17 agosto, 2010

Semana Santa en Roquetas de Mar.

Lo que no viene en las Guías

Eran las diez de la mañana del Domingo de Ramos cuando salimos de Alcaudete rumbo a Almería.
Un nuevo socavón en la A-92 (..., y ya van...,) nos hace recuperar la antigua ruta a Guadix, pasando por Alcalá la Real e Iznalloz. La idea es parar en los tenderetes de cerámica, que hay a pie de autovía y a la altura de Purullena.

Cierto que es divertido parar en estos sitios, máxime cuando hay algún bareto en el que tomar un resopón, pero en modo alguno se va a encontrar en estos puestos de suvenirs y cerámicas ganga alguna. Se da la paradoja de que compramos un puchero de barro para usar en la vitrocerámica, que unas semanas después, encontramos, mucho más barato, en la Ferretería la Herradura de Alcaudete.


Una vez en la autovía que nos llevaba a Almería, pudimos apreciar la cantidad de nieve que brillaba en las cumbres de la Sierra, presagiando los días de frío que aún quedaban. Hacía tiempo que deseábamos realizar este viaje, pasando por la capital, con la finalidad de comer de tapas en alguno de los muchos sitios que en Almería hay, y no nos complicamos demasiado, nos dirigimos al aparcamiento de reciente construcción y que tiene salidas a la Puerta Purchena. Muy cerquita de allí está la Plaza de las Flores, copada por los hoteles Torreluz, y en la taberna de uno de ellos nos pusimos de grana y oro.
Volveremos durante la semana a pasear por las calles de esta bella ciudad, nos acercaremos a la rambla, que era eso, una rambla y ahora es un magnífico paseo que acaba en el mar. El Instituto donde hice el bachiller, la Plaza de San Sebastián, la calle Murcia y la calle Granada, la calle de las Tiendas, que ha conocido épocas mejores, la catedral, la alcazaba y la calle Real que acaba en el parque y el puerto, sin olvidarnos de hacer una visita a la Virgen del Mar y sus calles aledañas, con esa peculiar arquitectura que poco a poco va desapareciendo para mi disgusto.

Nuestro destino era el Hotel Hesperia Sabinal de Roquetas, hotel que ha tenido tiempos mejores, pero que aún da lo suyo, una esmerada gestión lo mantiene a tope casi todo el año, con lo que ello lleva consigo, así es que no nos vamos a quejar. Tenemos proyectado recorrer toda la zona en los siete días que vamos a estar alojados en este lugar y eso empieza en el mismo momento de nuestra llegada, así es que esa primera tarde la dedicamos a recorrer el paseo marítimo y la zona de las Urbanizaciones, como ellos la denominan.

Yo he vivido en Almería entre 1955 y 1965, allí hice todo el bachillerato, y jamás he dejado de ir por allí, pues mi esposa es almeriense, así es que conozco la zona. Recuerdo un viaje en autostop que realicé, con quince años, desde Granada a Almería por la costa y puedo asegurar que desde Balanegra a Almería, pasando por el Cañarete, el paisaje era casi lunar, mejor aún, como el de algunas películas del western, en las que, en un desierto plano con montañas al fondo, se circulaba por una larga, estrecha y bacheada carretera, atravesada a veces por esas grandes madejas de matojos y raíces secas que el viento transporta. bajo un cielo abrasador y donde no se presagiaba otro ser vivo que algún que otro lagarto. A lo lejos un pequeño poblado donde se agrupaban, una gasolinera, la pequeña Casa Cuartel de la Guardia Civil, un destartalado hotel de carretera y unos cuantos cortijillos. Aún no era el tiempo de los invernaderos y los agricultores llamaban "los zecanos" a su tierra de labor. Estoy hablando del Ejido de Dalias de los años sesenta, nada que ver con el Ejido actual, que a pesar de la crisis económica, es un emporio de riqueza y donde hay más bancos y cajas de ahorros por kilómetro cuadrado de toda Andalucía. reflexiono sobre esta circunstancia y no deja de asombrarme que hace cincuenta años era la zona más pobre y deprimida de toda Andalucía y ahora es el no va más en agricultura de invernadero y en zonas turísticas, dejando muy atrás a otras partes de Andalucía que por los años sesenta se consideraban ricas, como la provincia de Jaén sin ir más lejos.

El Ejido era eso un ejido de Dalías y Dalías es hoy casi lo mismo que era hace cincuenta años, así es que, paradojas de la vida, se podría decir que Dalías es un anejo o barrio del Ejido.

