04 agosto, 2006

Martinillo "el Careto" un niño del siglo XVI


Martinillo “el careto” (I)

La Picota Alcaudete 1559


Estaba hipando, acababa de subir corriendo por la Barrera e intentaba recobrar el resuello y la compostura apoyando sus dos manos, justo encima de las rodillas.No podía seguir aunque quisiera, una procesión de clérigos con las capuchas caladas estaba desfilando calle abajo hacia el Arco de la Villa. Secó el sudor de su cara con la bocamanga de la camisa y cuando pudo, cruzó el anchurón ante Santa María, donde algunos artesanos recogían sus puestos y enseres.

Ya hacía rato que el sol se había ocultado por los cerros de Luque y de seguro que el ama le daría una buena regañina.

-Antes de que el sol se oculte, te quiero en casa ¿entendiste?.

-Si ama, aquí estaré.

Pero no iba a ser así, había estado jugando con el Pecas, Lagarto y Tonelete en las huertas de la fuente Amuña y aunque venía con tiempo se entretuvieron en demasía cuando al pasar por los Zagales, vieron a unos soldados que colgaban a dos ajusticiados en la picota que había frente a la fuente. Entre un grupo de curiosos y un rebaño que abrevaba, estuvieron observando cómo sacaron a los muertos del carro y después de pasarles una soga bajo los brazos, que tenían atados a la espalda, los colgaban de los salientes de la columna.

Allí se despidió de sus amigos cuando se percató de que la anochecida se echaba encima.

Martinillo era un niño valiente y revoltoso, pero con una gran curiosidad y ganas inmensas de aprender y enterarse de todo. Vivía solo con el ama en una pequeña casita a la falda del palacio de los señores condes, en el pequeño callejón de las Mimbres, aledaño a la calle de subida al palacio y pegado a la casa del hidalgo don Ramiro Setienne. Su ama era toda su familia, pero no tenía ni idea del parentesco que le unía a ella, sus amigos tenían padre y madre o por lo menos uno de los dos, pero él vivía con una anciana de edad indefinida que le cuidaba y se esforzaba en que se portase lo mejor posible.

Después del tirón de orejas y la retórica de la anciana, dio buena cuenta de un mendrugo de pan que acompañó con un trozo de entreverado de jabalí demasiado salado y un jarrito de agua. La anciana siguió con su monserga durante toda la cena y Martinillo la miraba asintiendo con la cabeza y enterándose a medias de las razones por las que debería ser más obediente.

Al rato cuando pareció que la cosa estaba apaciguada le dijo al ama:

-Ama, ¿puedo ir a “lo de don Ramiro”?

- Bueno… pero que no tenga yo que ir a por ti.

Salió a la calleja y al volver la esquina se apoyó en el quicio de la puerta del hidalgo. Siempre hacía lo mismo, se colocaba ahí y esperaba a que don Ramiro se percatase de su presencia, la puerta entreabierta dejaba ver el interior de la sala. Allí estaba el hidalgo sentado a la mesa, hojeando un grueso libro de hojas amarillentas y arrugadas que brillaban a la luz de las palmatorias.
- Pasa “Careto”- le dijo don Ramiro.

Apodaban “Careto” a Martinillo porque desde que nació tenia una mancha en la cara de color carmín azulado que se extendía por la parte inferior de su mejilla derecha y llegaba hasta la mitad de la nariz.

-¿Dónde has estado hoy?

Martinillo le contó sus juegos en la fuente y el espectáculo de los ajusticiados, percatándose en ese momento de la dificultad que tendría esa noche para conciliar el sueño sin tener pesadillas.

Don Ramiro lo escuchó con una media mueca en la cara y con parsimonia le dijo:

-Bien, a partir de mañana irás a recibir instrucción de fray Servando, dile al ama que venga luego a hablar conmigo y a ver si tenemos suerte y hacemos de ti, una persona de talento.

-¿Don Ramiro, por qué no me cuenta una de sus historias?

-Para historias estoy yo, pero siéntate ahí que te voy a dar algo.

Y siguió el hidalgo hojeando el libro, como si Martinillo no estuviese presente.

Don Ramiro era un anciano de porte, enjuto de carnes y muy alto, el hombre más alto que Martinillo había visto en su vida. Había venido de fuera de España, y hablaba de una forma diferente a como se hacía en Alcaudete. Vestía de negro siempre, con gola sencilla y media capilla, tocándose con un gorro diferente a todos los que había visto. Trabajaba en palacio y debería ser de la confianza de los señores condes, ya que los soldados le hacían reverencia a su paso, se apoyaba para caminar en un bastón que era tan alto como Martinillo y su paso era cadencioso y elegante como si nunca tuviese prisa. Había estado en Tierra Santa y había pertenecido a la Orden de Sión, cosa que de seguro, debía ser muy importante y de lo que no hablaba casi nunca.

Después de un buen rato, cerró el libro, haciendo que el polvo se esparciese ante la llamitas que iluminaban la mesa. Se levantó y lo colocó sobre un bargueño que había en la estancia, después, sacó un lío de tela de un baúl y lo situó sobre la mesa.

- ¿Cuántos años tienes?

- El ama dice que once, don Ramiro.

-Bien, pues ya va siendo hora que sepas algunas cosas.

El hidalgo, había deshecho el hato y de él extrajo entre otras cosas un retrato, hecho sobre una lámina de cobre, en el que se veía una hermosa mujer, se lo puso en las manos al muchacho y le dijo:

- Esta era tu madre, murió en el momento de traerte al mundo y como puedes comprobar era muy joven y muy guapa.

Martinillo se quedó de una pieza, miraba de forma hipnótica el retrato y no daba crédito a lo que don Ramiro le decía.

-¿Y mi padre?

Don Ramiro le miró fijamente y después de unos instantes de silencio le dijo:

-Eso lo sabrás en su momento, por ahora te basta con lo que estás viendo y te puedes llevar el hato completo ya que todo lo que contiene son cosas de tu madre…Que te lo guarde bien el ama.

El muchacho anudó el liote y poniéndose el retrato bajo el brazo, trincó el hato y salió hacia la calle sin decir ni adiós.

-Ve con Dios rapaz.- Dijo el hidalgo con una sonrisa- Ya tienes en que pensar esta noche, que no sean los que cuelgan de la picota.

Continua en http://martinilloelcareto.blogspot.com

04 mayo, 2006

Dos floreros pintados al óleo en el año 2000


El amante


El tenue polvillo del maquillaje acababa de disimular las ojeras que el espejo del tocador le devolvía. No había pegado ojo en toda la noche. Salustiano, su marido, se quedó como un leño al apoyar su cabeza en la almohada. No le dio opción. Durante la cena pensó en contárselo al acostarse, pero así era mejor, le dejaría una nota por la mañana.
- Salustiano, lo siento, mi vida contigo no tiene sentido, me voy, no te preocupes de mí, me marcho, voy a empezar una nueva vida, nada nos ata, que seas feliz. Yo lo voy a intentar de nuevo-
La nota, escrita nerviosamente en la carpetilla que dan en las agencias de viaje al comprar un billete de avión, estaba ante sus ojos. -Así está bien-. ¿Para qué más explicaciones? Todo le importaba un comino, estaba cansada de la rutina de su vida, seguro que Juan también estaba hastiado, su relación iba mal desde no sabía cuando. Había que dar el portazo. Cuando Juan Carlos le pidió que abandonase esa vida sin alicientes, tardó poco en decidirse.
A Juan Carlos lo conoció en los salones parroquiales, era del pueblo y lo conocía de vista pero no tenía idea de su encanto hasta que pegó la hebra con él. Su mirada era limpia, sonreía con los ojos y su boca era ¡tan seductora!. Se quedaba extasiada oyéndole hablar y miraba la comisura de sus labios limpios y brillantes, sin esa pastosa espuma blanca que casi siempre tenía Salustiano cuando articulaba unas palabras. Un paseo por el parque y unos cuantos tintos de verano a la salida de la reunión de Cáritas habían sido suficientes. De ahí al primer contacto amoroso en una pensión de la capital, sólo había pasado un mes. Si el séptimo cielo existía, se encontraba entre las sábanas de aquella habitación, El escalofrío de sus besos en la nuca, el susurro de sus palabras de amor al oído y la calidez de sus caricias le hacían estremecerse de placer al recordarlo.
Alguna amiga había reparado en la carita de gilipollas que se le quedaba.
-¡eh, despierta que te estás quedando traspuesta, ¿En que piensas?
- Nada,… pensaba-.
La decisión estaba tomada, se marchaba con Juan Carlos a Rótterdam, hasta estaba dispuesta a aprender holandés. Todo sería nuevo e ilusionante, estaba segura de que sería feliz, ya era feliz.

