21 agosto, 2009

¡Que guapa era mi madre!

Recuerdo ahora a un compañero de telefónica, que al enterarse de la muerte de mi padre y darme el pésame, me dijo que todavía me quedaba el consuelo de tener a mi madre. Él por desgracia, había perdido a sus padres y ya estaba "en primera fila".
Doce años me ha durado no estar "en primera fila", desde el miércoles pasado, diecinueve de Agosto de este año de 2009, ya estoy "en primera fila", como me decía "el Morenín".

Se me ha muerto mi madre y ya no la veré más. Estaba en una buena residencia privada de Alcázar de San Juan. Allí la han atendido y le han dado la calidad de vida que sus hijos no podíamos ni sabíamos darle. De hecho la llevamos a ese centro, porque se nos moría a chorros. Hace más de cuatro años ni nos conocía, el Alzheimer se iba cargando una a una las neuronas de su cabeza. Pudo con el cáncer de pecho, curó los huesos rotos de su frágil cuerpo, le pusieron prótesis en las dos caderas, superó una rotura de pelvis y por si eso fuese poco se le empezaron a desordenar los recuerdos y las ideas en su mente, confundía a su hijo Paco con su nieto Alberto, no sabíamos como hacerle entender que estaba en su casa y sufría por no reconocer su entorno ni a los suyos.
- Vámonos ya.
- ¿A dónde mamá?
- A mi casa.
- Pero si ésta es tu casa...
- Venga, déjate de tonterías y vámonos ya...
Ahora llevaba más de año y medio sin recaídas, había recuperado los recuerdos, nos conocía a todos y preguntaba por todo. Las imágenes de su juventud se empezaban a reordenar con las actuales en su torturada mente y mi hermana Estrella volvía a ser aquella Estrellita que ella tuvo en Cádiz y que durante un tiempo no sabía relacionar. El Alcaudete que existía en su cabeza volvía a tener imágenes y recuerdos más recientes, que se acoplaban a los de su juventud. Mi hermana iba todos los días a verla y de cuando en cuando, hojeaba con ella la revista Sierra Ahíllos. Al ver las fotos, reconocía a los que aparecían en sus páginas y hasta llamaba a las enfermeras para mostrarles, alguna de las imágenes que aparecen en mis colaboraciones, diciendo:
- Este es mi Eduardo.
Y sonreía, pícara y orgullosa, esperando la aprobación y admiración de ellas.
Ahora repaso y ordeno los recuerdos que me unen a mi madre y me hace feliz la imagen de su sonrisa, de su risa franca y alegre.
¡Que guapa era mi madre! Y no es porque yo lo diga..., que podéis preguntar a los que la conocieron. Guapa y buena, sencilla y humilde como ella sola, orgullosa de los suyos y capaz de renunciar a todo, por tal de evitarle un disgusto a cualquiera... ¡Que guapa era mi madre!
Ahora, me falta la certeza de poder verla y compartir con ella unas risas, me falta la alegría que trasmitía al estar a su lado, me falta, y ya para siempre. Me falta su vocecilla frágil, preguntándome por todo lo que en su mente la mantenía unida a Alcaudete. Se ha ido a pocos días de conocer a su primer biznieto..., unos van y otros vienen, es ley de vida, lo sé, pero..., me falta mi madre..., y eso..., me cuesta asumirlo y resignarme.

Alcaudete 21 de Agosto de 2009

19 agosto, 2009

Lanjarón, Puerta de las Alpujarras

Lo que no viene en las guías

Hace unos años, en los primeros días de Febrero, se me ocurrió acercarme a visitar Lanjarón en un viaje de regreso, desde Nerja a Alcaudete. La decepción fue tremenda, nunca se me habría ocurrido que esta población estuviese cerrada a cal y canto y casi no hubiese gente en sus calles.
Pero, en los primeros días de este caluroso mes de agosto de 2009, leí no sé donde, lo bien que lo había pasado una familia en Lanjarón y decidí pasar un fin de semana en este lugar llamado la Puerta de las Alpujarras. Aparte de esa experiencia de Febrero ya había estado en la ciudad de las aguas, pero solo de paso. fue allá por el dos mil o dos mil uno y no estuve más de dos horas, pues mi ruta era hacia la Villa Turística de Bubión y la de Laujar de Andarax, así es que poco contacto había tenido con la vida de Lanjarón.

Por Internet contraté tres noches en el Hotel Castillo que está situado en la calle Granada, con vistas a las ruinas del castillo de esta población. Ciento veinte euros, en medio del mes de Agosto, me pareció un buen precio por tres noches de pernocta, y el catorce por la mañana a eso de las doce ya estábamos paseando por la calle Real. Poco antes nos habíamos parado a pie de los gigantescos molinos de aire que hay antes de entrar en Lanjarón y poco después de pasar por el puente nazarí de Tablate, situado bajo el puente moderno que da acceso a las Alpujarras.

