18 enero, 2006

Alcaudete-Fuente Orbes

Aparcó al lado del viejo edificio de la estación. Bajó del coche sin dejar de mirar el entorno, tan absorto, que se llenó la suela de los zapatos de un fino barro, que a duras penas pudo limpiar con la hierba que crece en los andenes. La manguera de los cubatos(1), el muelle, la Sierra Orbes, todo el conjunto entró por sus pupilas y le llenó de cálidos recuerdos. El día era espléndido, pero la hora no era la más adecuada para emprender un paseo por la Vía Verde del Aceite, a las cinco de la tarde en Octubre, el sol está demasiado bajo, pero sin pensarlo se puso en marcha en dirección a Martos.
Solo hacía dos días que había llegado al pueblo, y ya había resuelto los asuntos que le habían obligado a venir. Después de comer en el Hidalgo y reposar un ratito en la habitación del hostal, tuvo el impulso de bajar a la antigua estación del ferrocarril. Los dos días en Alcaudete le habían permitido pasear por sus calles y rememorar recuerdos de la infancia, rincones y callejas, sus fuentes, su parque. Hacía cincuenta años que no había venido y eso es mucho tiempo. Cuando sus padres emigraron tenía doce años, luego, cuando se instalaron en Leganés, se llevaron a los abuelos y ya que no tenían ningún familiar cercano, dejaron de venir. La universidad, su boda con una compañera de estudios oriunda de Aragón, los hijos… Hacía eso, cincuenta años que no venía.
Caminaba con parsimonia, reparando en el paisaje e intentando recordar imágenes de tiempo atrás. Los olivos al lado de la Vía se podían tocar al paso, cuando no circulaba por zona de trinchera.

Los puentes con sus rótulos relativos a ingenieros franceses de muchos años atrás, la finca del Chaparral, la caseta de ferroviarios de “la Cunera”, la Muela, la Dehesilla, en donde su abuelo tenía el olivarillo, la Zahúrda.
- ¡Que recuerdos! –.
Venía con su abuelo Nemesio siendo un crío, unas veces andando y otras en la camioneta-autobús de Bartolo, que hacía el transporte de viajeros entre la estación y el pueblo. Alguna que otra vez estuvo en la cantina de la estación, bueno en las dos, en la del andén, de Bernarda y José “el Cojo”, donde algunos cortijeros se atizaban buenos perucos de vino manchego y en la de enfrente, al otro lado de la vía, servida por Ramón Carrillo.
-Cruza rápido, nene, que viene la Cochinica(2).- decía Nemesio, y él saltaba por entre las traviesas y los gruesos guijarros, como una cabrilla, para desesperación del anciano que no perdía de ojo al revoltoso nieto.

Casi siempre apañaba un puñado de garbanzos tostados, que era la tapa habitual, cuando el abuelo se convidaba con algún amigo ferroviario.
En el olivarillo jugaba entre los olivos mientras el abuelo se afanaba en cortar varetas y otros menesteres, el buen hombre tenía un ojo en lo que hacía y otro en el crío, como presintiendo el peligro del tren. La vía pasaba por la linde del olivar, … y alguna vez que otra “le vio las orejas al lobo”, como en una ocasión, que no lo arrolló el tren de puro milagro.
Entre recuerdos y paradas para contemplar el paisaje, llegó al tercer puente, bajó un trecho hacia el puente romano, y al pie de un chaparro, se sentó en el suelo y fijó su mirada en el entorno, estaba a gusto y sin saber cómo se quedó plácidamente dormido.
Cuando despertó estaba entumecido, el sol había desaparecido y en la penumbra, le costó trabajo subir a la Vía. El sueño fue corto pero la pesadilla que le acompañó le había dejado tan mal sabor de boca, que incluso se sintió un poco mareado. Sería por haber rememorado sus travesuras de pequeño y el percance en el que, de pelitos, no resultó atropellado por el tren. Sintió frío y aceleró el paso para entrar en calor. Desde allí a la estación había una hora de camino y menos mal que la luna estaba en creciente, porque la noche se estaba echando encima.
El sonido de los chinorros del camino y el canto de un mochuelo era lo único que le acompañó durante un buen trecho, eso y los tenebrosos recuerdos de su pesadilla, en la que lo atropellaba el tren, en aquella ocasión de su infancia que el abuelo impidió de milagro. Había sido tan real que no podía quitárselo de la cabeza.
De pronto se paró en medio del camino, le había parecido oír el tren,
-También son ganas de …, pues anda que no hace años que no hay vías.-
Continuó la marcha y de nuevo sintió el ruido de la máquina. Se le acorcharon las manos y un frío gélido empezó a lamerle el rostro. Dio unos pasos más y… Allí estaba, esperándole, en plena curva, la máquina humeante con su luz encendida, soltando chorros de vapor y presta a emprender la marcha.
No podía dar crédito a lo que estaba viendo, era imposible y sin embargo no había duda, la maquina emprendía la marcha y a todo lo que podía se encaminaba hacia donde él se encontraba. Sus pies no le respondían y en su mente se decía que era una alucinación, que todo debía ser fruto de su maldita pesadilla, pero un terror inmenso le dejó petrificado cuando la máquina lo traspasó de adelante hacia atrás, llegando a ver el interior del convoy, con los pasajeros que en los vagones ocupaban sus asientos, y que le miraban con expresión burlona.
Cuando el tren pasó, en sus ojos despavoridos sólo brillaba el tenue resplandor de la luna, silencio de nuevo, sonó la llamada del mochuelo y cayó de bruces en el camino.

El facultativo de Alcalá la Real, dio el siguiente informe de autopsia:
Don Teodoro Toledano Bermúdez, natural de Alcaudete, Jaén. Residente en Madrid, Paseo de los Olmos 14 , Ingeniero Industrial y jubilado, falleció el 23 de Octubre, entre las dieciocho y las veintiuna horas en el término de Alcaudete, a dos kilómetros del edificio de la antigua estación del ferrocarril Alcaudete-Fuente Orbes, en la conocida como Vía Verde del Aceite, donde fue localizado por el vecino de la localidad Eduardo Ortega Lendínez, apodado “el Manquito” a eso de las nueve de la mañana del día siguiente a su defunción.
La defunción se ha debido a parada cardio-respiratoria, sin que se aprecien otros motivos para su muerte, pero se da la extraña coincidencia de que en su rostro había una expresión de pavor y asombro, no habitual en fallecidos por esta causa.

Alcalá la Real 2 de Noviembre de corriente año en curso. Firmado al pié: el forense (ilegible)

(1) Los cubatos son los depósitos del agua que había en las estaciones de ferrocarril para las máquina a vapor.
(2) La Cochinita era un automotor, especie de TALGO de uno o dos vagones, que circulaba en aquel tiempo.

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