* * * * *
La azafata se acercó con una sonrisa, interrumpiendo los arrumacos que Juan Carlos le dedicaba,
- Por favor, abróchese el cinturón, vamos a despegar-
Sonrió y le contestó mientras cumplía la orden de la azafata
- Señorita, ¿nos podrá acercar un par de benjamines cuando estemos arriba?-
Por supuesto ¿recién casados?
-Así… así-
El vuelo pasó en un suspiro, nada era necesario ni urgente, todo estaba al margen, nada era más importante que contemplar, escuchar, acariciar y sentir a Juan Carlos. La azafata les obsequió con unos bombones después de servirles el champán y durante todo el viaje les observó desde la cortina entornada de la clase bussines.
El amor siempre es un espectáculo a no perder y la azafata sonreía contemplando a la feliz pareja. Su mirada se cruzó con la de ella varias veces y se devolvieron sonrisas de complicidad.
Al salir del avión cogió el antebrazo de la azafata para decirle:
- Adiós…soy feliz
- Adiós, no hace falta que lo digas-.
La azafata les vio perderse por el corredor arrastrando sus trolleys y abrazados por la cintura.
* * * * *
-Hola mi amor- La azafata estaba acodada junto al ventanal de la terminal, aviones iban y venían bajo el plomizo cielo de Rótterdam. Se oía fatal, debía cambiar de móvil … en cuanto volviese a España lo haría.
Estoy deseando verte, mañana vuelvo a Madrid y tendré tres días libres,
-¿Me quieres?- Uhmmmm -……………-
- ¿has hablado con tu mujer?
- Me dijiste que lo harías,……………-
-¿Qué te ha dejado una nota ella?,……………-
-Mejor así.
- Te quiero Salustiano, no puedo vivir sin ti, estoy deseando abrazarte, en este vuelo he conocido a dos enamorados…ya te contaré, te quiero mi amor.


* * * * *

Los pasajeros van y vienen, arrastrando sus equipajes y sus vidas, afuera, los aviones traen y llevan y entre las nubes aparecen tímidos rayos de sol que presagian un cambio en el tiempo.

25 abril, 2006

Óleo sobre cartón entelado (2001)

Oleo de Eduardo Azaustre Mesa Bodegón manchego

Apunte a grafito,(1983)

dibujo de Eduardo Azaustre Mesa Estudio de manos para un retrato

Homenaje a José María Tobaruela


José María Tobaruela o Josito-María, que así es como siempre lo he llamado, era como de mi propia familia, su íntima amistad con mi padre le sitúa en mis recuerdos más lejanos, con su sonrisa torcida, su pelo espeso y engominado, bien peinado hacia atrás y con sus ojos achinados y un poco hinchados.
Casi siempre lo veía durante los veranos, que era cuando más veníamos. Eran las vacaciones y solo en muy contadas ocasiones me trajeron mis padres por Navidad o Semana Santa..
Con su blusa de pijama recién planchada y una moña de jazmines en la solapilla, al igual que su padre Juan Ramón, paseando por el parque o tomando un chatito de vino con sus amigos en “lo de Fernandillo”.
Muchas tardes era yo, de niño, el que llevaba, a la tienda frente al Carmen, el paquetillo de jazmines que preparaba mi abuela Pilar, para que se hiciesen las moñas. Allí lo encontraba, pegando la hebra con alguno de sus múltiples amigos, sobre el entarimado húmedo por los continuos riegos que Juan Ramón o Josito hacían para crear algo de fresco en el local.
- Dile a tu padre que te traiga la Semana Santa.- y sacaba de la trastienda un viejo capirote, que me ponía en la cabeza para hacerme sentir nazareno, mientras con la voz, hacía el repique de tambores. Me contaba historias de las procesiones y me enseñaba a desfilar como un romano. La Semana Santa para mi era más de oídas que de vivencias, en realidad vine de niño un par veces y nunca me vestí de romano o de nazareno en ninguna procesión. Así es que en los veranos era cuando yo desfilaba, en la casa donde hoy vivo, tocado con un gorro y plumero de papel, realizado con un ABC antiguo, un trozo de paño rojo, atado al cuello a modo de capa, un escudo de cartón y una espada de madera, que me suministraba Antonio Ruiz, a hurtadillas del jefe de la carpintería, su hermano Paco, que no estaba para perder el tiempo en niñerías. Pocas veces vine a ver las procesiones, pero los recuerdos son imborrables y en el centro de todos ellos está la figura de Josito, vestido de los Dolores, al mediodía del Viernes Santo, en la calle Carnicería, parando a la Virgen en mi puerta y alzándome en brazos para que la viese bien.
Al principio de los setenta, yo venía unos días de vacaciones en Agosto, a ver a mis padres y en más de una ocasión nos fuimos Josito, Juanito Espejo y mi padre, acompañados de mi mujer, a tomar vinos y tapas por Luque y Zagrillas. Íbamos en un R-8 azul que yo tenía y regresábamos cargaditos y bastante tarde, para desespero de mi madre.¡Anda que no disfrutaba Josito llevándonos aquí y allá a tomar unos vinos!
Durante los ochenta, yo vivía en Jaén y procuraba venir en Semana Santa, sobre todo, el Jueves y Viernes Santo. Entonces fue cuando cumplí a través de mis hijos, la ilusión de vestirme de romano. Les compré sendos trajes y los puse a desfilar tras Jesús y delante de la Virgen de los Dolores. Tengo una película en superocho, que rememora el día y donde se ve la procesión, pasada la muralla, poco antes de llegar al Hidalgo. Yo, con mi mamotreto de cámara de cine, mis hijos con sus gafotas, vestidos de romanos, en medio de una mini centuria de ilusionados enanillos y Julián Porras subido en su Vespa, parado frente a Salelles diciéndome -¿Qué, Eduardito, romaneando, eh?
Ese día Josito, que iba de nazareno, se acercó varias veces hasta donde yo iba con mis hijos, dejando la proximidad al trono de los Dolores, para participar de mi ilusión y la de mis hijos.
Recuerdo los abrazos que se daba con mi padre, abrazos con paliza incluida en la espalda de cada cual. Así nos abrazamos Juanito, su hijo, y yo cada vez que nos vemos.
Cuando decidí venirme a vivir a Alcaudete, en el 2000, él fue uno de los que más se alegró de mi decisión y fueron muchas las tardes que me los encontraba a los dos, el matrimonio, agarrado el uno al otro, al regreso de su paseo. En uno de esos paseos encontró la muerte o la muerte lo encontró a él, frente a Salelles y al Hidalgo, donde la película de super-ocho.
Es curioso, la última imagen que me ha quedado de Josito es en la Velada, anterior a su muerte, yo iba a ver las carrozas a eso de las doce de la noche y estaba sentado junto a su mujer, en el poyete que hay al lado de la explanada donde se aparca la romería, allí me quedé a hablar con él, apoyado en la señal de prohibido el paso y perdí el interés por ver las carrozas.
No se en qué canción oí aquello de “…estamos vivos mientras alguien nos recuerda y habla de nosotros”, si es así, tú estarás muy vivo, mientras estemos en este mundo todos los que tuvimos la fortuna de conocerte y quererte. ¡Que Dios te bendiga Josito María!

