peligro del tren. La vía pasaba por la linde del olivar, … y alguna vez que otra “le vio las orejas al lobo”, como en una ocasión, que no lo arrolló el tren de puro milagro.
Entre recuerdos y paradas para contemplar el paisaje, llegó al tercer puente, bajó un trecho hacia el puente romano, y al pie de un chaparro, se sentó en el suelo y fijó su mirada en el entorno, estaba a gusto y sin saber cómo se quedó plácidamente dormido.
Cuando despertó estaba entumecido, el sol había desaparecido y en la penumbra, le costó trabajo subir a la Vía. El sueño fue corto pero la pesadilla que le acompañó le había dejado tan mal sabor de boca, que incluso se sintió un poco mareado. Sería por haber rememorado sus travesuras de pequeño y el percance en el que, de pelitos, no resultó atropellado por el tren. Sintió frío y aceleró el paso para entrar en calor. Desde allí a la estación había una hora de camino y menos mal que la luna estaba en creciente, porque la noche se estaba echando encima.
El sonido de los chinorros del camino y el canto de un mochuelo era lo único que le acompañó durante un buen trecho, eso y los tenebrosos recuerdos de su pesadilla, en la que lo atropellaba el tren, en aquella ocasión de su infancia que el abuelo impidió de milagro. Había sido tan real que no podía quitárselo de la cabeza.
De pronto se paró en medio del camino, le había parecido oír el tren,
-También son ganas de …, pues anda que no hace años que no hay vías.-
Continuó la marcha y de nuevo sintió el ruido de la máquina. Se le acorcharon las manos y un frío gélido empezó a lamerle el rostro. Dio unos pasos más y… Allí estaba, esperándole, en plena curva, la máquina humeante con su luz encendida, soltando chorros de vapor y presta a emprender la marcha.
No podía dar crédito a lo que estaba viendo, era imposible y sin embargo no había duda, la maquina emprendía la marcha y a todo lo que podía se encaminaba hacia donde él se encontraba. Sus pies no le respondían y en su mente se decía que era una alucinación, que todo debía ser fruto de su maldita pesadilla, pero un terror inmenso le dejó petrificado cuando la máquina lo traspasó de adelante hacia atrás, llegando a ver el interior del convoy, con los pasajeros que en los vagones ocupaban sus asientos, y que le miraban con expresión burlona.
Cuando el tren pasó, en sus ojos despavoridos sólo brillaba el tenue resplandor de la luna, silencio de nuevo, sonó la llamada del mochuelo y cayó de bruces en el camino.

El facultativo de Alcalá la Real, dio el siguiente informe de autopsia:
Don Teodoro Toledano Bermúdez, natural de Alcaudete, Jaén. Residente en Madrid, Paseo de los Olmos 14 , Ingeniero Industrial y jubilado, falleció el 23 de Octubre, entre las dieciocho y las veintiuna horas en el término de Alcaudete, a dos kilómetros del edificio de la antigua estación del ferrocarril Alcaudete-Fuente Orbes, en la conocida como Vía Verde del Aceite, donde fue localizado por el vecino de la localidad Eduardo Ortega Lendínez, apodado “el Manquito” a eso de las nueve de la mañana del día siguiente a su defunción.
La defunción se ha debido a parada cardio-respiratoria, sin que se aprecien otros motivos para su muerte, pero se da la extraña coincidencia de que en su rostro había una expresión de pavor y asombro, no habitual en fallecidos por esta causa.

Alcalá la Real 2 de Noviembre de corriente año en curso. Firmado al pié: el forense (ilegible)

(1) Los cubatos son los depósitos del agua que había en las estaciones de ferrocarril para las máquina a vapor.
(2) La Cochinita era un automotor, especie de TALGO de uno o dos vagones, que circulaba en aquel tiempo.

07 enero, 2006

DIÁLOGOS EN EL ÚTERO(La parábola de los gemelos)


Dedicado a la memoria de mi amigo y compañero Nono.