La plaza del Ayuntamiento, el Mercado Municipal, sus largas y bulliciosas avenidas son impresionantes, llenas de comercios y servicios no dejan hacerse a la idea de que hace cincuenta años era todo un erial reseco y solitario.

La costa del Ejido es Almerimar y recuerdo que por aquel entonces no había casi nada, sobre todo si lo comparamos con la magnífica ciudad de vacaciones en la que se ha convertido. Tiene uno de los más bellos puertos deportivos que he visto y es una gozada pasear por sus muelles al lado de los amarres de los yates.

Hoy en día es imposible circular por aquella larga y solitaria carretera de los años sesenta, toda la zona es una inmensa ciudad y donde no hay edificios hay plástico, es decir invernaderos, en los que se cultivan los productos de huerta que surte los mercados europeos y españoles. Recuerdo que en esa carreterilla de aquellas épocas había, antes de subir al Cañarete, un rótulo que indicaba que, a la derecha se iba a Roquetas de Mar, sin que se viese ni a lo lejos la población. Hoy en ese lugar hay una plaza rotonda, rodeada de grandes edificios, que nos indica que por una impresionante avenida se va en dirección al centro de la ciudad y a la costa.

Roquetas es impresionante, desde sus cuidadas avenidas a los grandes hoteles, sus centros comerciales, el auditorium, la plaza de toros, el palacio de congresos y su puerto son dignos de visitarse, y lo hacemos varias veces durante la semana que estamos en la zona. En su mercado encontramos "présules" que así llaman a los guisantes recién cogidos y sin desgranar. Manjar exquisito para comer en crudo, al ajillo, en tortilla o de cualquier manera. Nada que ver con esas pelotillas verdes que venden congeladas en los supermercados.
El agua de Almería de los años sesenta era potable pero salobre y endiabladamente mala, así es que, aunque la bebíamos, no le servía a mi madre para hacer las legumbres, y por ese motivo compraba agua, que en unos carros de madera se transportaba a la capital desde los pueblos de Enix, Félix y de un manantial llamado “Fuente de los Álamos” situado en el término municipal de Gádor, el agua de Araoz. Este recuerdo me anima a recorrer estas localidades y probar sus aguas así es que una mañana paseamos por estos pequeños pueblos que todavía guardan el encanto de otras épocas.

Dejo para el final Aguadulce, un recoleto puerto y una población costera, con un agradable paseo marítimo desde el que se ve Roquetas de Mar. Allí, en Aguadulce estuve de campamentos cuando era un tierno infante de once añitos. Ni que decir tiene que no existía nada de todo lo que hay hoy.
De regreso a Alcaudete pasamos por el mercado de los Ángeles de Almería y nos llevamos un ranchillo de pescado fresco que alegró nuestra cocina y nuestro paladar los dos días siguientes.

16 agosto, 2010

12 agosto, 2010

Icono de San Nicolás

Tabla con óleo, témpera, pan de oro y abalorios (2000)

06 agosto, 2010

La Cruz de Caravaca

2 de Mayo, es domingo y casi ha anochecido.

En la terraza de un bar del puerto de Adra, dos parejas charlan animadamente ante unas cervezas y unas tapas de pulpo seco a la plancha.