El hotel es razonablemente bueno, dispone hasta de Wifi gratuita, accesible desde casi todas las habitaciones, pero en cuestión de aparcamiento lo tiene difícil, aunque yo haya tenido bastante suerte para encontrar un lugar donde dejar el coche.
Lo primero que me llamó la atención en Lanjarón, fue la atmósfera decimonónica que perdura entre sus rincones y en las puertas de sus hoteles. Gente, generalmente mayor, con su vaso encastado dentro de una funda de mimbre, que va de acá para allá en busca de la fuente recomendada para beber el agua saludable que pueda mejorar su salud. Sentados a las puertas de los hoteles en una fila de sillones, donde toman el fresco y hablan de lo divino y de lo humano, contando anécdotas familiares y curiosidades de sus lugares de origen.

El Balneario no tiene hotel pero si un convenio de hospedaje con otro de la población. Después de recabar información, saqué la conclusión de que es un SPA al uso, adecuado a las características de sus clientes y que utiliza los recursos de las instalaciones antiguas que aún están en buen uso.
Por otro lado los médicos del balneario y en función de la dolencia a mejorar, recomiendan la cantidad, frecuencia y ubicación de las fuentes de las que es recomendable beber, ya que la mineralización de las aguas, que de ellas mana, es diferente de unas a otras. De aquí el trajín de vasos de un lado a otro.

En Lanjarón se come bien, yo diría que muy bien, desde el plato alpujarreño o las migas con todos sus avíos, hasta el menú del Hotel Lanjarón donde te sirven casero y rico, tres platos y postre con la opción de elegir cada plato entre varios. Todo por diez euros con vino o agua del grifo, no olvidemos que estamos en Lanjarón y sería absurdo pedir agua mineral en las comidas.

La mejor distracción son los paseos, calle Real arriba hasta la plaza del ayuntamiento, sin olvidarse de visitar la plaza de Santa Ana, y después recorrer el barrio Hondillo donde abundan los tinaos y las fuentes, para luego, sentarse en una terraza y beber algo diferente al agua, que generalmente se acompaña de una buena tapa de jamón.

Frente al Balneario está el Parque del Salado, repleto de eucaliptos gigantes que por las noches ofrece espectáculos gratuitos, escusa ideal para sentarse a tomar el fresco que se deja caer en las Alpujarras. Todas las noches hay algo, cine, flamenco, boleros, rock..., no es de gran calidad pero es gratis y eso basta para que no falte público.

La mañana del sábado nos acercamos a Òrgiva y a Torvizcón. Sentía curiosidad por pasearlos, ya que siempre había pasado por ellos sin parar el coche. En el primero hay una población guiri bastante considerable y tiene una zona alrededor de la iglesia bastante agradable. Torvizcón nos reservaba una sorpresa gastronómica la mar de curiosa. Con la idea de tomar un tentempié nos sentamos en la terraza de un pequeño hotel que está a su entrada. Pedimos unas cervezas sin alcohol acompañadas de una abundante tapa de carne guisada y curioseamos su carta para complementar la tapa. Tres euros y medio un bocadillo me pareció razón suficiente como para preguntar por el tamaño de los bocadillos...
-Pue una coza azí - nos dijo el camarero señalando con sus manos unos cuarenta centímetros de bocadillo.
- Como pa quitarle el hambre a una criatura.
De eso no había ninguna duda, así es que encargamos un solo bocadillo de morcilla exquisita que tuvo para comer los dos y para llevarnos, envuelto en unas servilletas de papel, lo que nos sobró.

Dulces y tortas, como los Jayullos, que hay que comprar los viernes a las 22 horas en el obrador de la pastelería Juan, La leche rizada de la heladería Venecia, quesos de leche cruda de cabra en el Arca de Noé, buñuelos con chocolate del bar Molinillas a la salida del pueblo en dirección a Órgiva y jamón de Trevélez o de la zona, que todo es bueno, son algunas de las exquisiteces que pudimos probar.

Tres días no dan para más y el lunes por la mañana tornamos a Alcaudete por la carretera antigua que pasa por Durcal, Padul y Armillas, donde después del tiempo pasado, aún son reconocibles lugares y parajes por los que pasábamos hace veinte años en camino hacia Salobreña.

10 agosto, 2009

Viaje en el sevillano a Barcelona

RECUERDOS DE LOS SESENTA.

Rufo había vuelto de la mili en pleno verano. Atrás se había quedado Melilla y el traje garbanzo de los regulares y ahora con un frío húmedo y penetrante se encontraba de pie, en la estación de ferrocarril de Alcaudete-Fuente de Orbe, a dos metros del borde del andén y con su traje de los domingos. A su izquierda una maleta de madera, llena hasta los topes, que le habían hecho en la carpintería de Paco Ruiz, una caja de cartón atada con cuerdas a su derecha y justo al lado, su padre, silencioso y con los ojos brillantes, con la boina calada y el cuello de la pelliza subido, dando unos pequeños saltitos sobre el mismo sitio, haciendo temblar sus gruesos pantalones de pana beige e intentando calentarse los pies, que tenía embutidos en una abarcas de goma de neumático y esparto.