Dos gemelos comparten un útero. Los dos duermen plácidamente. El sonido sincopado que llega a sus oídos los mantiene relajados y tranquilos.
Número Uno abre los ojos. La tenue y mortecina luz que llega del exterior le permite contemplar el rostro de Número Dos. En uno de sus vuelcos en el líquido amniótico ha quedado con una de sus mejillas pegada al hombro de Número Uno.
Hace ya un montón de tiempo que fueron concebidos, para ellos una eternidad. Se han criado juntos y se han visto crecer. Han compartido la existencia en el Útero. Toda una vida. Número Uno se asombra de lo grande que es Número Dos. A ese paso, pronto no cabrán en el útero y tendrán que salir. El Alumbramiento no puede tardar. En el líquido que le rodea y que también baña a Número Dos, hay demasiadas partículas en suspensión y su sabor dulzón empieza a tornarse cada vez más amargo.
Número Dos está tranquilo. Nada que ver con el desasosiego y temor que mostraba en su anterior discusión con Número Uno.
Dos.- Aquí no cabemos y el alimento que me llega por el cordón umbilical es cada vez menor.
Uno.- Cálmate, ya verás como MADRE proveerá, ella que ha cuidado siempre de nosotros no nos abandonará.
Dos.- Si es que existe MADRE, porque nunca la hemos visto.
Uno.- Tiene que existir, seguro, ¿Cómo si no se explicaría nuestra existencia?. Existe y nos quiere. Seguro que es su propio alimento el que comparte con nosotros.
Dos.- O no, quien te dice a ti que nuestra existencia no es fruto de una circunstancia natural y que es la propia naturaleza la que nos ha mantenido vivos. Tu siempre me dices que al final de nuestra vida en el Útero, cuando llegue el Alumbramiento, abriremos los ojos a una nueva vida y tengo que decirte que lo veo bastante improbable. Nuestra vida actual es imposible fuera del líquido que nos rodea, si el líquido desaparece, desapareceremos con él.
Uno.- No, yo creo en MADRE, estoy convencido de su existencia y no se como, pero seguro que después del Alumbramiento abriremos los ojos a una nueva vida desconocida para nosotros. No recordaremos nada de nuestra vida anterior en el Útero y podremos sentirnos dichosos de la contemplación del rostro de la MADRE.
Dos.- ¡Que imaginación tienes!, seguro que antes de nosotros ha habido otros en este útero y que yo sepa no ha venido nadie del exterior a decirnos lo que hay fuera, ni a hablarnos de la existencia de la MADRE. Cuando llegue el Alumbramiento se acabó lo que se daba.
Número Uno recuerda la larga vida compartida con Número Dos en el Útero. Desde muy pequeñitos, cuando repararon el uno en el otro, compartieron juegos y confidencias, vivieron felices y despreocupados, nada les faltaba y todo era sosiego y tranquilidad. Bueno, a veces el ruido sincopado se volvía alterado y arrítmico, los ruidos del exterior se tornaban extraños y amenazadores, el alimento que llegaba por el cordón se hacía más escaso y eso les hacía sentir un pellizco de preocupación y temor, pero al cabo pasaba todo y tornaba la normalidad.
Número Uno piensa que ha tenido una buena vida que ha compartido con Número Dos y no teme al Alumbramiento, su fe en una nueva vida después del Útero le hace mantener la esperanza y minimiza la angustia vital por el sentido de su existencia. ¿Qué razón iba a tener la vida en el Útero? ¿Todo se va a acabar en el Alumbramiento? -Sería absurdo-.
Toda una existencia en el Útero para nada, para desaparecer sin más.- No puede ser -. Número Dos siempre ha dicho que nos hemos imaginado la existencia de MADRE, como única explicación lógica de nuestra existencia en el Útero. – No puede ser verdad -.
Últimamente son más frecuentes las discusiones entre los gemelos, y es que se acerca el día del Alumbramiento. La vida en el Útero acaba. Primero tendrá que abandonarlo uno y luego el otro.
Así, entre dudas y preguntas, sumidos en profunda angustia, transcurren los últimos días de los dos gemelos en el seno materno.
Por fin llegará el momento del Alumbramiento. Cuando los gemelos dejen su mundo, abrirán los ojos y lanzarán un grito. Lo que pueden llegar a ver y sentir superará sus más atrevidos sueños.

