"A les penes punyalades i darrera gots de vi"
Una sensación pastosa y un sabor amargo en la boca, calor y congestión en la nariz, percepción de ahogo y las lágrimas no tardan en correr por mis mejillas. Así es como muchas veces al día remato el recuerdo de mi Carmen.
Ha pasado un larguísimo año y todo sigue igual o peor. Ya sé que no lo superaré nunca y solo espero poder acostumbrarme poco a poco a esta situación. Durante este tiempo he jugado a comunicarme mentalmente con ella pero no he sido capaz de escribirle ni una linea, entre otras cosas porque las lágrimas no me dejan ver el teclado y porque no es nada probable que ella pudiese leerla. De hecho éste escrito debería estar dirigido a ella y no a hablar de ella, aunque en el fondo está dirigido a mi mismo para reafirmarme en mis convicciones y en mis sentimientos.
¿Porqué tanta tristeza? si a fin de cuentas mi vida ha sido inmensamente feliz.
¿Porqué tantas lágrimas? si he sido dichoso a su lado y siempre he asumido que un día u otro todos hemos de morir inevitablemente.
Ahora he empezado a encontrar las respuestas.
Su grandeza de espíritu, su bondad y el amor que me daba me apabullan cuando me voy percatando de ello.
Sabía que estaba muriendo y todo su empeño estaba en ocultármelo para que yo no sufriese. Y lo logró con la ayuda de los oncólogos que la trataron ¡vaya que si lo logró!
Siempre me he sentido muy orgulloso y feliz paseando de su brazo.
Debo resultar patético subiendo solo a la Fuensanta o paseando por el pueblo, cuando todo el mundo nos ha visto siempre juntos, paseando, en la compra, viajando o en cualquier sitio por donde hayamos aparecido.
Echo de menos su mano posada en mi mejilla en una caricia cálida y llena de ternura que yo siempre acababa besando la palma de su mano.
Echo de menos la luz de sus ojos brillantes y grandes en los que se reflejaba toda su pasión.
Ahora estoy solo sin su presencia, sin su voz, sin su sonrisa y sin su amor.
Esa soledad no me resulta incómoda, es más, mejor solo que mal acompañado. Lo que me acongoja es cuando me pongo en su lugar y asumo su sufrimiento callado, cuando encuentro en el libro que estaba leyendo antes de morir, una carta manuscrita dirigida a nuestro nieto, a sabiendas de que sería la primera y la última que escribiría.
Fue una mujer bellísima, la más guapa que jamás he visto y me entregó los cuarenta y cuatro años mejores de su vida. Me dio dos maravillosos hijos de los que estoy muy orgulloso. Lo mismo se hacía un abrigo que una blusa o un traje de chaqueta, las mejores camisas que he tenido me las hizo ella, y como cocinera era extraordinaria, sobre todo por la ilusión y el cariño con el que preparaba ricos pasteles y sabrosos platos.
Buena conversadora y culta, muy culta, lectora empedernida de todo tipo de literatura. Cinéfila a tope, jamás vio un programa de cotilleo o telenovelas. Cariñosa con todos los que la conocieron y discreta en todo lo que hacía.
Esa era mi Carmen, la que me decía "A les penes punyalades i darrera gots de vi" (hablaba perfectamente catalán), cuya traducción es " a las penas puñaladas y después vasos de vino"..., lo de los vasos de vino, si, pero lo otro no sé como.
En mis mejores sueños, jamás podía imaginar que me diese tanto, me hiciese tan feliz y me quisiese tanto. Ante ésto sólo me queda intentar parecerme a ella y darle las gracias.
Gracias por haberme querido tanto.
Gracias por haber sido la mejor amante.
Gracias por haber sido mi compañera y mi mejor amiga.
Gracias por los dos hijos que me has dado.
Gracias por tus miradas y tus caricias.
Gracias por tu compañía y tu comprensión.
Gracias por tu generosidad y discreción.
Gracias por tu tarta de queso y por tus besos.
Gracias por haber compartido la vida conmigo.
Gracias..., muchas gracias. Nunca te olvidaré
1 comentario:
Siempre nos dejan las mejores persona.
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