12 septiembre, 2009

Cartas a mi madre Estrella Mesa.(1)

Hola mamá: Ya soy abuelo y estoy tan contento..., ¡tú te lo has perdido!.., por sólo veinte días no has conocido a tu primer biznieto. También es mala pata, ¿que prisas había en que te murieses? ¡Con lo bien que estabas!.., pero bueno eso ya no tiene solución.
El caso es que el lunes siete de septiembre nos pusimos en marcha hacia Madrid, porque tu nieto Ricardo, e hijo mío, me llamó bien temprano para decirnos que el parto era inminente. Cogí el coche y despacito y con buena letra, caminito de los Madriles. Un día espléndido, agarrado al volante y por esos campos de la Mancha, íbamos entre ilusionados y preocupados, porque ya sabes..., a nosotros nos gusta eso de preocuparnos y pensar mil y una cosas, no todas buenas, hasta que la radio me sacó de mis pensamientos con una entrevista que José Ramón Lucas, el de radio nacional, le hacía a no sé quien. Era la voz pausada de un hombre que contaba una historia que de seguido me atrapó. Contaba que un señor paseaba por un parque frondoso y bien cuidado, disfrutando de las flores y plantas que en él había, hasta que reparó en unas lápidas con inscripciones de difuntos, al parecer, muy jóvenes..., "vivió tres años"..., "vivió siete años"...
Leía lápida tras lápida y no llegaba a ver ninguna dónde se indicara que el yaciente hubiese vivido más de once años. Esto empezó a entristecerlo hasta el punto de sentir una gran congoja, por lo visto, pensó, se trataba de un cementerio de niños y decidido se dirigió hacia un jardinero que por allí había.
- ¿Me podría decir porqué hay tantos niños muertos en este lugar?¿Qué desastre ha debido ser para tal mortandad?
- No señor
- contestó el jardinero sonriendo - no se trata de niños sino de personas bien adultas en su mayoría, como en cualquier otro cementerio. Lo que a usted le ha llamado la atención sobre los años vividos, yo se lo voy a explicar, si es su deseo...
- Si, si, por favor.
- Pues verá usted, en este lugar tenemos por costumbre que cuando los niños aprenden a leer y escribir, se les entrega una libretita que llevan permanentemente consigo. Una libretita que es para que apunten en ella los momentos felices que en su vida sean. Así pues si les regalan un pastel que les produzca felicidad anotarán en la libreta el tiempo que estuvieron disfrutando de él. El día de su boda. las alegrías familiares y todos sus buenos momentos se reflejan escritos con el detalle del tiempo que duró esa felicidad. Luego a la hora de su muerte recogemos la libretita, sumamos el tiempo vivido y olvidamos el tiempo pasado desde su nacimiento. Por eso usted sólo ve ocho o diez años vividos y no anotamos los ochenta años pasados desde que nació, pues a lo que le damos valor es al tiempo realmente vivido, intensamente y de forma feliz
.
Me quedé tan estupefacto como el protagonista de esta historia y pensé en los pocos momentos que a lo largo de la vida podemos considerar realmente bien vividos y "con fundamento", como diría el Arguiñano.


Ese lunes siete de Septiembre de dos mil nueve, a eso de las cinco y media de la tarde y en la clínica de la Concepción..., si, si, a la que llevabas al abuelo Paco a tratarse del cáncer que lo mató en mil novecientos sesenta y ocho..., el día anterior al que tenía prevista mi boda..., pues bien te decía que ese lunes y a esa hora conocí a Mario Azaustre Heras, mi nieto y biznieto tuyo.
Sólo llevaba en este mundo una hora y tres cuartos y estaba ante mí, dormido en una cuna de plástico transparente, grande y precioso, casi calvo y muy blanquito, como todos los niños de nuestra familia, con sus manitas que agitaba de cuando en cuando intentando asirse a algo imaginario..., y yo sólo acerté a buscar esa libreta del relato anterior, para anotar en ella este momento feliz que vivía, para que se tuviese en cuenta como uno de los más felices de mi existencia y para sumarlos a los otros momentos afortunados que en mi vida han sido.
...¡Es tan guapo, mamá!