- Vas a agarrar un enfriamiento con tan poca ropa.
- Que no, padre, no se preocupe usted, que llevo camiseta gorda y calzoncillos largos.
- Pero hombre, te tenías que haber puesto la pelliza...
- Ya estoy bien así, que no tengo frío...

Rufo se iba a Barcelona, su primo Casimiro le había calentado la cabeza durante la Velada de la Fuensanta, y en Alcaudete no encontraba nada para trabajar, como no fuera darle vueltas al olivarillo que tenían sus padres, esperar a la recogida de la aceituna o dar alguna peonada de albañil de vez en cuando. Casimiro, que ya había pillado el acento y hablaba fino, trabajaba en la Montalfita de Badalona y le había dicho que al día siguiente de llegar, tendría trabajo allí mismo, en el Cotonificio o en la Cross, que si sobraba algo en Cataluña eran puestos de trabajo, que Barcelona era lo más de lo más y que no se lo pensara dos veces...
La Mari Puri, la medio novia que tenía, se había quedado llorosa y anhelante, pero ilusionada en que volvería, una vez que encontrase trabajo, para casarse con ella y entonces le podría acompañar a Cataluña, para crear una familia con muchos niños.
- Ahí viene..., que escribas, que tu madre ya sabes que se preocupa...
- Si padre, no se preocupe, que estaré bien...

La cochinica hacía su entrada en Alcaudete-Fuente de Orbe y después de un abrazo y siete u ocho besos seguidos y apresurados se subió con los bultos al vagón, permaneciendo allí, sin moverse y mirando a su padre, que se había quitado la boina y que la estrujaba entre sus manos nervioso.
Después de que empezara a moverse la unidad, se dispuso a buscar asiento, pero fue infructuoso, así es que se sentó sobre la maleta, cerca de una ventanilla y se entretuvo contemplado los olivares hasta llegar a Jaén, después de pasar por Vado Jaén, Martos, Torredonjimeno y Torre del Campo.

En Jaén hizo trasbordo a un pequeño tren de tres unidades que enlazaba con Espeluy, para, una vez allí, esperar al Sevillano. Hora y medía de espera no era mucho, pero le sirvió para reponer fuerzas. Se sentó en la sala de espera, buscando un poco de calor, ya que en los andenes había empezado a caer aguanieve y no estaba la cosa como para hacer gasto en la cantina de la estación de Espeluy. Sacó del paquete que llevaba, una hogaza de pan de la que cortó un canto y extrajo una pequeña ollita de las de color granate oscuro y de interiores azulados, para desatarle las asas que sujetaban la tapa con una guita, apartó unos trozos de carne empanada frita y se sirvió un buen trozo de tortilla de patatas, ahogadiza, pero que le supo a gloria, mientras se atizaba varios tragos de una bota renegrida que en la víspera había llenado en la bodega de Bernardo, en la calle Carnicería. Una manzana harinosa, de las que su madre conservaba en los estantes de la bodega dio fin a la comida y se preparó para abordar el tren.

El andén de Espeluy estaba a tope. Gentes de otros pueblos cargados de bultos variopintos: maletas, colchones, cajetas y hasta muebles. Una montón de cosas que se llevaban a su nuevo destino, para ahorrarse comprarlos de nuevo a donde iban. Los trastos y los niños chicos se introducían hasta por las ventanillas y como por arte de magia se vació el andén en pocos instantes.

El Sevillano era un tren de una vez, nada que ver con el vagón en el que había venido desde Jaén, con aquellos asientos de madera, esperando ver de un momento a los indios con plumas atacando al convoy, el traqueteo de los vagones al pasar por las juntas de los raíles sin soldar, el chirrido de las uniones y tirantas de las unidades, dando la sensación de que el tren se descuajaringaría de un momento a otro. El Sevillano era metálico y con muchos vagones, tan largo que costaba ver los detalles de la locomotora de carbón allá a lo lejos, que según oyó decir, cambiarían por una más moderna de gasoil en la estación de Linares-Baeza. Muchos departamentos tenían acceso directo al exterior y asiento corrido, con respaldo mullido y tapizado de hule azul, a derecha e izquierda. En el departamento al que accedió solo había sitio para él, así es que situó su equipaje y se sentó entre una oronda mujer que mecía en sus brazos a un chiquillo que dormía plácidamente y un hombre de mediana edad que leía con dificultad un periódico de grandes hojas.