21 abril, 2006

Retrato al óleo (años 70)

El tio Pedro por Eduardo Azaustre Mesa
Tio Pedro el pescador

A vueltas con el aceite. LA VENTA

Una cosa es vender y otra es despachar. Digo esto porque cuando vamos a comprar algo, algunas veces, lo compramos a pesar del vendedor y no porque éste haga nada por facilitar la venta, es decir nos han “despachado”.
¿Quién no ha tenido alguna vez la sensación, de que nos estaban haciendo un favor al realizar una compra?
Decimos: Con mi dinero voy a donde quiero. Es cierto, pero a veces, “tragamos” con un mal servicio a la hora de la compra, aunque también es cierto que acabamos por no comprar donde no nos atienden bien.
Ahora que tenemos Comercializadora, y parece ser que se está profesionalizando el sector de la venta del aceite de oliva, puede ser que empiecen a unificarse criterios de venta y se comience a atender al comprador como debe ser.
Entre cooperativas y almazaras privadas, hay en Alcaudete siete u ocho. Su fin primordial es vender el aceite que han obtenido de la molturación anual. Una parte de ese aceite se vende en los despachos y a empresas que ajustan los precios, exigen condiciones de pago y plazos de entrega. Todo esto se respeta a ultranza por aquello de que el cliente siempre tiene razón y es el que a fin de cuentas aporta el deseado dinero.
Otra parte del aceite se vende a particulares, a quien generalmente se le cobra más por litro que a las poderosas empresas que hemos mencionado en el párrafo anterior. Esta venta que se hace a particulares, no es nada despreciable y cada vez es más importante. Siempre se ha dicho que lo ideal es vender del productor al consumidor y no a través de intermediarios, pues bien estos particulares son consumidores finales del producto y si están contentos con él, hablarán muy bien de nuestro aceite, dando lugar a la publicidad “boca a boca”, baratísima y más efectiva que ninguna otra.
No se trata de influir en los compradores particulares sobre la bondad de nuestro aceite, de sobra saben ellos lo bueno que es. Algunos hacen un montón de kilómetros para comprarlo.
De lo que se trata es de atenderlos bien, y aquí es donde no actuamos todo lo bien que sería de desear. No voy a hablar de todos los que venden aceite, solo voy a poner unos ejemplos de la disparidad de criterios que se siguen a la hora de vender aceite. Además no voy a identificar los puntos de venta para que nadie se me moleste, así es que llamaré a las almazaras o cooperativas como “punto de venta”.
En uno de los puntos de venta, hay casi todo el año un solo empleado, que hace multitud de funciones, y que es el encargado de vender el aceite a los particulares que se acercan a esta almazara. Ya es complicado e incómodo ir a este lugar, sin señalización ni letreros indicativos y por un camino que pone en riesgo nuestros amortiguadores. Pero no podemos decir que nos atienden mal, la simpatía de este empleado y su buena disposición, hace fácil la compra, nos pide que abramos el maletero y deposita en él las cajas que previamente le hemos pagado en la oficina. (Nos consta que en algunos otros punto de venta se sigue el mismo proceder).
Hay otro punto de venta que tiene un buen servicio para el comprador local, este es el reparto domiciliario en el pueblo. Llamas por teléfono y un día a la semana hacen entrega domiciliaria del aceite encargado.
Pero también hay otro punto de venta que es otro cantar, el acceso es fácil y la cercanía al pueblo hace atractiva la compra, pero donde se falla es en la venta.
La oficina es grande, hay varios empleados pero cuando entras en ella se echan de menos esas cafeterías de Madrid en donde al entrar te dicen los camareros “Buenas tardes señores pasen al fondo que enseguida les atiendo…”. Aquí nadie se mueve, y nosotros al ver que no se nos hace caso alguno, nos dirigimos a la primera mesa que vemos y decimos como pidiendo perdón, ¿venden aceite? Y nos contestan ¿Cuánto quieren?
Después de indicar la cantidad en litros, nos interesamos por uno que compramos la vez anterior, le decimos el nombre de marca del aceite en cuestión y nos contestan:
-Si, esa es nuestra marca-
Si, si -contestamos- pero era mas caro que el que comercializáis con esa marca.
Ah vale, entonces son tantos euros.
Pagamos nuestras tres cajas de garrafas de cinco litros y nos quedamos a la expectativa hasta que nos dicen.
Ahí tiene una carretilla y el que usted quiere son las cajas de la derecha, que aunque son iguales tiene un letrerillo en el lateral con su nombre.
Bueno, pues eso que agarramos la carretilla y ponemos una caja y nos vamos hacia la puerta, nos peleamos con la carretilla y la puerta para poder salir, llegamos al coche, maletero abierto, quince kilos a las espaldas y adentro. Volvemos a entrar y repetimos la operación dos veces más. Después entramos con la carretilla vacía y tímidamente decimos:
-¿Dónde dejo la carretilla?
-Ahí mismo-
-Bueno, ¡adiós!-
-¡adiós!-
Salimos afuera, nos sentamos en el coche y lo primero que decimos es -aquí no vuelvo-. Pero volvemos o ¿no?.
¿Será verdad que vamos a empezar a cuidar los detalles y a facilitar la venta o vamos a seguir en este plan tan poco amable? Todos saldríamos ganando si se mejora la atención al cliente.

27 marzo, 2006

Apuntes a grafito en Abril de 1981

dibujo de Eduardo Azaustre MesaLa casa de A. Lirola en la playa de Balerma.

dibujo de Eduardo Azaustre MesaLa Piedra del Moro, Balerma (Almería)