Son, José y la Yoli con Indalecio y Marimar. Indalecio es hermano de Yoli y naturales de Adra. Marimar es del Ejido, en el poniente almeriense y está casada con Indalecio. José es de Alcaudete, en la provincia de Jaén, y comparte su vida con la Yoli que espera para Septiembre su primer hijo.
Indalecio y José se conocieron haciendo la mili en Viator, se hicieron buenos amigos y en varias ocasiones pasaron juntos algunos permisos militares en Adra. Allí conoció José a la Yoli, se hicieron novios y acabaron casándose para vivir en un discreto y moderno piso cerca del puerto de Adra.
José se gana la vida con un invernadero que tiene cerca de la autovía que te lleva a Almería e Indalecio es profesor de literatura en el instituto de secundaria Abdera.
Marimar se agacha y recoge del suelo una pequeña Cruz de Caravaca que había llamado su atención por su reflejo plateado.
- ¿Que es eso nena?
- Creo que es una Cruz de Caravaca.
A José le llama la atención y se la pide a Marimar. la limpia minuciosamente contemplando su brillo y dice:
- Por mi tierra usan esta cruz para evitar el mal de ojo en los niños..., psst..., supersticiones.
- ¡Vaya!, y aquí también ¿que te crees?-
le contesta Indalecio.
- Es una cruz muy rara ¿no os parece?- pregunta José.
- No tan rara - contesta Indalecio - Es una cruz de las que llaman patriarcales, que tienen un pie y dos travesaños paralelos y desiguales, en Caravaca se conserva en un relicario con forma de cruz de doble brazo horizontal, de casi veinte centímetros de alto con la apariencia de un gran pectoral. Si queréis os cuento su leyenda.
José asintió con interés, así es que Indalecio tomó de nuevo la palabra.
- La Vera Cruz, que así es llamada, apareció en el castillo de Caravaca el 3 de mayo de 1232..., o sea..., mañana es su cumpleaños..., y allí se venera desde hace ocho siglos. en aquella época reinaba Fernando III el Santo en Castilla y Jaime I en Aragón. En Murcia al contrario había por entonces un reino de taifas, así es que en ese tiempo Caravaca estaba dominado por los moros.
Se cuenta que entre los años de 1230 y 1231, se hallaba el rey almohade de Valencia y Murcia, en sus posesiones de Caravaca. Interesándose por los oficios que ejercían un grupo de cristianos que habían hecho prisioneros recientemente, para así dedicarlos a los menesteres más adecuados a sus conocimientos. Mandó que fuesen interrogados en su presencia sobre las habilidades de cada cual.
Dicen que se hallaba entre los cautivos un sacerdote llamado Ginés, quien, había venido desde Cuenca a las tierras dominadas por los moros con la finalidad de ejercer apostolado. al ser interrogado contestó que su oficio era el de decir la misa, y el rey moro quiso saber en que consistía tal trabajo. Se mandaron traer los ornamentos necesarios y el 3 de mayo de 1232, en una de las salas del castillo, el sacerdote comenzó la misa. Pero, a poco de comenzar, se tuvo que parar pues le faltaba en el altar algo imprescindible: un crucifijo. En ese instante, por una ventana del recinto, dos ángeles descendieron del cielo y colocaron la cruz de doble brazo que portaban sobre el altar. El cura pudo seguir con la liturgia y celebró la eucaristía. Ante hechos tan maravillosos, el rey almohade se convirtió al cristianismo, junto con todo su séquito.

Dicen que pasados unos años se supo que la cruz que dejaron los ángeles en Caravaca era la Vera Cruz que había estado en el pectoral del primer patriarca de Jerusalén, el obispo Roberto, hecho con trozos de la madera de la Cruz donde se sacrificó a Jesucristo.
Durante el resto de la velada, toda la conversación giró alrededor del mismo tema, hasta que cerca de la madrugada decidieron retirarse a descansar.

3 de mayo, lunes a las ocho de la mañana.

Yoli despide en la puerta del piso a José, que se va a pasar por Puente del Río a recoger unos fertilizantes en lo de Hortocampo, antes de ir al invernadero. José ha pasado una noche de pesadillas, sabe que bebió más cervezas de la cuenta y las Cruces de Caravaca se mezclaron con guerreros templarios y caudillos moros que luchan desaforadamente en su vertiginoso sueño. Estos temas siempre le gustaron y le encanta escuchar a su cuñado cuando le relata historias y leyendas en las que está bien puesto.
Arranca con dificultad el viejo Land Rover y se dirige hacia la antigua carretera de Almería. A José le encanta pasar por este tramo de carretera lleno de árboles centenarios, con sus troncos encalados para que los conductores lo vean bien, son imponentes, dan buena sombra y una sensación de frescura muy agradable.


De repente José siente una especie de mareo, percibe unos fogonazos de luz y los gigantescos árboles parecen reflejados en un estanque de agua que hace ondas. Frena suavemente pero no llega a parar del todo pues su visión vuelve a la normalidad. Se restriega los ojos y recupera la calma..., hasta que después de unos pocos kilómetros se para en el arcén. Hace ya un rato que quedaron atrás los grandes árboles, no reconoce su entorno y lo que más le mosquea es el letrero que indica un desvío hacia Lorca y Águilas..., todo seguido indica que por la carretera que circula se va a Caravaca y a Murcia.

Se desvía a la gasolinera de Repsol que tiene al lado y revisa, incrédulo, la guía Campsa que lleva en la guantera..., efectivamente se encuentra en el cruce de la C-330 con la C-3211, la que va a Lorca.
- Esto es de locos - musita - ¿Como he podido llegar aquí?
Sale del coche y pregunta en la gasolinera. No hay duda. Viajaba por la N-340 al lado de Adra y sin saber como ha aparecido en otra carretera llena del mismo tipo de árboles centenarios, encalados en sus troncos y a unos diez kilómetros de Caravaca. Mira el reloj..., y son las las ocho y veinte de la mañana.

