25 abril, 2006

Óleo sobre cartón entelado (2001)

Oleo de Eduardo Azaustre Mesa Bodegón manchego

Apunte a grafito,(1983)

dibujo de Eduardo Azaustre Mesa Estudio de manos para un retrato

Homenaje a José María Tobaruela


José María Tobaruela o Josito-María, que así es como siempre lo he llamado, era como de mi propia familia, su íntima amistad con mi padre le sitúa en mis recuerdos más lejanos, con su sonrisa torcida, su pelo espeso y engominado, bien peinado hacia atrás y con sus ojos achinados y un poco hinchados.
Casi siempre lo veía durante los veranos, que era cuando más veníamos. Eran las vacaciones y solo en muy contadas ocasiones me trajeron mis padres por Navidad o Semana Santa..
Con su blusa de pijama recién planchada y una moña de jazmines en la solapilla, al igual que su padre Juan Ramón, paseando por el parque o tomando un chatito de vino con sus amigos en “lo de Fernandillo”.
Muchas tardes era yo, de niño, el que llevaba, a la tienda frente al Carmen, el paquetillo de jazmines que preparaba mi abuela Pilar, para que se hiciesen las moñas. Allí lo encontraba, pegando la hebra con alguno de sus múltiples amigos, sobre el entarimado húmedo por los continuos riegos que Juan Ramón o Josito hacían para crear algo de fresco en el local.
- Dile a tu padre que te traiga la Semana Santa.- y sacaba de la trastienda un viejo capirote, que me ponía en la cabeza para hacerme sentir nazareno, mientras con la voz, hacía el repique de tambores. Me contaba historias de las procesiones y me enseñaba a desfilar como un romano. La Semana Santa para mi era más de oídas que de vivencias, en realidad vine de niño un par veces y nunca me vestí de romano o de nazareno en ninguna procesión. Así es que en los veranos era cuando yo desfilaba, en la casa donde hoy vivo, tocado con un gorro y plumero de papel, realizado con un ABC antiguo, un trozo de paño rojo, atado al cuello a modo de capa, un escudo de cartón y una espada de madera, que me suministraba Antonio Ruiz, a hurtadillas del jefe de la carpintería, su hermano Paco, que no estaba para perder el tiempo en niñerías. Pocas veces vine a ver las procesiones, pero los recuerdos son imborrables y en el centro de todos ellos está la figura de Josito, vestido de los Dolores, al mediodía del Viernes Santo, en la calle Carnicería, parando a la Virgen en mi puerta y alzándome en brazos para que la viese bien.
Al principio de los setenta, yo venía unos días de vacaciones en Agosto, a ver a mis padres y en más de una ocasión nos fuimos Josito, Juanito Espejo y mi padre, acompañados de mi mujer, a tomar vinos y tapas por Luque y Zagrillas. Íbamos en un R-8 azul que yo tenía y regresábamos cargaditos y bastante tarde, para desespero de mi madre.¡Anda que no disfrutaba Josito llevándonos aquí y allá a tomar unos vinos!
Durante los ochenta, yo vivía en Jaén y procuraba venir en Semana Santa, sobre todo, el Jueves y Viernes Santo. Entonces fue cuando cumplí a través de mis hijos, la ilusión de vestirme de romano. Les compré sendos trajes y los puse a desfilar tras Jesús y delante de la Virgen de los Dolores. Tengo una película en superocho, que rememora el día y donde se ve la procesión, pasada la muralla, poco antes de llegar al Hidalgo. Yo, con mi mamotreto de cámara de cine, mis hijos con sus gafotas, vestidos de romanos, en medio de una mini centuria de ilusionados enanillos y Julián Porras subido en su Vespa, parado frente a Salelles diciéndome -¿Qué, Eduardito, romaneando, eh?
Ese día Josito, que iba de nazareno, se acercó varias veces hasta donde yo iba con mis hijos, dejando la proximidad al trono de los Dolores, para participar de mi ilusión y la de mis hijos.
Recuerdo los abrazos que se daba con mi padre, abrazos con paliza incluida en la espalda de cada cual. Así nos abrazamos Juanito, su hijo, y yo cada vez que nos vemos.
Cuando decidí venirme a vivir a Alcaudete, en el 2000, él fue uno de los que más se alegró de mi decisión y fueron muchas las tardes que me los encontraba a los dos, el matrimonio, agarrado el uno al otro, al regreso de su paseo. En uno de esos paseos encontró la muerte o la muerte lo encontró a él, frente a Salelles y al Hidalgo, donde la película de super-ocho.
Es curioso, la última imagen que me ha quedado de Josito es en la Velada, anterior a su muerte, yo iba a ver las carrozas a eso de las doce de la noche y estaba sentado junto a su mujer, en el poyete que hay al lado de la explanada donde se aparca la romería, allí me quedé a hablar con él, apoyado en la señal de prohibido el paso y perdí el interés por ver las carrozas.
No se en qué canción oí aquello de “…estamos vivos mientras alguien nos recuerda y habla de nosotros”, si es así, tú estarás muy vivo, mientras estemos en este mundo todos los que tuvimos la fortuna de conocerte y quererte. ¡Que Dios te bendiga Josito María!