Al llegar a Linares-Baeza se bajaron dos pasajeros y el lector de periódico, con el que no había mediado palabra, y esto le permitió acomodarse holgadamente, ya que solo subió al departamento un soldado con un voluminoso macuto. La mujer del crío en brazos, se lo había traspasado a su vecina de enfrente y había bajado un cesto, del que extrajo un buen trozo de pan sobre el que colocó una hoja de tocino entreverado que cortaba con habilidad ayudada de una navaja.
- ¿Ustedes quieren?
- Que aproveche. Gracias.
El hule azul que forraba el asiento no era tan cómodo como había pensado en un principio, por eso se levanto e intentó ir a la cantina, pero no se atrevió, le dio una especie de vértigo al pensar que se le escapase el tren, así es que volvió a su asiento.
El soldado que acababa de subir al tren se había sentado enfrente de Rufo y enseguida sacó de la mochila un bocadillo liado en papel de estraza que, en tres bocados, se zampó sin decir ni una palabra. Casi sin terminar de masticar, sacó un paquete de Ideales y le ofreció tabaco a Rufo. Invitación que rechazó con un gesto, indicando claramente que no era fumador. El quinto encendió el pitillo y se quitó las botas, que dejaron al descubierto unos gruesos calcetines blancos, estiró las piernas, y colocó los pies al lado de Rufo, embriagándolo con un inconfundible tufo.
Así aguantó lo inaguantable hasta que al ver las primeras trincheras de Despeñaperros, le dió un empellón a las piernas del soldado para pasar hasta la ventanilla desde la que podría ver los picos desnudos de roca y dejar de oler a pies, para, en su lugar, percibir otra mezcla de desagradables olores entre los que sobresalían las cascaras mustias de naranja que rebosaban un cenicero. Ni siquiera intentó abrir la ventanilla, afuera debía hacer mucho frío y en el vagón se empezaba a notar que habían puesto la calefacción.

No faltaría mucho para amanecer cuando, entre chirriantes ruidos, el tren se detuvo lentamente en la estación de Alcázar de San Juan. Rufo se levantó para estirar las piernas. Sorteando bultos y tropezando con uno que dormitaba tirado en el suelo del pasillo, con una maleta de cartón por almohada, bajó al andén. Detrás suyo se apeó el quinto, que calándose el chapiri y haciendo bailar la borla ante sus ojos le dijo sonriente.
- Socio ¿Quieres un pelotazo de anís en la cantina?
- Bueno.

No las tenía todas consigo, pero el ir con el soldado y ver que el revisor entraba en la cantina, le dio la confianza suficiente para separarse del vagón...
- Dos de Machaco- Pidió el quinto al cantinero.
Charlaron sobre la mili, como era natural, y de los muslos de una mujer que cargaba una cesta llena de tortas de Alcázar y que vociferaba su mercancía. Contó Rufo a donde iba y Ferrán, que así se llamaba el soldado, le informó que era valenciano de Burjasot, pero su familia vivía en Almazora, muy cerquita de Castellón de la Plana, donde su familia tenía una botiga de paquetería y otra de ultramarinos, así es que su futuro estaba resuelto.
Mientras hablaban, Rufo no perdía detalle de la cantina: un salón grande y rectangular y de techo elevado del que pendían unas grandes lámparas que no daban demasiada luz. Ante ellos había una barra alta con un mostrador de mármol, en la que se abocaba un heterogéneo público que nervioso e impaciente pedía reiteradamente lo que querían tomar. Al otro lado dos camareros, con blusas blancas de botones dorados, se afanaban en complacer las peticiones. A sus espaldas, en un rincón de la cantina, alrededor de una de las muchas mesas de mármol blanco y con pies de hierro fundido, un corrillo de desocupados contemplaban, entre voces, chanzas, una partida de subastao que jugaban varios individuos.
En dos lingotazos se aplicaron las copas y de unas zancadas subieron al tren, el revisor había desaparecido de la cantina y ya estaba pitando estridente la locomotora.
Durante el trayecto hasta Albacete fueron charlando de todo, de la mili, de mozas, de lo divino y de lo humano, o sea arreglando el mundo. Con la luz de la mañana fueron dejando de dormitar los demás pasajeros y empezó el trajín de cestos arriba y abajo para tomar un bocado o para, con un trozo de toalla y colonia, sacudirse las legañas y las pitarras fruto de la carbonilla, porque en el retrete no había agua y el revisor había dicho que no estaría arreglado hasta que llegasen a Albacete.
Al poco, pasó la pareja de la Guardia Civil que acompañaba a un señor trajeado, que lucía un bigotillo bien atusado, con pinta de baranda del ayuntamiento y que pedía la documentación a todo el mundo. Repasaba concienzudamente los papeles, mirándolos con parsimonia y preguntando a cada cual a donde iba y por qué. Rufo sabía que había problemas para llegar a Barcelona y por ese motivo llevaba una carta de su primo Casimiro en la que daba cuenta de que él respondía de Rufo y que no iba a Barcelona a la aventura, además mencionó que en Albacete se vería en el andén con su tío Adán, hermano de su madre, que era miembro de la Benemérita. En cuanto que uno de los civiles dijo conocer a Adán, se acabó el interrogatorio y le devolvieron los papeles, cosa que le dejó bastante aliviado porque ya se estaba agobiando. A poco de marcharse las autoridades se dio cuenta de que todos los del departamento habían estado pendientes de él, sobretodo un hombre que viajaba con una niña subnormal que permanecía agarrada a su brazo como si temiera perderlo.
- Te has librado muchacho...
- ¿De qué?, yo no he hecho nada malo.
- Es igual, pero te has librado, ahora está la cosa más suave, pero no hace mucho, a los que iban para Barcelona y no cumplían los requisitos que ellos querían, se les bajaba del tren y santas pascuas.
- Pero si yo solo voy a ganarme la vida honradamente...
- ¿Y tu crees que eso les importa algo? Hace unos pocos años, no se podía llegar a la estación de Francia así como así. Muchos venían sin nada, hasta sin billete, y otros lo habían conseguido porque vendieron los colchones de sus camas para comprarlos. Se tiraban del tren en marcha junto con sus bultos, antes de llegar al andén de la estación, para evitar a los civiles. Sólo huían de una vida llena de miserias y no tenían quien respondiese por ellos en la gran ciudad. Siempre había policías en la estación con la misión de impedir que, lo que ellos creían indigentes y mendigos, circularan por Barcelona. Los retenían y los mandaban a un Pabellón que se habilitó en Montjuïc, para, al poco tiempo, devolverlos a la fuerza a sus lugares de origen. Por lo visto esto se hacía para evitar el aumento del chabolismo y los vagabundos, por eso es buena cosa la carta que llevas de tu primo que responde por ti y te va a acoger en su casa.

