07 enero, 2006

El jarrillo desmochado (cuento infantil)


Hay cosas que los niños saben y que los adultos ignoran, así es que os voy a relatar algo que a duras penas creerán los mayores pero que los niños entenderán perfectamente.
Cuando se sale de la cocina y se cierra la puerta, dentro de la misma ocurren cosas maravillosas y esta es una de esas historias de la cocina, cuando no hay nadie dentro y la puerta está cerrada.


Érase un jarrillo de lata que estaba desmochado, tenía un color blanco, pelín amarillento por el culete y un filo azul por todo su borde, su asa era de lo más airosa, así es que colgaba de un cáncamo al borde del platero, luciendo su marca oscura bordeada de gris, producto de algún porrazo. El desmochado.
A su lado y colgando también, se encontraban otros cinco jarritos, iguales a nuestro protagonista pero que sin embargo no lucían ninguna rayadura o desperfecto. Sobre el poyo de la cocina se retrepaba una cafetera amarilla de lo más pomposa, se adornaba la cabeza con una tapadera de lindos contornos y su gruesa panza se estrechaba hacia el cuello donde lucía su retorcido pitorro.
-Mira que sois golfos- les dijo a los jarritos, -dejad de meceros que os vais a caer, y no me importa que os desmochéis sino que os caigáis encima mío y me hagáis un rayajo.
Los jarritos entre risas, no hicieron caso a la cafetera y siguieron con sus juegos y mecidas. Poco más allá y encima del poyo también estaba el frutero que acurrucaba en su interior dos manzanas un melocotón, tres plátanos y un racimo de uvas.
-Cafetera, no seas cascarrabias - dijo el frutero - déjalos que se diviertan,¿ no ves que son pequeños y tienen ganas de divertirse?.
Los plátanos, que como ya sabéis, son siameses y están unidos por el rabito, dijeron al unísono.-Nosotros también queremos mecernos.
El melocotón que era muy orondo y aún estaba poco maduro comenzó a empujarlos apoyándose en las manzanas, las uvas colaboraron en el empeño y por fin cayeron afuera del frutero sobre el poyo, de tal modo que uno quedó al aire y los otros dos apoyados en la espalda.
-Ja, Ja, Ja ¡Que divertido!- decían mientras se daban unas cuantas mecidas. Al borde del frutero las uvas se reían contemplando las cambaladas que daban los plátanos.
En estas estábamos cuando la olla que había junto al anafre comenzó a ponerle música a las mecidas de los jarritos y los plátanos, haciendo sonar su tapadera.
- chis pum-chis pum-chis pum-
La cafetera bastante irritada comentó:
- No, si no pararéis hasta que entren y nos frieguen con un estropajo-
Por si fuera poco, los platos del platero empezaron a aplaudir, sin mucho ruido pero siguiendo el ritmo que marcaba la olla.
-clas, clas - clas, clas-
Y las tacitas que estaban sobre el platero se animaron a comenzar un zapateado sobre sus platitos.
-clin clin clin- clin clin clin-
De este modo y con la música, hasta las uvas bailaban y los jarritos empezaron a aumentar las mecidas, compitiendo hasta que el desmochado se dio de bruces sobre el poyo.
-¡ay!- ¡ay!- gritaba.
- Ya te lo había dicho que caerías- le regañó la cafetera.
Pero enseguida comenzó a reír y como había caído volcado, empezó a dar vueltas, cuando llegaba al asa giraba en sentido contrario y no paraba de seguir el ritmo.
- chis pum-chis pum-chis pum-…..-clas, clas - clas, clas- …..-clin clin clin- clin clin clin-
Los otros jarritos que pararon asustados al ver caer al desmochado, volvieron a mecerse cada vez más y a seguir la juerga.
A todo esto y en un rincón del poyo, había un cazo que miraba la escena con una carita muy triste.
-¿Qué te pasa cacillo?, baila con nosotros- le dijo el jarrito que estaba volcado y girando.
-No quiero, estoy enfadado.
-Pero hombre no seas tonto y diviértete.
-No que estoy sucio-
y es que unos chorreones de leche quemada caían desde su borde hacia abajo.
Había quedado olvidado a la hora de limpiar la vajilla y por eso se había apartado al rincón del poyo.
-No te preocupes cacillo, ya verás- le dijo el jarrillo y de un brinco se puso de pie.
Comenzó a caminar por el borde del poyo hacia la fregadera y allí encontró al "nanas" que con sus rizos y siguiendo el ritmo de la musiquilla se mecía en el agua jabonosa que quedaba en la fregadera.
-Nanas, capullo, ¿porqué no dejas al cacillo como los chorros del oro?
-Dile que venga para acá y ya verás.
El cacillo que lo oyó se puso en marcha, pasando el gesto de enfadado a divertido, y hasta seguía el ritmito antes de llegar a la fregadera.
-Risss-rasss, Risss-rasss- decía el Nanas mientras acicalaba al cacillo -Risss-rasss, Risss-rasss-,-Risss-rasss, Risss-rasss-.
El cazo se quedó que parecía una porcelana, tan limpio y aseado que se olvidó de su enfado y se sumó al jolgorio general, repiqueteando su rabito sobre las baldosas de la pared mientras volvía a su rincón.
-Tin, tin, tin-Tin, tin, tin.
En esto se abrió la puerta de la cocina y entró la mamá, encendió la luz y todo quedó en silencio.
-Que raro me había parecido oír … ¡Ah claro el jarrillo que se ha caído! …Pero eso si que es raro.
Lo colgó en su cáncamo, apagó la luz y volvió a cerrar la puerta.

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