10 agosto, 2009

El cine de los sesenta

RECUERDOS DE LOS SESENTA

Toda mi vida me he considerado un cinéfilo y solo ahora, que he pasado de largo, los sesenta, he perdido la sensación de estar en la cresta de la ola en lo que se refiere a información sobre cine.
Desde que era adolescente fui fanático del cine; comencé a aficionarme, entre las picaduras de algún que otro chinche, habitante de las sillas de enea que había en los cines de verano de Alcaudete. Era barato y no me perdía una.


Así es que el Cine Imperio, Atarazanas y Los Zagales fueron mis escenarios cinematográficos infantiles. Todas las noches había algo que ver, si no era en uno era en otro, entre olores a donpedros y con el suelo recién regado, a eso de las diez de la noche me gastaba un real, o dos, por ver una o dos películas, y es que, a veces, había programa doble.
Al comienzo de las proyecciones, después del NO&DO, ponían anuncios y trailers de las películas que se proyectarían próximamente, y de tanto verlos me aprendí frases emblemáticas que a lo largo de mi vida he usado de forma jocosa. "Me enamoro constante e indistintamente y me causa el mismo efecto que si no me enamorase..." decía Stewart Granger en Scaramouche, película de espadachines rodada en 1952.


La afición al séptimo arte me hacía ahorrar las pocas perras que lograba, para comprar revistas de cine y cuando empecé a ganar dinero, no me faltaba la lectura de Cine en 7 días, que semanalmente aparecía en los quioscos a principio de los sesenta. Otra revista que a veces compraba eran Film Ideal y posteriormente la revista Fotogramas alimentó durante muchos años, mis deseos de conocer los entresijos del mundo cinematográfico.
Recuerdo con especial cariño, en mi época de soltería, un cine que estaba en la Avenida de la Luz de Barcelona. este espacio venía a ser una galería comercial subterránea situada sobre la Estación del Ferrocarril de Sarriá a Barcelona, soterrada antes del 1930, con lo que este centro comercial, quedaba entre las bóvedas de la estación y la calle.

El cine Avenida de la Luz perteneció a la cadena de cines llamada Balañá y se inauguró el viernes 1 de enero de 1943, con un programa dedicado a Walt Disney. Posteriormente, la sala siguió en la misma línea, llegando a denominarse a sí misma como el Palacio de la risa, en referencia a los films de temática cómica que allí se podían ver. Pasaron por su pantalla Jaimito, Charlie Brown, Stan Laurel y Oliver Hardy, Bud Abbot y Lou Costello, Cantinflas o los hermanos Marx.
El cine comenzaba sus sesiones a las once de la mañana, y seguía en sesión continua hasta la madrugada, al comienzo de los sesenta, época en la que yo lo visitaba. Se especializó en los programas dobles de reestreno, cosechando, como en décadas anteriores, un gran éxito de público, que era en parte resultado de la buena marcha de la galería comercial en la que estaba instalado el cine.
Al final de los setenta, la Avenida de la Luz ya había perdido gran parte de su esplendor y el cine no tenía muchas opciones. Así es que abandonó el programa doble para convertirse en una Sala S, precursora de los cines X cerrando definitivamente con los cuarenta años de actividad.