- Pues si que...

La estación de Albacete estaba muy animada y a las ventanillas del tren se acercaban vendedores de navajas. Su tío Adán no aparecía, así es que Rufo se dedicó a curiosear entre la mercancía de cuchillos y navajas sin comprar nada, recomendándole a Ferrán, una navaja del tipo chaira capaora y asegurándole que no se arrepentiría de comprarla. También subió al vagón un individuo que rifaba un corte de paño gris azulado con rayitas finas como para hacerse un traje y otro de popelín suficiente para hacerse una camisa. Para ello vendía una cartas de baraja pequeñitas por un duro. El precio era elevado pero se le ocurrió que si le tocaba podría hacerle un buen regalo a su primo Casimiro, así es que compro el tres de bastos y el nueve de espadas. Fue en el departamento de al lado que, una mano inocente sacó el siete de oros dando al traste con su ilusión.
- Más te valía haber comprado una navaja, socio.- le dijo el quinto.
- No se porqué pero me vino la idea de que me podría tocar...

Rufo se asomaba constantemente por si aparecía su tío, cosa que no ocurrió, pero que era una circunstancia previsible, algún servicio de pareja o cualquier otra cosa se lo impediría, El tarro de lomo frito en manteca que le llevaba al civil sería el sustituto del corte de traje para su primo Casimiro.

El tren no salía y nadie informaba de los motivos hasta que se percató de que todos se arremolinaban en las ventanillas para ver el convoy que llegaba. Era el Talgo, un tren moderno y veloz que nunca había visto, sus lineas redondeadas, lo bajas que eran sus ventanas, casi el triple de grandes que las que había en el Sevillano y sus colores plateados y rojos le encandilaron. Según le dijo Ferrán era carísimo viajar en él y así se notaba por las pintas de las señoras y los hombres que se veían en su interior. El sevillano debía estar esperando su llegada así es que después de que saliese el Talgo, se puso en marcha perezosamente con destino a Valencia.
Pronto apareció con su traje azul, el revisor, que no paraba de hacer el característico ruidito, como si se tratase de un grillo, con la picadora de billetes.
-¡El billete, muchacho! - Le espetó a Ferrán sin contemplaciones y sin respetar que se había quedado traspuesto. El soldado viajaba por cuenta del ejercito y no llevaba billete, así que le mostró unos papeles del cuartel y el revisor se dio por satisfecho. Rufo le enseñó su billete y como ya lo había picado antes de llegar a Linares, no hubo lugar a agujerearlo otra vez.
El hambre empezó a apoderarse de los presentes que, como si se hubieran puesto de acuerdo, comenzaron con el trajín del sube y baja de bultos y cestas, ofreciendo cada cual lo que tenía, que si toma este huevo duro, dale un buen tiento a la bota, ¿te apetece un trozo de carne frita?, este chorizo lo hago yo, toma una naranja...
Valencia impresionó a Rufo, vamos que se quedó con la boca abierta, sin acertar a decir otra cosa que -¡Leches!- Ferrán sonrió diciéndole que la estación de Francia en Barcelona era mayor. La imponente armadura metálica de los altos techos, el bullir de las gentes por los andenes y los pitidos de las máquinas que entraban y salían le dejaron hipnotizado. Allí estuvieron un buen rato mientras colocaban la máquina en la parte de atrás del convoy, así es que a partir de ahora viajarían al revés de como habían venido.