Tomado de Labensängste (Miedo existencial)-Lebensträume (Sueño de la vida). Krankenbrief (Carta de un enfermo) 1999/1, 3.

Cuentos de colores.- Blanco, Azul y Rojo


BLANCO
Las paredes eran blancas, completamente blancas, la luz del sol entraba por el amplio ventanal dejando un cegador resplandor en la estancia, y en el centro, ella, con su vestido de encaje y seda sobre su frágil cuerpo, sentada en el taburete, descalza y ondeando su cabello, claro y rubio, a la brisa que llegaba del exterior. Sus ojos permanecían fijos en el horizonte, un horizonte sin línea, una línea sin paisaje, un paisaje de resplandores níveos, un resplandor sin contornos. Sus pupilas albinas solo le permitían percibir una claridad excesiva y sin embargo no le molestaba, sus ojos permanecían extremadamente abiertos, llenándose de luz, esa luz que abriga y da calor. En la estancia solo había eso, luz, mucha luz y una hermosa niña, de ojos muy claros que solo ven eso, claridad, luz blanca, sin matices cromáticos.
-Bien, Clara, vamos a ver esos ojos.
El doctor con su bata blanca, se había situado delante de la niña y ayudado por una minúscula linterna, dejó un haz de luz muy intensa en el interior de sus pupilas, las miró y remiró, sin que Clara parpadease o le molestase lo más mínimo.
-Bien, esto está muy bien.
Cogió a la niña por los brazos y la levantó del taburete. La enfermera la sujetó por detrás y dando solo unos pasos la acostaron delicadamente sobre la camilla, luego, en suave movimiento fue sintiendo como se deslizaban las ruedas por el pavimento, el paso de una estancia a otra, el traqueteo casi imperceptible de las ruedas al pasar de una baldosa a otra y los cambios de resplandor al pasar bajo los fluorescentes, le indicaba la distancia recorrida hacia el quirófano. Luego la quietud, los cuchicheos y el ruido del material quirúrgico.
-Clara ¿quieres contar desde diez para atrás?
Diez…nueve…ocho…siete…seehh.
Después nada, la nada, bueno, la nada luminosa y una sensación pastosa en la lengua, así como un regusto desconocido.
Clara llevaba doce días con el vendaje, desde que despertó, sabía que algo nuevo había ocurrido. La operación podría tener éxito o no, pero la claridad que sentía en sus ojos era distinta, a veces veía una luz de extrañas tonalidades, bajo las vendas, que decrecía comprimiéndose sobre ella misma, para volver a aparecer ante sus ojos cerrados, quedaba estática como una mancha luminosa y su propia aureola la comprimía de nuevo hasta dejarla reducida a un punto, así una y otra vez, diría que siguiendo las pulsaciones de su corazón.
Sintió pasos a su alrededor y unas manos amigas que acariciaron su pelo.
- Clara, vamos a quitar las vendas ¿estás preparada?
- Si, pero tengo miedo.
- No te preocupes, todo irá bien.