A vueltas con el aceite. EL GRADO


En el año1980, me fui a vivir a Jaén desde Cataluña, que era donde vivía por razones laborales, y tengo que decir que mi vida cambió en todos los aspectos. Entre las cosas que más me impresionaron, está el asunto de la leche. Si, como suena la leche de consumo diario, en los desayunos y meriendas de mi familia.
Venia por casa un lechero que tenía varias vacas, llegaba con su cántara metálica y su jarrillo de medio litro en la mano, dejando en la puerta del rellano del piso, un reguero de gotas de leche que siempre había que recoger con la fregona.
Esta leche, que vendría bautizada seguramente, era de una calidad extraordinaria, olía a leche y sabía a leche, como ya no recordará la mayoría de los lectores. Al hervir dejaba un dedo de nata amarillenta, con un sabor riquísimo que mis hijos disfrutaban untada en una rebanada de pan, espolvoreada con azúcar.
El caso es que por el 1985, empezaron a oírse comentarios de que por razones de salud, por higiene y por no se que más oscuras pretensiones, se iba a prohibir la venta domiciliaria de leche.
La venta directa del productor al consumidor se la cargaba de un plumazo la administración de aquella época.
Más de un año tardaron mis hijos en acostumbrarse a la leche de cartón, el precio subió y la leche bajó de calidad en picado. Al tiempo me encontré con el lechero por la calle y comentando el tema, me dijo que el también había perdido, se la pagaban más barata de como él me la vendía, y lo único que la central lechera le medía para aceptarla era “el grado”, (supuse que esto era una medida de control). Como a veces no daba “el grado” la leche de sus vacas, algún listo le dijo que con urea sube “el grado” de la leche y así me dio a entender que de cuando en cuando añadía urea a la leche, de la que tenemos más a mano los seres humanos. También me dijo que después de colar la leche y darle “un hervor” le quitaban todo menos el color blanco (grasa, nata, crema, etc.,) y que esa era la leche entera que yo compraba, porque de algún sitio tenía que salir la mantequilla y las natas para cocinar y montar.
Organizaron unas campañas publicitarias impresionantes, a las que han colaborado multitud de médicos ¿?, indicando que la leche des-cremada y semi-desnatada es lo “chachi”, le sacaron a la leche entera de cartón, lo poco que le quedaba y la siguen vendiendo con éxito.
Ahora creo que hay una leche que se presenta mezclada con fruta líquida, con Omega-3 ¿?, con vitaminas A, B y E, (supongo que se las añadirán en pastillas) etc., etc.
Por otro lado, con el jamón pudo pasar como con la leche, hace bastantes años, estuvo a punto de desaparecer el cerdo ibérico, importaron unos cerdos europeos, mas rentables según decían, y fue desapareciendo de casi toda España, menos de algunas zonas donde supieron defender y poner en valor lo suyo.
Hoy los productos ibéricos se cotizan por “su olor y sabor” y no por normas que no lo diferenciarían de los cárnicos generales.
A lo que iba, al aceite.
Imaginad por un momento que el olivarero pudiese vender su aceite puerta a puerta como aquellos lecheros, eso sería lo ideal, del productor al consumidor, sin intermediaros. Eso se puede conseguir (aproximadamente) con una comercializadora, pero en competencia con los aceites y marcas comerciales.
¿Habéis probado alguna marca comercial de esas que están en la mente de todos? ¿En la etiqueta dice Virgen Extra y seguro que pasa todos los controles, menos el de mi nariz y mi paladar, no huelen a nada y no saben a nada, sobre todo comparándolo con los aceites de nuestras almazaras.
¿Nuestra comercializadora va a mantener esta calidad?, ¿y le va a resultar rentable?, ¿o se va a dedicar a mezclar y mezclar (eso, si cumpliendo los controles) hasta perder el olor y el sabor?
Yo solo tengo un olivo de plata sobre el piano de mi casa, puede que sea el menos indicado para hablar del tema, pero soy un gourmet, enamorado del maravilloso y exquisito aceite de Alcaudete, tanto, que pagaría por su valor real, sin necesidad de subvenciones y lloraría su pérdida, como la de la leche.
A los italianos que dominan el mercado internacional, les resulta rentable comprarnos aceites a los andaluces, que mezclan con aceites griegos, turcos y tunecinos, mezclan con refinados, orujos y demás. Unos buenos químicos y catadores en plantilla hacen que ese batiburrillo de aceites sea comestible y pase los controles. Lo venden a más de seis euros la botellita (eso si, monísima) de tres cuartos y como en el caso de la leche le añaden “cositas”, por ejemplo, ajos, hierbas, etc., de todo menos el aceite bueno al que estamos acostumbrados por aquí.
El tiempo lo dirá, pero yo creo, y ya he dicho que yo soy el menos indicado para ello, que nuestro mercado ha de ser el de la calidad extrema y no aceptar solamente esos controles que miden por igual un aceite puro y virgen de nuestras almazaras y esos aceites comerciales que no huelen ni saben a nada, el secreto no está en parecernos a ellos sino en diferenciarnos, por la calidad que da el sabor y el olor.
Pero ya os he dicho que soy el menos indicado para ello.

18 enero, 2006

Alcaudete-Fuente Orbes

Aparcó al lado del viejo edificio de la estación. Bajó del coche sin dejar de mirar el entorno, tan absorto, que se llenó la suela de los zapatos de un fino barro, que a duras penas pudo limpiar con la hierba que crece en los andenes. La manguera de los cubatos(1), el muelle, la Sierra Orbes, todo el conjunto entró por sus pupilas y le llenó de cálidos recuerdos. El día era espléndido, pero la hora no era la más adecuada para emprender un paseo por la Vía Verde del Aceite, a las cinco de la tarde en Octubre, el sol está demasiado bajo, pero sin pensarlo se puso en marcha en dirección a Martos.
Solo hacía dos días que había llegado al pueblo, y ya había resuelto los asuntos que le habían obligado a venir. Después de comer en el Hidalgo y reposar un ratito en la habitación del hostal, tuvo el impulso de bajar a la antigua estación del ferrocarril. Los dos días en Alcaudete le habían permitido pasear por sus calles y rememorar recuerdos de la infancia, rincones y callejas, sus fuentes, su parque. Hacía cincuenta años que no había venido y eso es mucho tiempo. Cuando sus padres emigraron tenía doce años, luego, cuando se instalaron en Leganés, se llevaron a los abuelos y ya que no tenían ningún familiar cercano, dejaron de venir. La universidad, su boda con una compañera de estudios oriunda de Aragón, los hijos… Hacía eso, cincuenta años que no venía.
Caminaba con parsimonia, reparando en el paisaje e intentando recordar imágenes de tiempo atrás. Los olivos al lado de la Vía se podían tocar al paso, cuando no circulaba por zona de trinchera.

Los puentes con sus rótulos relativos a ingenieros franceses de muchos años atrás, la finca del Chaparral, la caseta de ferroviarios de “la Cunera”, la Muela, la Dehesilla, en donde su abuelo tenía el olivarillo, la Zahúrda.
- ¡Que recuerdos! –.
Venía con su abuelo Nemesio siendo un crío, unas veces andando y otras en la camioneta-autobús de Bartolo, que hacía el transporte de viajeros entre la estación y el pueblo. Alguna que otra vez estuvo en la cantina de la estación, bueno en las dos, en la del andén, de Bernarda y José “el Cojo”, donde algunos cortijeros se atizaban buenos perucos de vino manchego y en la de enfrente, al otro lado de la vía, servida por Ramón Carrillo.
-Cruza rápido, nene, que viene la Cochinica(2).- decía Nemesio, y él saltaba por entre las traviesas y los gruesos guijarros, como una cabrilla, para desesperación del anciano que no perdía de ojo al revoltoso nieto.