4 de Mayo martes, nueve de la mañana.

Todo el día anterior lo ha pasado en Caravaca, ha visitado el castillo y la basílica de la Cruz, ha deambulado por la ciudad en fiestas, le han contado la historia de los Caballos del Vino y ha podido verlos. se ha extasiado contemplando el desfile de los Moros y Cristianos y después de haber dormido, malamente, en el Land Rover, José, parte hacia Lorca para coger la autovía que le lleve a casa. Hace un rato que pasó por el tramo de los grandes árboles..., pero no pasó nada. En Barranda dio la vuelta y ahora, resignado, se dirige de regreso a Adra.
- Donde te has metido - Bramaba la Yoli al otro lado del móvil - Me tienes que explicar muchas cosas ¿sabes?
- Si..., si..., no te lo vas a creer..., pero bueno, si te crees lo que dijo tu hermano sobre los ángeles que trajeron la Cruz de Caravaca entrando por la ventana del castillo, no se porqué no me vas a creer a mi...

Pilar Salazar Martínez, mi abuela paterna

A mi nieto Mario

Mis abuelos han sido tan importantes para mí que considero una desgracia que una persona no tenga estos recuerdos.

Pilar Salazar Martínez era mi abuela paterna y nació en Alcaudete, provincia de Jaén, el miércoles tres de enero de 1883. Poco o nada puedo decir de su infancia o adolescencia, ni siquiera puedo decir exactamente el número de hermanos que tuvo. Sus padres fueron Juan Salazar Carrillo y Ana Martínez Vigil y de sus hermanos solo conocí a su hermana Dolores que fue la madre de Amparo y Manuela Bermúdez de Castro, esta última madre de los Salido Bermúdez de Castro, Eduardo, "Bobes" y demás hermanas y hermanos.
También conocí a un hermano de mi abuela que se llamaba Enrique y que se quedó cojo de una pedrada, que le dieron en la rodilla cuando era un zagal. Recuerdo su figura encorvada, siempre acompañado de su muleta con una permanente sonrisa y muy cariñoso conmigo cuando venía por la casa a visitar a mi abuela.


El 22 de Agosto del 1914 se casó con mi abuelo Eduardo y tuvieron dos hijos, mi padre Eduardo y mi tío Manuel.
Mi abuela Pilar fue una mujer muy peculiar, sastra y camisera de profesión tuvo taller propio hasta más allá de lo que hoy entendemos por edad de jubilación y junto a ella aprendieron a coser un buen número de mujeres de Alcaudete, las "nenas" como ella les decía. Todas sentadas en las sillas de enea, sin respaldo, a las que llamábamos "monas" y de las que aún queda alguna en mi patio.

La tarea de la costura debió ser una pasión para ella, pues no hizo otra cosa en su vida, eso y hacer la comida, aunque ella comía muy poquito. Su arroz con despojos de gallina, caldoso y ahumado por la madera de olivo que usaba como leña y su tomatillo frito, muy aceitoso, con chorizo y un huevo, perviven en mi recuerdo como deliciosos.
Era menuda y pequeña, con aquellas gafas de cristales redondos que lentamente se iban desplazando hacia la punta de su nariz. Se sentaba, para coser, a la izquierda de la salida al patio de la casa, donde había, (y sigue habiendo), un frondoso jazmín, del que, por las tardes de verano, se recogían sus flores para hacer las moñas o biznagas que lucían en la solapa de sus blusas los hombres de la familia o amistades.
La recuerdo con la aguja en la mano, armando la pechera de una americana o dando forma al cuello de una camisa de popelín, cantando, con un hilo de voz, el cuplé Flor de té, que inmortalizase Raquel Meller.
Otro soniquete que dejaba escapar con suave voz eran unas estrofas que decían así:

- ¿Te gustan los claveles?
- ¡Pues ya lo creo!
- Si yo te los regalo, ¿me harás un feo?

Al correr de los años supe que se trataba de una escena compuesta por Venancio e Isidra, personajes de "El Santo de la Isidra", un sainete lírico de costumbres madrileñas, musicado por Tomás López Torregrosa y con letra de Carlos Arniches.
También me acuerdo de otra cancioncilla que repetía con un cierto deje argentino...