AZUL

El mar golpeaba con fuerza sobre las rocas, la luz del mediodía resplandecía sobre la espuma que saltaba de la cresta de las olas, el azul del cielo parecía mucho más intenso en contraste con unas nubes altas, blancas y espesas. El mar tenia un tono azul marino que desde el horizonte nítido y recto, mantenía su color hasta la orilla, donde se perdía en tonalidades verdosas al contraste de las rocas y la espuma.
Clara miraba el mar y sentía como los colores pasaban por sus ojos componiendo un paisaje espléndido de tonalidades azules.
-¡Que maravilla, abuelito!
- y que lo digas,-
respondió el anciano.
Cosme tenía ochenta y cuatro años y una ilusión cumplida- ¡Clara veía por fin! - y esa certeza le emocionaba sobremanera, desde que vino la niña a su casita de la costa, Cosme no se separaba de ella, ¡era tan feliz con solo mirarla! que no existía en el mundo nada más bello que contemplar su rostro, a veces con dificultad, ya que las incómodas lágrimas no le permitían verla con nitidez y es que sentía un nudo, una congoja, que tenía que volver el rostro para recuperar la compostura.
Desde hacía dieciséis años, tenía a Clara clavada en el corazón, los años pasados con la nieta ciega, los intentos porque recuperara la visión, el fracaso, la amargura, la lucha y la desilusión, pero ahora Clara se mostraba magnífica, allí en la mecedora, tan linda, junto al acantilado y a su lado. Dieciséis cuchillos de acero azulado clavados en su corazón y de pronto la paz, el sosiego, - Clara veía – ¡Es maravilloso vivir! y de nuevo la felicidad se desbordaba por los cansados ojos del anciano humedeciendo sus mejillas.
- Abuelo ¿Por qué lloras?
- Porque te quiero Clara.
Clara coge una de las cintas del vestido, la levanta hasta los ojos y dice - mira abuelo es tan azul como el mar -, el abuelo sonríe y de nuevo vuelven a brillar sus cansados ojos.


ROJO

Es noche cerrada, sin luna ni estrellas, algo arde cerca, crepitan unas llamas y chirría una rueda que gira cansina sobre el coche volcado en la cuneta, la portezuela destrozada y medio abierta ha permitido a Sonia salir a gatas del vehículo, instintivamente se aleja del mismo, sintiendo la hierba húmeda bajo sus manos. Un liquido pastoso y caliente chorrea por sus sienes, se arrastra, vomita y sigue alejándose del coche cuneta arriba, el vientre le duele y le pesa, casi le roza en el suelo, solloza calladamente mientras se agarra a las hierbas mojadas por la lluvia que casi ha cesado. Un resplandor rojizo a su espalda le hace acelerar su huida, el coche arde y sus llamas tintan de rojo los arbustos que crecen al borde de la carretera. Oye el sonido de una sirena y casi ve los destellos rojos de las luces de la ambulancia, después se desmaya.
El abuelo Cosme llora en el banco de madera que hay junto a la entrada de quirófanos, son las cuatro de la madrugada y lleva allí sentado dos horas y media, entre las lágrimas fija su mirada en la luz roja de acceso prohibido que hay sobre las puertas batientes, entran y salen los facultativos y Cosme musita, recitando como un autómata, una oración. Se da cuenta que le hablan cuando deja de ver la luz roja. Se levanta con una angustia infinita en el pecho y acepta el bulto que le ofrecen.
-Lo siento don Cosme no hemos podido hacer nada por su hija, ya no estaba viva cuando entró en quirófano, pero aquí tiene Vd. a su nieta, creemos que está bien aunque no se la podrá llevar hasta mañana, que la verá el pediatra, aparentemente está bien pero he notado algo en sus ojitos, bueno, el pediatra dirá, no se preocupe ya verá que todo se arregla, lo siento don Cosme.
Cosme abre los ojos llorando, lleva dieciséis años viviendo la misma pesadilla, pero ahora, es distinto, Clarita ve, ve y eso le hace sonreír cuando despierta, sudando y llorando por la pesadilla roja.

El jarrillo desmochado (cuento infantil)


Hay cosas que los niños saben y que los adultos ignoran, así es que os voy a relatar algo que a duras penas creerán los mayores pero que los niños entenderán perfectamente.
Cuando se sale de la cocina y se cierra la puerta, dentro de la misma ocurren cosas maravillosas y esta es una de esas historias de la cocina, cuando no hay nadie dentro y la puerta está cerrada.