Otra sala que recuerdo con cariño es el cine Picarol de Badalona, al que iba con frecuencia entre 1965 y 1970. Del mismo modo vienen a mi memoria salas emblemáticas de Barcelona o Madrid, como el cine Salamanca, en la calle Conde de Peñalver, cerca de donde viví con mis padres y que ha acabado como almacenes C&A. Como no mencionar aquí el cine Alkazar de Jaén o el Cervantes en los que tantas películas vi acompañado de mis hijos pequeños.
La censura franquista era brutal en los sesenta, pero mi estancia en tierras catalanas, me permitió pertenecer a un Club Cinematográfico cuasi clandestino, tal es así que las películas que veíamos eran proyectadas en Ceret o Amelie les Bains, en el sur de Francia, cerquita de la frontera.
En ese club conocí a artistas y gente de la cultura de la época que pertenecían al variopinto grupo de cinéfilos que eramos capaces de vernos doce o catorce películas en un fin de semana, todas en versión original y subtituladas en francés. Se da la paradoja de que vi la cinta "Cuba, Si...", que era en español y estaba subtitulada en francés.
El cine ha sido para mí, el espectáculo por excelencia. El fútbol era todos los domingos y de vez en cuando había circo, pero ningunos de los dos me atraía tanto como el cine, el antiguo y el moderno que todos me han fascinado.
Al cine se iba sólo o en compañía, costaba barato, y era casi siempre de sesión doble y continua. Entrabas y con frecuencia, una de las dos película estaba empezada, así es que veías el final, la otra película y al volver a ver la que proyectaba cuando habías entrado, ya conocías el final de la misma. ¡Que coraje daban los intermedios con los anuncios! y los inconvenientes cortes del celuloide que te obligaban a estar con la luz encendida en espera de que desde la cabina de proyección, se empalmara el trozo siguiente a la rotura.
Muchas veces me quedaba en el cine desde las cuatro de la tarde a las diez de la noche y me veía dos veces las dos películas, Películas censuradas y cortadas por meterse con el politiqueo de la época, por un escote más o menos atrevido o unos besos, que por ser lo máximo en sexo que se permitía, me hicieron creer durante una etapa de mi infancia que así se hacían los niños, con un simple beso.
La censura clasificaba las películas de la siguiente manera: Tolerada o sea para todos los públicos. Tolerada con reparos, Mayores, que solo permitía verlas a los que habían cumplido los dieciséis o más, 3R que eran para mayores con reparos, aquí se avisaba para que los católicos cumplidores y los franquistas supieran que había algo nocivo en ellas como por ejemplo un beso de tornillo o una minúscula crítica a los curas o al régimen. Finalmente estaban las películas 4, películas que te llevaban a la condenación eterna si las veías, como por ejemplo Esplendor en la hierba.
Una costumbre habitual de esa época era comer pipas en el cine, siendo casi todos los espectadores causantes del ruidito que produce el crujido y consiguiente escupitajo de las cáscaras. Pero es inolvidable la emoción que se sentía con la llegada del séptimo de caballería, el rescate de la protagonista por el muchachillo de la película o el beso en los morros que se daban a veces y que provocaban pataleos, aplausos, y gritos, llegando a ponerte de pie o en cuclillas en el mismo asiento de puros nervios.

Este nostálgico escrito sobre el cine y los cines no puede acabar sin que haga mención de algunas de las películas, directores y actores que más me han impactado. En la filmografía nacional, por dejar una muestra de lo que se hacía, hay que nombrar a Marcelino pan y vino del año 1955, dirigida por Ladislao Vajda que comenzó la moda de las películas de niños actores, y que continuarían con Joselito, Marisol, Rocío Dúrcal y Pili y Mili.
Juan Antonio Bardem con Muerte de un ciclista del año 1955 y Calle Mayor del año siguiente, Marco Ferreri con El pisito y El cochecito de 1960. Luis García Berlanga con Bienvenido, Mister Marshall, Calabuch, Plácido y El verdugo. Juan de Orduña que puso en pantalla El último cuplé, de Sara Montiel. Las películas de Antonio Molina. Buñuel con Viridiana y Tristana, peliculas que originaron bastante escándalo durante la dictadura. Mario Camus, Miguel Picazo, Manuel Summers, Carlos Saura y Fernando Fernán Gómez son otros directores dignos de mención.
Películas como Casablanca abren la lista de las extranjeras que recuerdo con especial satisfacción. Duelo al Sol’, ‘El Diablo Dijo No’ de Ernest Lubitsch, ¡Qué Verde era mi Valle! de John Ford o Retorno al Pasado con Kirk Douglas y Robert Mitchum.
Esta Tierra es Mía de Jean Renoir, Con la Muerte En los Talones de Hitchcock, La Noche del Cazador con una espléndida interpretación de Robert Mitchum, Senderos de Gloria de Kubrick, Rio Bravo con la mejor interpretación que he visto de Dean Martin, Al Este del Edén con James Dean, El Árbol del Ahorcado, western del inolvidable Gary Cooper y Un hombre Tranquilo con John Wayne y Maureen O´Hara.
Más tarde vendrían La Muerte Tenía un Precio del gran Sergio Leone, 2001, una Odisea del Espacio de Kubrick, El Apartamento de Billy Wilder, Matar a un Ruiseñor con Gregory Peck, El Hombre que Mató a Liberty Valance, western inolvidable y El Guateque con un Peter Sellers inconmensurable haciendo de Inspector Clouseau.
No quiero dejar estas lineas sin rendir homenaje a Lino Ventura, Eddie Constantine, Belmondo, Alain Delón y tantos y tantos actores que circularon por el celuloide de mis años mozos.

Agosto de 2009

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