Ya llevaba más de veinticuatro horas de viaje y lo que quedaba, así es que intentó dormir un poco, cosa que logró sin dificultad, el traqueteo no le incomodaba en absoluto para ello, hasta pensó en su difunta abuela, traqueteándolo en la mecedora, veinte años atrás, para que se durmiera.
Estaba soñando con su casa, cuando la falta de movimiento lo despertó, no es que el tren estuviese parado del todo es que iba tan lento que casi parecía no avanzar, tan despacio se movía que algunos se atrevían a bajarse para andar al lado del tren o incluso meterse entre los naranjos para arrancar algunas frutas de los que estaban más próximos a la vía. Ferrán se había bajado y al ver a Rufo en la ventanilla le hizo señas para que bajase el cristal y de inmediato empezó a lanzarle naranjas que intentó coger con más o menos habilidad. Poco después la parada fue total en un apeadero donde la vía se desdoblaba en dos. Allí estuvieron un buen rato, comiendo naranjas y saliéndose de los vagones para estirar las piernas, hasta que unos pitidos les avisaron de la proximidad de otro convoy que venía de frente y que pasó veloz en dirección contraria.
Ya era de noche cuando entraron en Castellón y aunque el frío no se dejaba notar como por la Mancha, apetecía cerrar las ventanas y buscar la proximidad humana para calentarse un poco. Allí se despidió Ferrán para coger un taxi que le llevaría a su pueblo, se intercambiaron las direcciones y prometieron escribirse.
Las estaciones comenzaron a pasar con más rapidez o eran las ganas de que así ocurriese, las luces de los pueblos que pasaban sin parar, el reflejo de la luz del vagón en las trincheras o los túneles, Vinaroz, Amposta, Salou y la estación de Tarragona donde pararon otro buen rato. Bajó a tomar un café para espabilarse un poco y cogió de un banco un periódico usado con el fin de entretenerse leyendo las noticias del día. Ya estaba aburrido de viaje cuando pasada la media noche el Sevillano hacía su entrada, lentamente, en la estación de Francia, después de atravesar la ciudad de Barcelona por trincheras y túneles.

Saltó al andén con sus pertenencias y sin dejarlas de la mano avanzó con la marea de gente, intentando localizar a Casimiro entre la muchedumbre. Ya se lo había dicho, si tardo y no me ves, te sales de la estación a la calle y te quedas pegado a la puerta principal que ya llegaré. Así lo hizo, poco a poco, y mirando aquí y allá, alucinando entre el gentío que se diluía lentamente. En la puerta, pasajeros iban cogiendo taxis de una fila que avanzaba lentamente, otros cargaban como podían con sus bultos ayudados por los familiares que les habían venido a buscar... La poca luz que había en la calle le permitía ver unos grandes edificios renegridos y sucios al otro lado de la estación, y el olor, ese olor a alcantarillas, azufre, carbonilla y a humos ácidos de diversas procedencias se le metía por la nariz y le hacía llorar los ojos.
- ¡Rufo, Rufo...!
Levanto el brazo para saludar a lo lejos a Casimiro que le llamaba desde el taxi en el que había llegado...
Ya estaba en Barcelona.

El cine de los sesenta

RECUERDOS DE LOS SESENTA

Toda mi vida me he considerado un cinéfilo y solo ahora, que he pasado de largo, los sesenta, he perdido la sensación de estar en la cresta de la ola en lo que se refiere a información sobre cine.
Desde que era adolescente fui fanático del cine; comencé a aficionarme, entre las picaduras de algún que otro chinche, habitante de las sillas de enea que había en los cines de verano de Alcaudete. Era barato y no me perdía una.


Así es que el Cine Imperio, Atarazanas y Los Zagales fueron mis escenarios cinematográficos infantiles. Todas las noches había algo que ver, si no era en uno era en otro, entre olores a donpedros y con el suelo recién regado, a eso de las diez de la noche me gastaba un real, o dos, por ver una o dos películas, y es que, a veces, había programa doble.
Al comienzo de las proyecciones, después del NO&DO, ponían anuncios y trailers de las películas que se proyectarían próximamente, y de tanto verlos me aprendí frases emblemáticas que a lo largo de mi vida he usado de forma jocosa. "Me enamoro constante e indistintamente y me causa el mismo efecto que si no me enamorase..." decía Stewart Granger en Scaramouche, película de espadachines rodada en 1952.