Érase un jarrillo de lata que estaba desmochado, tenía un color blanco, pelín amarillento por el culete y un filo azul por todo su borde, su asa era de lo más airosa, así es que colgaba de un cáncamo al borde del platero, luciendo su marca oscura bordeada de gris, producto de algún porrazo. El desmochado.
A su lado y colgando también, se encontraban otros cinco jarritos, iguales a nuestro protagonista pero que sin embargo no lucían ninguna rayadura o desperfecto. Sobre el poyo de la cocina se retrepaba una cafetera amarilla de lo más pomposa, se adornaba la cabeza con una tapadera de lindos contornos y su gruesa panza se estrechaba hacia el cuello donde lucía su retorcido pitorro.
-Mira que sois golfos- les dijo a los jarritos, -dejad de meceros que os vais a caer, y no me importa que os desmochéis sino que os caigáis encima mío y me hagáis un rayajo.
Los jarritos entre risas, no hicieron caso a la cafetera y siguieron con sus juegos y mecidas. Poco más allá y encima del poyo también estaba el frutero que acurrucaba en su interior dos manzanas un melocotón, tres plátanos y un racimo de uvas.
-Cafetera, no seas cascarrabias - dijo el frutero - déjalos que se diviertan,¿ no ves que son pequeños y tienen ganas de divertirse?.
Los plátanos, que como ya sabéis, son siameses y están unidos por el rabito, dijeron al unísono.-Nosotros también queremos mecernos.
El melocotón que era muy orondo y aún estaba poco maduro comenzó a empujarlos apoyándose en las manzanas, las uvas colaboraron en el empeño y por fin cayeron afuera del frutero sobre el poyo, de tal modo que uno quedó al aire y los otros dos apoyados en la espalda.
-Ja, Ja, Ja ¡Que divertido!- decían mientras se daban unas cuantas mecidas. Al borde del frutero las uvas se reían contemplando las cambaladas que daban los plátanos.
En estas estábamos cuando la olla que había junto al anafre comenzó a ponerle música a las mecidas de los jarritos y los plátanos, haciendo sonar su tapadera.
- chis pum-chis pum-chis pum-
La cafetera bastante irritada comentó:
- No, si no pararéis hasta que entren y nos frieguen con un estropajo-
Por si fuera poco, los platos del platero empezaron a aplaudir, sin mucho ruido pero siguiendo el ritmo que marcaba la olla.
-clas, clas - clas, clas-
Y las tacitas que estaban sobre el platero se animaron a comenzar un zapateado sobre sus platitos.
-clin clin clin- clin clin clin-
De este modo y con la música, hasta las uvas bailaban y los jarritos empezaron a aumentar las mecidas, compitiendo hasta que el desmochado se dio de bruces sobre el poyo.
-¡ay!- ¡ay!- gritaba.
- Ya te lo había dicho que caerías- le regañó la cafetera.
Pero enseguida comenzó a reír y como había caído volcado, empezó a dar vueltas, cuando llegaba al asa giraba en sentido contrario y no paraba de seguir el ritmo.
- chis pum-chis pum-chis pum-…..-clas, clas - clas, clas- …..-clin clin clin- clin clin clin-
Los otros jarritos que pararon asustados al ver caer al desmochado, volvieron a mecerse cada vez más y a seguir la juerga.
A todo esto y en un rincón del poyo, había un cazo que miraba la escena con una carita muy triste.
-¿Qué te pasa cacillo?, baila con nosotros- le dijo el jarrito que estaba volcado y girando.
-No quiero, estoy enfadado.
-Pero hombre no seas tonto y diviértete.
-No que estoy sucio-
y es que unos chorreones de leche quemada caían desde su borde hacia abajo.
Había quedado olvidado a la hora de limpiar la vajilla y por eso se había apartado al rincón del poyo.
-No te preocupes cacillo, ya verás- le dijo el jarrillo y de un brinco se puso de pie.
Comenzó a caminar por el borde del poyo hacia la fregadera y allí encontró al "nanas" que con sus rizos y siguiendo el ritmo de la musiquilla se mecía en el agua jabonosa que quedaba en la fregadera.
-Nanas, capullo, ¿porqué no dejas al cacillo como los chorros del oro?
-Dile que venga para acá y ya verás.
El cacillo que lo oyó se puso en marcha, pasando el gesto de enfadado a divertido, y hasta seguía el ritmito antes de llegar a la fregadera.
-Risss-rasss, Risss-rasss- decía el Nanas mientras acicalaba al cacillo -Risss-rasss, Risss-rasss-,-Risss-rasss, Risss-rasss-.
El cazo se quedó que parecía una porcelana, tan limpio y aseado que se olvidó de su enfado y se sumó al jolgorio general, repiqueteando su rabito sobre las baldosas de la pared mientras volvía a su rincón.
-Tin, tin, tin-Tin, tin, tin.
En esto se abrió la puerta de la cocina y entró la mamá, encendió la luz y todo quedó en silencio.
-Que raro me había parecido oír … ¡Ah claro el jarrillo que se ha caído! …Pero eso si que es raro.
Lo colgó en su cáncamo, apagó la luz y volvió a cerrar la puerta.