Casi siempre apañaba un puñado de garbanzos tostados, que era la tapa habitual, cuando el abuelo se convidaba con algún amigo ferroviario.
En el olivarillo jugaba entre los olivos mientras el abuelo se afanaba en cortar varetas y otros menesteres, el buen hombre tenía un ojo en lo que hacía y otro en el crío, como presintiendo el peligro del tren. La vía pasaba por la linde del olivar, … y alguna vez que otra “le vio las orejas al lobo”, como en una ocasión, que no lo arrolló el tren de puro milagro.
Entre recuerdos y paradas para contemplar el paisaje, llegó al tercer puente, bajó un trecho hacia el puente romano, y al pie de un chaparro, se sentó en el suelo y fijó su mirada en el entorno, estaba a gusto y sin saber cómo se quedó plácidamente dormido.
Cuando despertó estaba entumecido, el sol había desaparecido y en la penumbra, le costó trabajo subir a la Vía. El sueño fue corto pero la pesadilla que le acompañó le había dejado tan mal sabor de boca, que incluso se sintió un poco mareado. Sería por haber rememorado sus travesuras de pequeño y el percance en el que, de pelitos, no resultó atropellado por el tren. Sintió frío y aceleró el paso para entrar en calor. Desde allí a la estación había una hora de camino y menos mal que la luna estaba en creciente, porque la noche se estaba echando encima.
El sonido de los chinorros del camino y el canto de un mochuelo era lo único que le acompañó durante un buen trecho, eso y los tenebrosos recuerdos de su pesadilla, en la que lo atropellaba el tren, en aquella ocasión de su infancia que el abuelo impidió de milagro. Había sido tan real que no podía quitárselo de la cabeza.
De pronto se paró en medio del camino, le había parecido oír el tren,
-También son ganas de …, pues anda que no hace años que no hay vías.-
Continuó la marcha y de nuevo sintió el ruido de la máquina. Se le acorcharon las manos y un frío gélido empezó a lamerle el rostro. Dio unos pasos más y… Allí estaba, esperándole, en plena curva, la máquina humeante con su luz encendida, soltando chorros de vapor y presta a emprender la marcha.
No podía dar crédito a lo que estaba viendo, era imposible y sin embargo no había duda, la maquina emprendía la marcha y a todo lo que podía se encaminaba hacia donde él se encontraba. Sus pies no le respondían y en su mente se decía que era una alucinación, que todo debía ser fruto de su maldita pesadilla, pero un terror inmenso le dejó petrificado cuando la máquina lo traspasó de adelante hacia atrás, llegando a ver el interior del convoy, con los pasajeros que en los vagones ocupaban sus asientos, y que le miraban con expresión burlona.
Cuando el tren pasó, en sus ojos despavoridos sólo brillaba el tenue resplandor de la luna, silencio de nuevo, sonó la llamada del mochuelo y cayó de bruces en el camino.

El facultativo de Alcalá la Real, dio el siguiente informe de autopsia:
Don Teodoro Toledano Bermúdez, natural de Alcaudete, Jaén. Residente en Madrid, Paseo de los Olmos 14 , Ingeniero Industrial y jubilado, falleció el 23 de Octubre, entre las dieciocho y las veintiuna horas en el término de Alcaudete, a dos kilómetros del edificio de la antigua estación del ferrocarril Alcaudete-Fuente Orbes, en la conocida como Vía Verde del Aceite, donde fue localizado por el vecino de la localidad Eduardo Ortega Lendínez, apodado “el Manquito” a eso de las nueve de la mañana del día siguiente a su defunción.
La defunción se ha debido a parada cardio-respiratoria, sin que se aprecien otros motivos para su muerte, pero se da la extraña coincidencia de que en su rostro había una expresión de pavor y asombro, no habitual en fallecidos por esta causa.

Alcalá la Real 2 de Noviembre de corriente año en curso. Firmado al pié: el forense (ilegible)

(1) Los cubatos son los depósitos del agua que había en las estaciones de ferrocarril para las máquina a vapor.
(2) La Cochinita era un automotor, especie de TALGO de uno o dos vagones, que circulaba en aquel tiempo.

07 enero, 2006

DIÁLOGOS EN EL ÚTERO(La parábola de los gemelos)


Dedicado a la memoria de mi amigo y compañero Nono.

Dos gemelos comparten un útero. Los dos duermen plácidamente. El sonido sincopado que llega a sus oídos los mantiene relajados y tranquilos.
Número Uno abre los ojos. La tenue y mortecina luz que llega del exterior le permite contemplar el rostro de Número Dos. En uno de sus vuelcos en el líquido amniótico ha quedado con una de sus mejillas pegada al hombro de Número Uno.
Hace ya un montón de tiempo que fueron concebidos, para ellos una eternidad. Se han criado juntos y se han visto crecer. Han compartido la existencia en el Útero. Toda una vida. Número Uno se asombra de lo grande que es Número Dos. A ese paso, pronto no cabrán en el útero y tendrán que salir. El Alumbramiento no puede tardar. En el líquido que le rodea y que también baña a Número Dos, hay demasiadas partículas en suspensión y su sabor dulzón empieza a tornarse cada vez más amargo.
Número Dos está tranquilo. Nada que ver con el desasosiego y temor que mostraba en su anterior discusión con Número Uno.
Dos.- Aquí no cabemos y el alimento que me llega por el cordón umbilical es cada vez menor.
Uno.- Cálmate, ya verás como MADRE proveerá, ella que ha cuidado siempre de nosotros no nos abandonará.
Dos.- Si es que existe MADRE, porque nunca la hemos visto.
Uno.- Tiene que existir, seguro, ¿Cómo si no se explicaría nuestra existencia?. Existe y nos quiere. Seguro que es su propio alimento el que comparte con nosotros.
Dos.- O no, quien te dice a ti que nuestra existencia no es fruto de una circunstancia natural y que es la propia naturaleza la que nos ha mantenido vivos. Tu siempre me dices que al final de nuestra vida en el Útero, cuando llegue el Alumbramiento, abriremos los ojos a una nueva vida y tengo que decirte que lo veo bastante improbable. Nuestra vida actual es imposible fuera del líquido que nos rodea, si el líquido desaparece, desapareceremos con él.
Uno.- No, yo creo en MADRE, estoy convencido de su existencia y no se como, pero seguro que después del Alumbramiento abriremos los ojos a una nueva vida desconocida para nosotros. No recordaremos nada de nuestra vida anterior en el Útero y podremos sentirnos dichosos de la contemplación del rostro de la MADRE.
Dos.- ¡Que imaginación tienes!, seguro que antes de nosotros ha habido otros en este útero y que yo sepa no ha venido nadie del exterior a decirnos lo que hay fuera, ni a hablarnos de la existencia de la MADRE. Cuando llegue el Alumbramiento se acabó lo que se daba.
Número Uno recuerda la larga vida compartida con Número Dos en el Útero. Desde muy pequeñitos, cuando repararon el uno en el otro, compartieron juegos y confidencias, vivieron felices y despreocupados, nada les faltaba y todo era sosiego y tranquilidad. Bueno, a veces el ruido sincopado se volvía alterado y arrítmico, los ruidos del exterior se tornaban extraños y amenazadores, el alimento que llegaba por el cordón se hacía más escaso y eso les hacía sentir un pellizco de preocupación y temor, pero al cabo pasaba todo y tornaba la normalidad.
Número Uno piensa que ha tenido una buena vida que ha compartido con Número Dos y no teme al Alumbramiento, su fe en una nueva vida después del Útero le hace mantener la esperanza y minimiza la angustia vital por el sentido de su existencia. ¿Qué razón iba a tener la vida en el Útero? ¿Todo se va a acabar en el Alumbramiento? -Sería absurdo-.
Toda una existencia en el Útero para nada, para desaparecer sin más.- No puede ser -. Número Dos siempre ha dicho que nos hemos imaginado la existencia de MADRE, como única explicación lógica de nuestra existencia en el Útero. – No puede ser verdad -.
Últimamente son más frecuentes las discusiones entre los gemelos, y es que se acerca el día del Alumbramiento. La vida en el Útero acaba. Primero tendrá que abandonarlo uno y luego el otro.
Así, entre dudas y preguntas, sumidos en profunda angustia, transcurren los últimos días de los dos gemelos en el seno materno.
Por fin llegará el momento del Alumbramiento. Cuando los gemelos dejen su mundo, abrirán los ojos y lanzarán un grito. Lo que pueden llegar a ver y sentir superará sus más atrevidos sueños.

Tomado de Labensängste (Miedo existencial)-Lebensträume (Sueño de la vida). Krankenbrief (Carta de un enfermo) 1999/1, 3.