La afición al séptimo arte me hacía ahorrar las pocas perras que lograba, para comprar revistas de cine y cuando empecé a ganar dinero, no me faltaba la lectura de Cine en 7 días, que semanalmente aparecía en los quioscos a principio de los sesenta. Otra revista que a veces compraba eran Film Ideal y posteriormente la revista Fotogramas alimentó durante muchos años, mis deseos de conocer los entresijos del mundo cinematográfico.
Recuerdo con especial cariño, en mi época de soltería, un cine que estaba en la Avenida de la Luz de Barcelona. este espacio venía a ser una galería comercial subterránea situada sobre la Estación del Ferrocarril de Sarriá a Barcelona, soterrada antes del 1930, con lo que este centro comercial, quedaba entre las bóvedas de la estación y la calle.

El cine Avenida de la Luz perteneció a la cadena de cines llamada Balañá y se inauguró el viernes 1 de enero de 1943, con un programa dedicado a Walt Disney. Posteriormente, la sala siguió en la misma línea, llegando a denominarse a sí misma como el Palacio de la risa, en referencia a los films de temática cómica que allí se podían ver. Pasaron por su pantalla Jaimito, Charlie Brown, Stan Laurel y Oliver Hardy, Bud Abbot y Lou Costello, Cantinflas o los hermanos Marx.
El cine comenzaba sus sesiones a las once de la mañana, y seguía en sesión continua hasta la madrugada, al comienzo de los sesenta, época en la que yo lo visitaba. Se especializó en los programas dobles de reestreno, cosechando, como en décadas anteriores, un gran éxito de público, que era en parte resultado de la buena marcha de la galería comercial en la que estaba instalado el cine.
Al final de los setenta, la Avenida de la Luz ya había perdido gran parte de su esplendor y el cine no tenía muchas opciones. Así es que abandonó el programa doble para convertirse en una Sala S, precursora de los cines X cerrando definitivamente con los cuarenta años de actividad.

Otra sala que recuerdo con cariño es el cine Picarol de Badalona, al que iba con frecuencia entre 1965 y 1970. Del mismo modo vienen a mi memoria salas emblemáticas de Barcelona o Madrid, como el cine Salamanca, en la calle Conde de Peñalver, cerca de donde viví con mis padres y que ha acabado como almacenes C&A. Como no mencionar aquí el cine Alkazar de Jaén o el Cervantes en los que tantas películas vi acompañado de mis hijos pequeños.
La censura franquista era brutal en los sesenta, pero mi estancia en tierras catalanas, me permitió pertenecer a un Club Cinematográfico cuasi clandestino, tal es así que las películas que veíamos eran proyectadas en Ceret o Amelie les Bains, en el sur de Francia, cerquita de la frontera.
En ese club conocí a artistas y gente de la cultura de la época que pertenecían al variopinto grupo de cinéfilos que eramos capaces de vernos doce o catorce películas en un fin de semana, todas en versión original y subtituladas en francés. Se da la paradoja de que vi la cinta "Cuba, Si...", que era en español y estaba subtitulada en francés.
El cine ha sido para mí, el espectáculo por excelencia. El fútbol era todos los domingos y de vez en cuando había circo, pero ningunos de los dos me atraía tanto como el cine, el antiguo y el moderno que todos me han fascinado.
Al cine se iba sólo o en compañía, costaba barato, y era casi siempre de sesión doble y continua. Entrabas y con frecuencia, una de las dos película estaba empezada, así es que veías el final, la otra película y al volver a ver la que proyectaba cuando habías entrado, ya conocías el final de la misma. ¡Que coraje daban los intermedios con los anuncios! y los inconvenientes cortes del celuloide que te obligaban a estar con la luz encendida en espera de que desde la cabina de proyección, se empalmara el trozo siguiente a la rotura.
Muchas veces me quedaba en el cine desde las cuatro de la tarde a las diez de la noche y me veía dos veces las dos películas, Películas censuradas y cortadas por meterse con el politiqueo de la época, por un escote más o menos atrevido o unos besos, que por ser lo máximo en sexo que se permitía, me hicieron creer durante una etapa de mi infancia que así se hacían los niños, con un simple beso.
La censura clasificaba las películas de la siguiente manera: Tolerada o sea para todos los públicos. Tolerada con reparos, Mayores, que solo permitía verlas a los que habían cumplido los dieciséis o más, 3R que eran para mayores con reparos, aquí se avisaba para que los católicos cumplidores y los franquistas supieran que había algo nocivo en ellas como por ejemplo un beso de tornillo o una minúscula crítica a los curas o al régimen. Finalmente estaban las películas 4, películas que te llevaban a la condenación eterna si las veías, como por ejemplo Esplendor en la hierba.
Una costumbre habitual de esa época era comer pipas en el cine, siendo casi todos los espectadores causantes del ruidito que produce el crujido y consiguiente escupitajo de las cáscaras. Pero es inolvidable la emoción que se sentía con la llegada del séptimo de caballería, el rescate de la protagonista por el muchachillo de la película o el beso en los morros que se daban a veces y que provocaban pataleos, aplausos, y gritos, llegando a ponerte de pie o en cuclillas en el mismo asiento de puros nervios.