06 enero, 2006

No sentía nada


Hacía ya más de tres horas que no sentía nada, no me dolía nada, pero no podía moverme, mis miembros estaban completamente paralizados, pensé que estaba atado a la cama, sólo la penumbra de la luz que se colaba por la ventana me daba conciencia de que me encontraba en el dormitorio del hotel de Nairobi a donde habíamos llegado la noche anterior. No podía parpadear ni mover un dedo pero podía oír, oía la respiración de Marta y el bullicio del principio del día que entraba del exterior.
Hacía casi tres horas, o al menos así me lo parecía que Marta se había despertado y después de incorporarse se quedó mirándome fijamente, aunque no sentí nada me percaté del manoseo y del zarandeo al que Marta me sometió durante varios minutos, sus gritos llamándome y el llanto derivaron en un hipo que entre mocos y lágrimas le hacían decir frases inconexas.
Marta había salido de mi campo de visión pero oí como pedía auxilio por teléfono en el pobre inglés que podía articular, después se acercó de nuevo y vi en su rostro la gravedad del momento. ¿Por qué no me podía mover?¿Por qué no podía hablar? Veía y oía pero ¿por qué no sentía nada? Marta apoyó su oído sobre mi pecho y después de unos segundos se incorporó entre sollozos.
Multitud de negros pensamientos pasaron por mi mente, ¡qué maldita parálisis me había dado! Hice esfuerzos por moverme pero nada, intenté tranquilizarme y pensé en concentrar mi pensamiento sobre un dedo, intenté moverlo, como había aprendido a hacer en las clases de yoga que recibí de adolescente , pero nada, puede que lo moviese pero no sentía nada, ni el roce de las sábanas. Marta había encendido las luces y sobre el techo giraba un ventilador que oscilaba peligrosamente amenazando caerse, intenté de nuevo articular alguna palabra
– Marta… Marta.
Nada, mi boca estaba sellada, lo pensaba pero no podía decirlo. Entró alguien en la habitación y cuando se colocó a los pies de la cama vi que era el recepcionista, me miraba y miraba hacia donde estaba Marta, aunque no entendía bien comprendí que intentaba calmarla, después por mi derecha apareció un camarero que dejó un vaso y una botella de agua en la mesita de noche.
-Pero si está helado- dijo Marta.
No haría más de dos horas que había llegado el médico, se sentó en la cama a mi izquierda, colocó su “fonendo” en los oídos y lo aplicó a mi pecho, lo sé porque lo vi, yo no sentía ni el contacto del “fonendo” ni sus manos. Me incorporó sentándome en la cama y a los pocos segundos me dejó caer de nuevo en el lecho.
No entendía lo que le dijo a Marta, pero su llanto y la gravedad de su rostro me indicaron que la cosa debía ser grave. Un par de enfermeros de tez muy oscura me depositaron sobre una camilla y me taparon el rostro con una sábana que casi se transparentaba dejándome intuir lo que ocurría delante mío. El ascensor, la recepción, la calle y ya dentro de la ambulancia Marta me quitó la sábana del rostro. Estaba llorando.
Intenté razonar, seguro que iba a un hospital, allí me harían pruebas y seguro que me recuperaría, a mi no me dolía nada, sólo que no me podía mover, …no me podía mover, …no me podía mover.
Empezó a asaltarme una idea horrible, pero no, no podía ser, comencé a recordar una película que de muchacho había visto, La Obsesión, creo que se llamaba,¿Quién la hizo? A ver… Roger Corman me parece, si si, Roger Corman y Ray Milland de protagonista, un tío obsesionado con ser enterrado vivo, ambientada en el siglo pasado, que “canguelo” pasé en el cine, ¿como se llamaba la enfermedad?.. catelepsia o catalepsia, si, si, catalepsia, pero bueno los médicos sabrán, estamos en el Siglo XXI, además lo mío no va a ser eso, seguro que me ponen algo que me permite recuperar el movimiento, ¡si pudiese hablar, aunque solo fuera una palabra!
No hará ni cinco minutos que han terminado conmigo, sigo sin moverme, pero seguro que ya saben que hacer conmigo, a Marta ya no la veo y no sé para qué me han metido en esta bolsa de plástico negro, debe ser que me van a hacer otra prueba más, a dónde me llevarán, menos mal que no siento nada, este pasillo no acaba nunca, ¡Dios mío porqué entramos aquí!, ¡aquí no!, ¡aquí no, esto es la Morgue!, ¡aquí se trae a los muertos y yo estoy vivo!, ¡aquí no!, ¡no!, ¡no!, ¡aquí no!, ¡no!, ¡no cerréis la cremallera de la bolsa!, ¡no!. ¡No me dejéis aquí, esto es la morgue!, ¡no!, ¡no!, ¡yo estoy vivo!… Dios mío ¡estoy vivo!…¡no!, ¡no!, ¡no!.