- El día del casorio
dijo el tipo'e la sotana:
"El coso debe siempre
mantener a su fulana".
Y vos interpretás
las cosas al revés,
¿que yo te mantenga
es lo que querés?...
... Si en tren de cara rota
pensás continuar,
"Primero de Mayo"
te van a llamar.

No hace mucho que me sorprendió oírlo en la voz de Carlos Gardel y entonces pude saber que se trataba del tango "Haragán", escrito por Manuel Romero y Luis Bayón Herrera y con música de Enrique Delfino. Ignoro dónde y cómo aprendió mi abuela esa canción.

Entre los recuerdos de mi niñez, aparece un Tiovivo de hojalata, colocado sobre una cómoda de la salita de recibir y con el que me dejaban jugar en escasas ocasiones, así como dos caballos grandes de cartón, el más nuevo, colgado del techo en el hueco de la escalera de la casa.
El patio de la casa estaba partido en dos partes, la primera con su parra situada a la entrada de la cocinilla, estaba ajardinado con arriates y empedrado, la segunda parte estaba destinado a los pilares para el agua y el retrete, a almacenar leña de támaras de olivo y a una higuera de considerables dimensiones a la que me gustaba subir. ¡Un quebradero de cabeza para mi abuela!
También recuerdo un barreño con agua y ceniza en el fondo, en el que me gustaba meter una ramita para removerla suavemente y observar el movimiento de la ceniza dentro del líquido. Ya de mayor supe que dicha agua se usaba a modo de lejía y de ahí que no me dejasen enturbiarla.
Otra cosa que me fascinaba era observar a mi abuela, como mecía la plancha de carbón para avivar las ascuas que contenía. Cuando alcanzaba la temperatura adecuada la utilizaba sobre un cobertor y un lienzo blanco que colocaba sobre la mesa camilla. A veces se ayudaba con una pesada tabla de formas redondeadas que le servía para planchar las mangas de las chaquetas.

También he de mencionar una bandeja de mimbre, plana, que conservo como oro en paño y que mi abuela usaba como expositor de las camisas dobladas y recién planchadas.
Mi abuela Pilar me quería con desmesura y auténtica pasión, me resultaba embarazosa la forma en que me miraba, totalmente fascinada y no me quedaba otra que permanecer a su lado mientras me acariciaba y me miraba con arrobo. Yo también la quise mucho y por azares de la vida hoy vivo en la que fue su casa.
Solo de su mano y en su compañía, me atrevía a acercarme a un cuadro de grandes dimensiones que tenía en su dormitorio: Las Ánimas benditas del Purgatorio..., esas mujeres y hombres desnudos, con caras compungidas y entre llamas me producían auténtico pavor.
Su vida era una vida de trabajo de sol a sol y solo al anochecer, se vestía de negro, naturalmente, se encasquetaba el velo y a la iglesia del Carmen, a rezar el rosario, mientras se abanicaba mirando con descaro a unos y otras y a los que no dudaba en preguntar "..., oye..., tú de quien eres..."
Toda su vida se quejó del estómago, "tengo acedía", repetía con malestar y se tomaba un papelillo con bicarbonato. Cerca de cumplir los ochenta años, mi padre la llevó al médico en Almería, donde por aquel entonces vivíamos. Cual no sería la sorpresa que de acedía..., nada, lo que tuvo toda su vida fue falta de ácidos en el estómago y por eso su digestión era muy defectuosa, así es que mi padre le repetía una y otra vez..., "¿Acedía?¿acedía?, acenoche es lo que usted tiene"
Yo también le hablaba de usted, es lo que oía, pero no por eso tuve una relación distante con mis abuelos, al contrario.

Los últimos años de su vida tuve poco contacto con ella, le escribía cartas desde Barcelona que leía y releía una y otra vez. Perdió mucha vista y casi no podía coser, así es que su carácter se agrió un tanto y como es natural la pagaba con mi abuelo Eduardo, al que cuando se enfadaba llamaba "jurel" y le recriminaba diciéndole ..., "disfrutas friyéndome la sangre". Tuvo la mala suerte de caerse y quebrarse la cadera, no la operaron y así murió, en 1967, después de muchos días entre lamentos. Eran otros tiempos, pero no por eso justifico la crueldad de su final. No se si estará en la Gloria pero la mereció con creces, lo que si creo es que uno está un poco vivo cuando entra en el recuerdo de alguien. Por ese lado mi abuela Pilar está bastante viva pues no pasa un solo día que no la recuerde y piense en ella.