10 diciembre, 2008

El guateque

Recuerdos de los sesenta


El bachillerato se estaba poniendo muy pesadito, los primeros cursos por libre dieron paso a la matriculación en el instituto de la capital para hacer sexto con reválida y el gasto que eso traía consigo estaba esquilmando la precaria economía familiar, cosa que repercutía en el escaso dinero que tenía para divertirse. Era casi obligado venir todas las semanas al pueblo, pues aunque la alsina no era gratis, Paco se podía traer la ropa sucia para llevársela limpia y planchada el lunes, amén de algunas vituallas que daban de sí casi toda la semana. También estaban los guateques que casi cada tarde de sábado o domingo se organizaban donde se podía, unas veces en la cochera de Evaristo, otras veces en los sótanos del Edu y en algunas ocasiones fuera del pueblo en un cortijo cercano con el consiguiente trajín para desplazarse, que le pregunten a Josico la de viajes que tenía que hacer con la Lambreta de su padre para trasladar amigos y chismes o si no al socorrido camioncillo del Samba en cuyo cajón y en sillas de enea viajaban casi veinte, entre amigos y nenas.


Paco se libraba casi siempre de la decoración del local, cosa para la que no faltaban voluntarios, pero si que tenía que recaudar las perras a escote que entre todos juntaban para la bebida y después comprarla. Ni que decir tiene que las nenas no pagaban, ningún muchacho de la década de los sesenta podía consentir semejante cosa, solo alguna chica aportaba unas patatillas de boda caseras o una damajuana chiquita de aceitunas.
Paco disfrutaba del baile y aprovechaba esta circunstancia para relacionarse con el sexo opuesto. Tenia buen cartel, era estudiante y eso no era cosa corriente así es que no le faltaban voluntarias para moverse al compás de “... cuando calienta el sol, allá en la playa...”. Victoria era la mejor para estos bailes, era alta y un poco gordita, muy guapa, de ojos verdes y grandes, y con un pelo negro, largo y rizado que olía a una mezcla de Maderas de Oriente y a zalea de cordero lechal. A la segunda pieza de agarrao se amorcillaba un poco y aflojaba la tensión que ponía en su brazo para mantener a raya a Paco y se acaloraba un tanto dejando salir cor su escote un tenue olorcillo a morcilla.



Patro era de las más marchosas, rubita, pequeñita y delgada tenía metido el ritmo en el cuerpo y era ideal para bailar aquello de “No vemos presumida no te puedo aguantar, esas puntadas tuyas no las puedo pasar...” de los Teen Tops y Enrique Guzmán, o si no “La Plaga”, rock que dejaba la frente de Paco perlada de sudor.



A Paco le gustaba curiosear durante un buen rato los nuevos discos que se traían a cada guateque, se acercaba a la mesa del picú y revolvía entre vinilos de Adamo con “Un mechón de tu cabello”, Paul Anka con “Diana”, Neil Sedaka con su “Oh Carol”, Cliff Richard y los Shadows tocando “Apache”, o los grupos españoles como los Sirex, Duo Dinámico, los Salvajes, José Guardiola, Bruno Lomas y Mike Rios.
“Lolita, tu tienes una forma de bailar que me fascina...” sonaba casi siempre que Paco y su amigo Fermín se tomaban a cortos sorbos un cacharro de Coca Cola con Larios, departiendo sobre las nenas que habían venido al guateque, pasando de las risitas y cuchicheos de las mismas. Entre ellas había una, Mari la de Almogía también apodada la Churrera, que siempre olía a fritos y a churros, a la que le gustaba tomarse palomitas de anís y que cuando se achispaba un poquillo cantaba aquello de:

Un cateto de Almogía
le decía a su mujer,
no te peles que es veneno
mala puñalá te den.


Tenía Mari un hermanito chico, revoltoso y travieso, que se llevaba siempre a los guateques y que, por deporte y diversión se dedicaba a sobarle las nalgas a las nenas mientras bailaban, esto daba lugar al correspondiente chillido de protesta y el consiguiente coscorrón de su pareja de baile, que era respondido entre lloriqueos con un “SsChudo, sschudo maicón , que te pones mu sschudo cuando estas baidando...”. Si daba demasiada morcilla recibía la reprimenda de su hermana Mari, la Churrera, y entonces, en venganza, le cantaba con voz gangosa y sorbiéndose los mocos..., “si quiedes vivid agusto cásate con la chudeda, estadás toda da noche chudo dentro chudo fueda”.

En el guateque estaban todos los prototipos: el tímido, que no era capaz de sacar a bailar y miraba desde la mesa de los discos y el picú a la chica que le tenía atontado, el feo introvertido, que ponía los discos o preparaba las bebidas, sin bailar tampoco, el espabilao, que era feo pero resultón, y que bailaba con todas, el guaperas, que tenía un llenazo y se dejaba querer, con esos aires, imitando al Delón en “A pleno Sol” y esa superioridad de que hacen gala los que son unos creídos... Por otro lado, las chicas aceptaban los requerimientos de los que no les hacían tilín y rechazaban al nene de sus sueños por aquello de hacerse valer. También estaba la Petra, una feucha medio bizca que venía siempre con Victoria, sempiterna redentora de amoríos frustrados, que por regla general se ponía al lado del feo introvertido a hacerle compañía en su soledad.



En el guateque, la castidad estaba garantizada, primero porque todas las nenas eran unas reprimidas y los varones no tenían el valor suficiente, además estaban las carabinas, Petra era una de ellas, que amenazaba continuamente con chivarse y por otro lado estaba la madre de turno que se daba una vuelta por el baile, como el que no quiere la cosa y hasta el cura párroco que en más de una ocasión se colaba de rondón y era capaz de emplazar al más pintado ante el confesionario por una mano más o menos colocada en un trasero. El brazo izquierdo femenino se asentaba por lo general fuertemente en el pecho masculino haciendo palanca y costaba uno y mil intentos provocar el roce más inocente. En el guateque todo era ilusión, simpleza, inocencia, romanticismo en una nube de feromonas y buen rollito como se dice ahora.
Paco temía el momento en el que Petra, decía aquello de “Nos tenemos que ir, que si no nos van a castigar...” y todas por igual asentían creando la desbandada que liquidaba el guateque, entonces se acercaba a Victoria y salían cogidos de la mano hasta los alrededores de su casa, cosa que le provocaba la misma excitación que cuando, mientras bailaban, rozaba su pierna o sentía su respiración en la mejilla.


Después de repartir a las nenas por sus casas, acabado el guateque, Paco y Fermín daban un paseo por el solitario parque, Paco era un enamorado de las motos y como su amigo Fermín trabajaba en el taller de motos y bicis de su padre, tenían tema de conversación asegurado. Por otro lado a Fermín le encantaba escuchar a Paco hablar de las noticias, las pelis y las cosas de la capital: La proeza del ruso Yuri Gagarin, primer cosmonauta de la historia y los Ovnis eran una de sus conversaciones preferidas. Así como los programas de televisión que Paco veía en su residencia de estudiante: “Escala en Hi-fi”, “Un millón para el mejor”, “Cesta y puntos”, o las series de “Perry Mason” y “Bonanza”.

Por aquel entonces el Cordobés revolucionaba con el salto dela rana los ruedos de las plazas de toros y Marisa Medina decía las noticias con aquella sonrisa tan sensual.

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