La esquela.


Abrió los ojos. Un pequeño murmullo se colaba en el dormitorio desde la sala contigua, miró hacia la puerta entornada y por el resplandor que se colaba, se dio cuenta de que había una luz encendida. Cerró los ojos, los parpados le pesaban como si se hubiese despertado con resaca, ¿Quién habría en la sala? Siguió con los ojos cerrados mientras notaba que un extraño frío le había invadido, sin embargo no sentía nada, ni la maldita rodilla derecha que todas las mañana le importunaba fue un obstáculo para que se sentase en la cama. Estaba bien con los ojos cerrados. ¿Quién habría en la sala que no dejaba de hablar en voz baja? Se puso de pie y en un primer impulso se dirigió a la sala pero frenó en seco, que más le daba, la curiosidad era mucho menor que el deseo de salir al patio. Giró en redondo y tanteó la aldaba que cerraba la pequeña puerta que daba al exterior. Al salir le envolvió un bochorno pegajoso que no alivió su sensación de frío.
Abrió los ojos, se dirigió al portón y como si tuviese mucha prisa se coló afuera.
Anduvo presuroso y salió a la Plaza por la calle Pastelería. Las luces tenían un halo especial, como de niebla, bueno, más que niebla era “fosca”, como llaman los catalanes a esa humedad ambiental que da un aspecto irreal a la luz. Pronto amanecería, la plaza estaba desierta, Quico se había dejado encendida las luces reflectoras de la pared del bar y las sillas y mesas se habían quedado sin recoger. Fue hacia Mari Trini y un coche aparcado le impidió acceder a la acera. Miró el Arco pero no le apeteció subir la cuesta.
Todas las mañanas hacía lo mismo, menos los domingos, pasaba el arco, subía la cuesta y llegaba a la panadería a por el bollo, los sábados dos, después se dirigía por la calle del Carmen hasta el Más y Más, ya iba para tres años que se enfadó con las dependientas de Mari Trini, hacía una pequeña compra y de regreso compraba el Jaén.
De nuevo en casa, desayunaba mientras ojeaba la prensa y volvía a salir por la calle Campiña hasta el campo, visitaba los viejos olivos de un olivarillo que heredó por los años sesenta de su tío Trinidad, el que volvió de Argentina. De regreso y a eso de las dos, un tomate con sal y un poco de aceite en el plato acompañaban a diario alguna proteína que generalmente procedía de una lata de sardinas, paté o salchichón, que ¡maldita sea! cada vez estaba más duro. Descabezaba una siestecita y de nuevo salía, esta vez hacia el parque, la Fuensanta, un pequeño descanso en los bancos de piedra y regresaba al pueblo por la carretera de la sierra, jamás se paraba con nadie, ¡Hola y adiós! Peñuelas, calle Alta, cuesta del Cerro, Cruz del Sordo, la plaza y a casa. Todos los días cenaba lo mismo, unas sopas con leche y sacarina en un tazón grande de loza. Después se sentaba delante de la tele y como no tenía mando a distancia se dedicaba a hacer zaping pulsando los botones del televisor, hasta que encontraba algo que llamaba su atención y se retrepaba en la mecedora para quedarse frito a los pocos minutos. Al despertar, apagaba el televisor, bebía un poco de agua, recogía el orinal del retrete que había en el patio y a la cama.