21 abril, 2006

Retrato al óleo (años 70)

El tio Pedro por Eduardo Azaustre Mesa
Tio Pedro el pescador

A vueltas con el aceite. LA VENTA

Una cosa es vender y otra es despachar. Digo esto porque cuando vamos a comprar algo, algunas veces, lo compramos a pesar del vendedor y no porque éste haga nada por facilitar la venta, es decir nos han “despachado”.
¿Quién no ha tenido alguna vez la sensación, de que nos estaban haciendo un favor al realizar una compra?
Decimos: Con mi dinero voy a donde quiero. Es cierto, pero a veces, “tragamos” con un mal servicio a la hora de la compra, aunque también es cierto que acabamos por no comprar donde no nos atienden bien.
Ahora que tenemos Comercializadora, y parece ser que se está profesionalizando el sector de la venta del aceite de oliva, puede ser que empiecen a unificarse criterios de venta y se comience a atender al comprador como debe ser.
Entre cooperativas y almazaras privadas, hay en Alcaudete siete u ocho. Su fin primordial es vender el aceite que han obtenido de la molturación anual. Una parte de ese aceite se vende en los despachos y a empresas que ajustan los precios, exigen condiciones de pago y plazos de entrega. Todo esto se respeta a ultranza por aquello de que el cliente siempre tiene razón y es el que a fin de cuentas aporta el deseado dinero.
Otra parte del aceite se vende a particulares, a quien generalmente se le cobra más por litro que a las poderosas empresas que hemos mencionado en el párrafo anterior. Esta venta que se hace a particulares, no es nada despreciable y cada vez es más importante. Siempre se ha dicho que lo ideal es vender del productor al consumidor y no a través de intermediarios, pues bien estos particulares son consumidores finales del producto y si están contentos con él, hablarán muy bien de nuestro aceite, dando lugar a la publicidad “boca a boca”, baratísima y más efectiva que ninguna otra.
No se trata de influir en los compradores particulares sobre la bondad de nuestro aceite, de sobra saben ellos lo bueno que es. Algunos hacen un montón de kilómetros para comprarlo.
De lo que se trata es de atenderlos bien, y aquí es donde no actuamos todo lo bien que sería de desear. No voy a hablar de todos los que venden aceite, solo voy a poner unos ejemplos de la disparidad de criterios que se siguen a la hora de vender aceite. Además no voy a identificar los puntos de venta para que nadie se me moleste, así es que llamaré a las almazaras o cooperativas como “punto de venta”.
En uno de los puntos de venta, hay casi todo el año un solo empleado, que hace multitud de funciones, y que es el encargado de vender el aceite a los particulares que se acercan a esta almazara. Ya es complicado e incómodo ir a este lugar, sin señalización ni letreros indicativos y por un camino que pone en riesgo nuestros amortiguadores. Pero no podemos decir que nos atienden mal, la simpatía de este empleado y su buena disposición, hace fácil la compra, nos pide que abramos el maletero y deposita en él las cajas que previamente le hemos pagado en la oficina. (Nos consta que en algunos otros punto de venta se sigue el mismo proceder).
Hay otro punto de venta que tiene un buen servicio para el comprador local, este es el reparto domiciliario en el pueblo. Llamas por teléfono y un día a la semana hacen entrega domiciliaria del aceite encargado.
Pero también hay otro punto de venta que es otro cantar, el acceso es fácil y la cercanía al pueblo hace atractiva la compra, pero donde se falla es en la venta.
La oficina es grande, hay varios empleados pero cuando entras en ella se echan de menos esas cafeterías de Madrid en donde al entrar te dicen los camareros “Buenas tardes señores pasen al fondo que enseguida les atiendo…”. Aquí nadie se mueve, y nosotros al ver que no se nos hace caso alguno, nos dirigimos a la primera mesa que vemos y decimos como pidiendo perdón, ¿venden aceite? Y nos contestan ¿Cuánto quieren?
Después de indicar la cantidad en litros, nos interesamos por uno que compramos la vez anterior, le decimos el nombre de marca del aceite en cuestión y nos contestan:
-Si, esa es nuestra marca-
Si, si -contestamos- pero era mas caro que el que comercializáis con esa marca.
Ah vale, entonces son tantos euros.
Pagamos nuestras tres cajas de garrafas de cinco litros y nos quedamos a la expectativa hasta que nos dicen.
Ahí tiene una carretilla y el que usted quiere son las cajas de la derecha, que aunque son iguales tiene un letrerillo en el lateral con su nombre.
Bueno, pues eso que agarramos la carretilla y ponemos una caja y nos vamos hacia la puerta, nos peleamos con la carretilla y la puerta para poder salir, llegamos al coche, maletero abierto, quince kilos a las espaldas y adentro. Volvemos a entrar y repetimos la operación dos veces más. Después entramos con la carretilla vacía y tímidamente decimos:
-¿Dónde dejo la carretilla?
-Ahí mismo-
-Bueno, ¡adiós!-
-¡adiós!-
Salimos afuera, nos sentamos en el coche y lo primero que decimos es -aquí no vuelvo-. Pero volvemos o ¿no?.
¿Será verdad que vamos a empezar a cuidar los detalles y a facilitar la venta o vamos a seguir en este plan tan poco amable? Todos saldríamos ganando si se mejora la atención al cliente.