Cuentos de colores.- Blanco, Azul y Rojo


BLANCO
Las paredes eran blancas, completamente blancas, la luz del sol entraba por el amplio ventanal dejando un cegador resplandor en la estancia, y en el centro, ella, con su vestido de encaje y seda sobre su frágil cuerpo, sentada en el taburete, descalza y ondeando su cabello, claro y rubio, a la brisa que llegaba del exterior. Sus ojos permanecían fijos en el horizonte, un horizonte sin línea, una línea sin paisaje, un paisaje de resplandores níveos, un resplandor sin contornos. Sus pupilas albinas solo le permitían percibir una claridad excesiva y sin embargo no le molestaba, sus ojos permanecían extremadamente abiertos, llenándose de luz, esa luz que abriga y da calor. En la estancia solo había eso, luz, mucha luz y una hermosa niña, de ojos muy claros que solo ven eso, claridad, luz blanca, sin matices cromáticos.
-Bien, Clara, vamos a ver esos ojos.
El doctor con su bata blanca, se había situado delante de la niña y ayudado por una minúscula linterna, dejó un haz de luz muy intensa en el interior de sus pupilas, las miró y remiró, sin que Clara parpadease o le molestase lo más mínimo.
-Bien, esto está muy bien.
Cogió a la niña por los brazos y la levantó del taburete. La enfermera la sujetó por detrás y dando solo unos pasos la acostaron delicadamente sobre la camilla, luego, en suave movimiento fue sintiendo como se deslizaban las ruedas por el pavimento, el paso de una estancia a otra, el traqueteo casi imperceptible de las ruedas al pasar de una baldosa a otra y los cambios de resplandor al pasar bajo los fluorescentes, le indicaba la distancia recorrida hacia el quirófano. Luego la quietud, los cuchicheos y el ruido del material quirúrgico.
-Clara ¿quieres contar desde diez para atrás?
Diez…nueve…ocho…siete…seehh.
Después nada, la nada, bueno, la nada luminosa y una sensación pastosa en la lengua, así como un regusto desconocido.
Clara llevaba doce días con el vendaje, desde que despertó, sabía que algo nuevo había ocurrido. La operación podría tener éxito o no, pero la claridad que sentía en sus ojos era distinta, a veces veía una luz de extrañas tonalidades, bajo las vendas, que decrecía comprimiéndose sobre ella misma, para volver a aparecer ante sus ojos cerrados, quedaba estática como una mancha luminosa y su propia aureola la comprimía de nuevo hasta dejarla reducida a un punto, así una y otra vez, diría que siguiendo las pulsaciones de su corazón.
Sintió pasos a su alrededor y unas manos amigas que acariciaron su pelo.
- Clara, vamos a quitar las vendas ¿estás preparada?
- Si, pero tengo miedo.
- No te preocupes, todo irá bien.


AZUL

El mar golpeaba con fuerza sobre las rocas, la luz del mediodía resplandecía sobre la espuma que saltaba de la cresta de las olas, el azul del cielo parecía mucho más intenso en contraste con unas nubes altas, blancas y espesas. El mar tenia un tono azul marino que desde el horizonte nítido y recto, mantenía su color hasta la orilla, donde se perdía en tonalidades verdosas al contraste de las rocas y la espuma.
Clara miraba el mar y sentía como los colores pasaban por sus ojos componiendo un paisaje espléndido de tonalidades azules.
-¡Que maravilla, abuelito!
- y que lo digas,-
respondió el anciano.
Cosme tenía ochenta y cuatro años y una ilusión cumplida- ¡Clara veía por fin! - y esa certeza le emocionaba sobremanera, desde que vino la niña a su casita de la costa, Cosme no se separaba de ella, ¡era tan feliz con solo mirarla! que no existía en el mundo nada más bello que contemplar su rostro, a veces con dificultad, ya que las incómodas lágrimas no le permitían verla con nitidez y es que sentía un nudo, una congoja, que tenía que volver el rostro para recuperar la compostura.
Desde hacía dieciséis años, tenía a Clara clavada en el corazón, los años pasados con la nieta ciega, los intentos porque recuperara la visión, el fracaso, la amargura, la lucha y la desilusión, pero ahora Clara se mostraba magnífica, allí en la mecedora, tan linda, junto al acantilado y a su lado. Dieciséis cuchillos de acero azulado clavados en su corazón y de pronto la paz, el sosiego, - Clara veía – ¡Es maravilloso vivir! y de nuevo la felicidad se desbordaba por los cansados ojos del anciano humedeciendo sus mejillas.
- Abuelo ¿Por qué lloras?
- Porque te quiero Clara.
Clara coge una de las cintas del vestido, la levanta hasta los ojos y dice - mira abuelo es tan azul como el mar -, el abuelo sonríe y de nuevo vuelven a brillar sus cansados ojos.


ROJO

Es noche cerrada, sin luna ni estrellas, algo arde cerca, crepitan unas llamas y chirría una rueda que gira cansina sobre el coche volcado en la cuneta, la portezuela destrozada y medio abierta ha permitido a Sonia salir a gatas del vehículo, instintivamente se aleja del mismo, sintiendo la hierba húmeda bajo sus manos. Un liquido pastoso y caliente chorrea por sus sienes, se arrastra, vomita y sigue alejándose del coche cuneta arriba, el vientre le duele y le pesa, casi le roza en el suelo, solloza calladamente mientras se agarra a las hierbas mojadas por la lluvia que casi ha cesado. Un resplandor rojizo a su espalda le hace acelerar su huida, el coche arde y sus llamas tintan de rojo los arbustos que crecen al borde de la carretera. Oye el sonido de una sirena y casi ve los destellos rojos de las luces de la ambulancia, después se desmaya.
El abuelo Cosme llora en el banco de madera que hay junto a la entrada de quirófanos, son las cuatro de la madrugada y lleva allí sentado dos horas y media, entre las lágrimas fija su mirada en la luz roja de acceso prohibido que hay sobre las puertas batientes, entran y salen los facultativos y Cosme musita, recitando como un autómata, una oración. Se da cuenta que le hablan cuando deja de ver la luz roja. Se levanta con una angustia infinita en el pecho y acepta el bulto que le ofrecen.
-Lo siento don Cosme no hemos podido hacer nada por su hija, ya no estaba viva cuando entró en quirófano, pero aquí tiene Vd. a su nieta, creemos que está bien aunque no se la podrá llevar hasta mañana, que la verá el pediatra, aparentemente está bien pero he notado algo en sus ojitos, bueno, el pediatra dirá, no se preocupe ya verá que todo se arregla, lo siento don Cosme.
Cosme abre los ojos llorando, lleva dieciséis años viviendo la misma pesadilla, pero ahora, es distinto, Clarita ve, ve y eso le hace sonreír cuando despierta, sudando y llorando por la pesadilla roja.

El jarrillo desmochado (cuento infantil)


Hay cosas que los niños saben y que los adultos ignoran, así es que os voy a relatar algo que a duras penas creerán los mayores pero que los niños entenderán perfectamente.
Cuando se sale de la cocina y se cierra la puerta, dentro de la misma ocurren cosas maravillosas y esta es una de esas historias de la cocina, cuando no hay nadie dentro y la puerta está cerrada.