Los domingos no diferían en mucho, salvo que no visitaba la panadería y el Más y Más, o que el periódico era el ABC con su dominical, lo demás era casi igual, acortaba el paseo al parque, se quedaba a la entrada, en el quiosco, se sentaba en el interior y después de tomarse un pepsicola regresaba a misa de Santa María, después el zaping, el orinal y la cama.
Seguía con frío, sin saber porqué se dirigió hacia la calle Llana y casi sin darse cuenta se puso en lo alto del Pilarejo, salió al Portillo de Martos y bajó por la trocha, hacia muchísimo tiempo que no iba por allí, casi desde que era joven y de eso hacía la tira. Un mojón le sirvió de asiento y sin venir a qué se puso a rememorar su vida, sus años en Mollerusa, la muerte de su mujer y sus dos hijos en accidente de tráfico, el cambio que su vida dio, la vuelta al pueblo jubilado…¡hasta cuando duraría tanta rutina! Siempre igual, todos los días lo mismo, menos hoy, hoy era diferente ¿por qué?... Su artrosis de rodilla y ese dolorcillo en las manos había desaparecido, estaba bien y lo único… esa maldita sensación de no entrar en calor.
La medida del tiempo debía de haber cambiado, no comprendió que el sol estuviese bajando hacia el ocaso y encauzó sus pensamientos hasta su rutina diaria, no había comprado el pan, ni el periódico, ni …
Regresó por sus pasos y esta vez se dejó caer por la avenida de Andalucía, ¡que coraje le daba! la avenida de Andalucía, cuando de toda la vida era la carretera de Jaén, pasó por el cruce de las Peñuelas, el piserío frente al parque, el antiguo cuartel y llegó a la gasolinera, casi tropieza con el yerno de Panadero que estaba colocando una esquela en la fachada del Torero, dio unos pasos, se paró en seco y volvió atrás para leer la esquela. La leyó, la releyó y la volvió a leer, no podía creerlo, se quedó de una pieza. Siguió caminando presurosamente hacia la muralla y en vez de entrar por la calle del Carmen, siguió hacia abajo por la carretera, la almazara de Hernández y carretera adelante hasta que se encontró a la entrada del Tanatorio. Pasó la verja y apresuradamente subió las escaleras, arriba estaban dos o tres conocidos que fumaban un pitillo, pasó a su lado sin saludar y después de asegurarse del número de sala se acercó al cristal.
Allí estaba el difunto, pálido como la cera, con su viejo traje negro de rayas que se solía poner el Jueves Santo, la corbata granate y dos algodones en las fosas nasales. Era verdad, Telesforo Funes Colmenero de cuerpo presente, la esquela no estaba equivocada, era él mismo, estaba muerto y se había enterado el último.