Érase un jarrillo de lata que estaba desmochado, tenía un color blanco, pelín amarillento por el culete y un filo azul por todo su borde, su asa era de lo más airosa, así es que colgaba de un cáncamo al borde del platero, luciendo su marca oscura bordeada de gris, producto de algún porrazo. El desmochado.
A su lado y colgando también, se encontraban otros cinco jarritos, iguales a nuestro protagonista pero que sin embargo no lucían ninguna rayadura o desperfecto. Sobre el poyo de la cocina se retrepaba una cafetera amarilla de lo más pomposa, se adornaba la cabeza con una tapadera de lindos contornos y su gruesa panza se estrechaba hacia el cuello donde lucía su retorcido pitorro.
-Mira que sois golfos- les dijo a los jarritos, -dejad de meceros que os vais a caer, y no me importa que os desmochéis sino que os caigáis encima mío y me hagáis un rayajo.
Los jarritos entre risas, no hicieron caso a la cafetera y siguieron con sus juegos y mecidas. Poco más allá y encima del poyo también estaba el frutero que acurrucaba en su interior dos manzanas un melocotón, tres plátanos y un racimo de uvas.
-Cafetera, no seas cascarrabias - dijo el frutero - déjalos que se diviertan,¿ no ves que son pequeños y tienen ganas de divertirse?.
Los plátanos, que como ya sabéis, son siameses y están unidos por el rabito, dijeron al unísono.-Nosotros también queremos mecernos.
El melocotón que era muy orondo y aún estaba poco maduro comenzó a empujarlos apoyándose en las manzanas, las uvas colaboraron en el empeño y por fin cayeron afuera del frutero sobre el poyo, de tal modo que uno quedó al aire y los otros dos apoyados en la espalda.
-Ja, Ja, Ja ¡Que divertido!- decían mientras se daban unas cuantas mecidas. Al borde del frutero las uvas se reían contemplando las cambaladas que daban los plátanos.
En estas estábamos cuando la olla que había junto al anafre comenzó a ponerle música a las mecidas de los jarritos y los plátanos, haciendo sonar su tapadera.
- chis pum-chis pum-chis pum-
La cafetera bastante irritada comentó:
- No, si no pararéis hasta que entren y nos frieguen con un estropajo-
Por si fuera poco, los platos del platero empezaron a aplaudir, sin mucho ruido pero siguiendo el ritmo que marcaba la olla.
-clas, clas - clas, clas-
Y las tacitas que estaban sobre el platero se animaron a comenzar un zapateado sobre sus platitos.
-clin clin clin- clin clin clin-
De este modo y con la música, hasta las uvas bailaban y los jarritos empezaron a aumentar las mecidas, compitiendo hasta que el desmochado se dio de bruces sobre el poyo.
-¡ay!- ¡ay!- gritaba.
- Ya te lo había dicho que caerías- le regañó la cafetera.
Pero enseguida comenzó a reír y como había caído volcado, empezó a dar vueltas, cuando llegaba al asa giraba en sentido contrario y no paraba de seguir el ritmo.
- chis pum-chis pum-chis pum-…..-clas, clas - clas, clas- …..-clin clin clin- clin clin clin-
Los otros jarritos que pararon asustados al ver caer al desmochado, volvieron a mecerse cada vez más y a seguir la juerga.
A todo esto y en un rincón del poyo, había un cazo que miraba la escena con una carita muy triste.
-¿Qué te pasa cacillo?, baila con nosotros- le dijo el jarrito que estaba volcado y girando.
-No quiero, estoy enfadado.
-Pero hombre no seas tonto y diviértete.
-No que estoy sucio-
y es que unos chorreones de leche quemada caían desde su borde hacia abajo.
Había quedado olvidado a la hora de limpiar la vajilla y por eso se había apartado al rincón del poyo.
-No te preocupes cacillo, ya verás- le dijo el jarrillo y de un brinco se puso de pie.
Comenzó a caminar por el borde del poyo hacia la fregadera y allí encontró al "nanas" que con sus rizos y siguiendo el ritmo de la musiquilla se mecía en el agua jabonosa que quedaba en la fregadera.
-Nanas, capullo, ¿porqué no dejas al cacillo como los chorros del oro?
-Dile que venga para acá y ya verás.
El cacillo que lo oyó se puso en marcha, pasando el gesto de enfadado a divertido, y hasta seguía el ritmito antes de llegar a la fregadera.
-Risss-rasss, Risss-rasss- decía el Nanas mientras acicalaba al cacillo -Risss-rasss, Risss-rasss-,-Risss-rasss, Risss-rasss-.
El cazo se quedó que parecía una porcelana, tan limpio y aseado que se olvidó de su enfado y se sumó al jolgorio general, repiqueteando su rabito sobre las baldosas de la pared mientras volvía a su rincón.
-Tin, tin, tin-Tin, tin, tin.
En esto se abrió la puerta de la cocina y entró la mamá, encendió la luz y todo quedó en silencio.
-Que raro me había parecido oír … ¡Ah claro el jarrillo que se ha caído! …Pero eso si que es raro.
Lo colgó en su cáncamo, apagó la luz y volvió a cerrar la puerta.

06 enero, 2006

No sentía nada


Hacía ya más de tres horas que no sentía nada, no me dolía nada, pero no podía moverme, mis miembros estaban completamente paralizados, pensé que estaba atado a la cama, sólo la penumbra de la luz que se colaba por la ventana me daba conciencia de que me encontraba en el dormitorio del hotel de Nairobi a donde habíamos llegado la noche anterior. No podía parpadear ni mover un dedo pero podía oír, oía la respiración de Marta y el bullicio del principio del día que entraba del exterior.
Hacía casi tres horas, o al menos así me lo parecía que Marta se había despertado y después de incorporarse se quedó mirándome fijamente, aunque no sentí nada me percaté del manoseo y del zarandeo al que Marta me sometió durante varios minutos, sus gritos llamándome y el llanto derivaron en un hipo que entre mocos y lágrimas le hacían decir frases inconexas.
Marta había salido de mi campo de visión pero oí como pedía auxilio por teléfono en el pobre inglés que podía articular, después se acercó de nuevo y vi en su rostro la gravedad del momento. ¿Por qué no me podía mover?¿Por qué no podía hablar? Veía y oía pero ¿por qué no sentía nada? Marta apoyó su oído sobre mi pecho y después de unos segundos se incorporó entre sollozos.
Multitud de negros pensamientos pasaron por mi mente, ¡qué maldita parálisis me había dado! Hice esfuerzos por moverme pero nada, intenté tranquilizarme y pensé en concentrar mi pensamiento sobre un dedo, intenté moverlo, como había aprendido a hacer en las clases de yoga que recibí de adolescente , pero nada, puede que lo moviese pero no sentía nada, ni el roce de las sábanas. Marta había encendido las luces y sobre el techo giraba un ventilador que oscilaba peligrosamente amenazando caerse, intenté de nuevo articular alguna palabra
– Marta… Marta.
Nada, mi boca estaba sellada, lo pensaba pero no podía decirlo. Entró alguien en la habitación y cuando se colocó a los pies de la cama vi que era el recepcionista, me miraba y miraba hacia donde estaba Marta, aunque no entendía bien comprendí que intentaba calmarla, después por mi derecha apareció un camarero que dejó un vaso y una botella de agua en la mesita de noche.
-Pero si está helado- dijo Marta.
No haría más de dos horas que había llegado el médico, se sentó en la cama a mi izquierda, colocó su “fonendo” en los oídos y lo aplicó a mi pecho, lo sé porque lo vi, yo no sentía ni el contacto del “fonendo” ni sus manos. Me incorporó sentándome en la cama y a los pocos segundos me dejó caer de nuevo en el lecho.
No entendía lo que le dijo a Marta, pero su llanto y la gravedad de su rostro me indicaron que la cosa debía ser grave. Un par de enfermeros de tez muy oscura me depositaron sobre una camilla y me taparon el rostro con una sábana que casi se transparentaba dejándome intuir lo que ocurría delante mío. El ascensor, la recepción, la calle y ya dentro de la ambulancia Marta me quitó la sábana del rostro. Estaba llorando.
Intenté razonar, seguro que iba a un hospital, allí me harían pruebas y seguro que me recuperaría, a mi no me dolía nada, sólo que no me podía mover, …no me podía mover, …no me podía mover.
Empezó a asaltarme una idea horrible, pero no, no podía ser, comencé a recordar una película que de muchacho había visto, La Obsesión, creo que se llamaba,¿Quién la hizo? A ver… Roger Corman me parece, si si, Roger Corman y Ray Milland de protagonista, un tío obsesionado con ser enterrado vivo, ambientada en el siglo pasado, que “canguelo” pasé en el cine, ¿como se llamaba la enfermedad?.. catelepsia o catalepsia, si, si, catalepsia, pero bueno los médicos sabrán, estamos en el Siglo XXI, además lo mío no va a ser eso, seguro que me ponen algo que me permite recuperar el movimiento, ¡si pudiese hablar, aunque solo fuera una palabra!
No hará ni cinco minutos que han terminado conmigo, sigo sin moverme, pero seguro que ya saben que hacer conmigo, a Marta ya no la veo y no sé para qué me han metido en esta bolsa de plástico negro, debe ser que me van a hacer otra prueba más, a dónde me llevarán, menos mal que no siento nada, este pasillo no acaba nunca, ¡Dios mío porqué entramos aquí!, ¡aquí no!, ¡aquí no, esto es la Morgue!, ¡aquí se trae a los muertos y yo estoy vivo!, ¡aquí no!, ¡no!, ¡no!, ¡aquí no!, ¡no!, ¡no cerréis la cremallera de la bolsa!, ¡no!. ¡No me dejéis aquí, esto es la morgue!, ¡no!, ¡no!, ¡yo estoy vivo!… Dios mío ¡estoy vivo!…¡no!, ¡no!, ¡no!.

La esquela.


Abrió los ojos. Un pequeño murmullo se colaba en el dormitorio desde la sala contigua, miró hacia la puerta entornada y por el resplandor que se colaba, se dio cuenta de que había una luz encendida. Cerró los ojos, los parpados le pesaban como si se hubiese despertado con resaca, ¿Quién habría en la sala? Siguió con los ojos cerrados mientras notaba que un extraño frío le había invadido, sin embargo no sentía nada, ni la maldita rodilla derecha que todas las mañana le importunaba fue un obstáculo para que se sentase en la cama. Estaba bien con los ojos cerrados. ¿Quién habría en la sala que no dejaba de hablar en voz baja? Se puso de pie y en un primer impulso se dirigió a la sala pero frenó en seco, que más le daba, la curiosidad era mucho menor que el deseo de salir al patio. Giró en redondo y tanteó la aldaba que cerraba la pequeña puerta que daba al exterior. Al salir le envolvió un bochorno pegajoso que no alivió su sensación de frío.
Abrió los ojos, se dirigió al portón y como si tuviese mucha prisa se coló afuera.
Anduvo presuroso y salió a la Plaza por la calle Pastelería. Las luces tenían un halo especial, como de niebla, bueno, más que niebla era “fosca”, como llaman los catalanes a esa humedad ambiental que da un aspecto irreal a la luz. Pronto amanecería, la plaza estaba desierta, Quico se había dejado encendida las luces reflectoras de la pared del bar y las sillas y mesas se habían quedado sin recoger. Fue hacia Mari Trini y un coche aparcado le impidió acceder a la acera. Miró el Arco pero no le apeteció subir la cuesta.
Todas las mañanas hacía lo mismo, menos los domingos, pasaba el arco, subía la cuesta y llegaba a la panadería a por el bollo, los sábados dos, después se dirigía por la calle del Carmen hasta el Más y Más, ya iba para tres años que se enfadó con las dependientas de Mari Trini, hacía una pequeña compra y de regreso compraba el Jaén.
De nuevo en casa, desayunaba mientras ojeaba la prensa y volvía a salir por la calle Campiña hasta el campo, visitaba los viejos olivos de un olivarillo que heredó por los años sesenta de su tío Trinidad, el que volvió de Argentina. De regreso y a eso de las dos, un tomate con sal y un poco de aceite en el plato acompañaban a diario alguna proteína que generalmente procedía de una lata de sardinas, paté o salchichón, que ¡maldita sea! cada vez estaba más duro. Descabezaba una siestecita y de nuevo salía, esta vez hacia el parque, la Fuensanta, un pequeño descanso en los bancos de piedra y regresaba al pueblo por la carretera de la sierra, jamás se paraba con nadie, ¡Hola y adiós! Peñuelas, calle Alta, cuesta del Cerro, Cruz del Sordo, la plaza y a casa. Todos los días cenaba lo mismo, unas sopas con leche y sacarina en un tazón grande de loza. Después se sentaba delante de la tele y como no tenía mando a distancia se dedicaba a hacer zaping pulsando los botones del televisor, hasta que encontraba algo que llamaba su atención y se retrepaba en la mecedora para quedarse frito a los pocos minutos. Al despertar, apagaba el televisor, bebía un poco de agua, recogía el orinal del retrete que había en el patio y a la cama.
Los domingos no diferían en mucho, salvo que no visitaba la panadería y el Más y Más, o que el periódico era el ABC con su dominical, lo demás era casi igual, acortaba el paseo al parque, se quedaba a la entrada, en el quiosco, se sentaba en el interior y después de tomarse un pepsicola regresaba a misa de Santa María, después el zaping, el orinal y la cama.
Seguía con frío, sin saber porqué se dirigió hacia la calle Llana y casi sin darse cuenta se puso en lo alto del Pilarejo, salió al Portillo de Martos y bajó por la trocha, hacia muchísimo tiempo que no iba por allí, casi desde que era joven y de eso hacía la tira. Un mojón le sirvió de asiento y sin venir a qué se puso a rememorar su vida, sus años en Mollerusa, la muerte de su mujer y sus dos hijos en accidente de tráfico, el cambio que su vida dio, la vuelta al pueblo jubilado…¡hasta cuando duraría tanta rutina! Siempre igual, todos los días lo mismo, menos hoy, hoy era diferente ¿por qué?... Su artrosis de rodilla y ese dolorcillo en las manos había desaparecido, estaba bien y lo único… esa maldita sensación de no entrar en calor.
La medida del tiempo debía de haber cambiado, no comprendió que el sol estuviese bajando hacia el ocaso y encauzó sus pensamientos hasta su rutina diaria, no había comprado el pan, ni el periódico, ni …
Regresó por sus pasos y esta vez se dejó caer por la avenida de Andalucía, ¡que coraje le daba! la avenida de Andalucía, cuando de toda la vida era la carretera de Jaén, pasó por el cruce de las Peñuelas, el piserío frente al parque, el antiguo cuartel y llegó a la gasolinera, casi tropieza con el yerno de Panadero que estaba colocando una esquela en la fachada del Torero, dio unos pasos, se paró en seco y volvió atrás para leer la esquela. La leyó, la releyó y la volvió a leer, no podía creerlo, se quedó de una pieza. Siguió caminando presurosamente hacia la muralla y en vez de entrar por la calle del Carmen, siguió hacia abajo por la carretera, la almazara de Hernández y carretera adelante hasta que se encontró a la entrada del Tanatorio. Pasó la verja y apresuradamente subió las escaleras, arriba estaban dos o tres conocidos que fumaban un pitillo, pasó a su lado sin saludar y después de asegurarse del número de sala se acercó al cristal.
Allí estaba el difunto, pálido como la cera, con su viejo traje negro de rayas que se solía poner el Jueves Santo, la corbata granate y dos algodones en las fosas nasales. Era verdad, Telesforo Funes Colmenero de cuerpo presente, la esquela no estaba equivocada, era él mismo, estaba muerto y se había enterado el último.