Este nostálgico escrito sobre el cine y los cines no puede acabar sin que haga mención de algunas de las películas, directores y actores que más me han impactado. En la filmografía nacional, por dejar una muestra de lo que se hacía, hay que nombrar a Marcelino pan y vino del año 1955, dirigida por Ladislao Vajda que comenzó la moda de las películas de niños actores, y que continuarían con Joselito, Marisol, Rocío Dúrcal y Pili y Mili.
Juan Antonio Bardem con Muerte de un ciclista del año 1955 y Calle Mayor del año siguiente, Marco Ferreri con El pisito y El cochecito de 1960. Luis García Berlanga con Bienvenido, Mister Marshall, Calabuch, Plácido y El verdugo. Juan de Orduña que puso en pantalla El último cuplé, de Sara Montiel. Las películas de Antonio Molina. Buñuel con Viridiana y Tristana, peliculas que originaron bastante escándalo durante la dictadura. Mario Camus, Miguel Picazo, Manuel Summers, Carlos Saura y Fernando Fernán Gómez son otros directores dignos de mención.
Películas como Casablanca abren la lista de las extranjeras que recuerdo con especial satisfacción. Duelo al Sol’, ‘El Diablo Dijo No’ de Ernest Lubitsch, ¡Qué Verde era mi Valle! de John Ford o Retorno al Pasado con Kirk Douglas y Robert Mitchum.
Esta Tierra es Mía de Jean Renoir, Con la Muerte En los Talones de Hitchcock, La Noche del Cazador con una espléndida interpretación de Robert Mitchum, Senderos de Gloria de Kubrick, Rio Bravo con la mejor interpretación que he visto de Dean Martin, Al Este del Edén con James Dean, El Árbol del Ahorcado, western del inolvidable Gary Cooper y Un hombre Tranquilo con John Wayne y Maureen O´Hara.
Más tarde vendrían La Muerte Tenía un Precio del gran Sergio Leone, 2001, una Odisea del Espacio de Kubrick, El Apartamento de Billy Wilder, Matar a un Ruiseñor con Gregory Peck, El Hombre que Mató a Liberty Valance, western inolvidable y El Guateque con un Peter Sellers inconmensurable haciendo de Inspector Clouseau.
No quiero dejar estas lineas sin rendir homenaje a Lino Ventura, Eddie Constantine, Belmondo, Alain Delón y tantos y tantos actores que circularon por el celuloide de mis años mozos.

Agosto de 2009

08 agosto, 2009

Cementerio







Historias para no dormir en Alcaudete

Dedicado a Paco Mesa Ruiz y a su llavero.

No sabría decir que hora es, ni siquiera sé como he llegado hasta aquí. el caso es que me encuentro ante una inmensa verja de hierro repujado con antiguos adornos. La luz diurna se diluye lentamente entre nubarrones negros y espesos. A mi alrededor una tenue niebla baja, acaricia mis pies sin ocultarlos del todo. He empujado la vieja y oxidada cancela y camino lentamente, entre hojas secas, sobre lajas de piedra en cuyos entresijos crece una hierba mustia y parduzca.
A ambos lados e iluminados por tintineantes llamitas de lámparas de aceite, hay mausoleos y capillas funerarias de formas barrocas y adornos góticos. Rezuman humedad y presentan un lamentable estado de abandono. Sus piedras y estatuas llenas de hollín y líquenes tienen un tono pardo y tenebroso. Entre los jirones de las nubes llegan tímidos resplandores de un ocaso que rápidamente da paso a la noche cerrada. De cuando en cuando escucho algún sollozo o lamento que se ahoga con el ruido de la hojarasca. También percibo el dulzón y penetrante olor de la muerte, que se enmascara con el olor a mustio de las flores marchitas de las coronas y los ramos que se apilan en montones a la entrada de algún mausoleo. Hay a mi alrededor personas enlutadas que deambulan con lentitud, entrando o saliendo de alguna capilla. Entre las sombras se percibe gente que con resignación y en silencio asisten al rito de velar a los difuntos. Sarcófagos abiertos, ataúdes sin tapa que muestran los blancos sudarios y cadáveres resecos, son el centro y la atención de los que velan. Me dirijo lentamente hacia una avenida más amplia que tiene a ambos lados hileras de grandes cipreses.
Tras ellos más capillas funerarias y mausoleos adornados de cruces y estatuas de ángeles hieráticos y de postura severa. Me cruzo con una corta procesión de gente enlutada y que camina lentamente precedida por la luz de una antorcha, que está sujeta a un carro de dos ruedas, empujado por un hombre robusto y encapuchado. En él porta el cuerpo de una mujer joven, pálida como la cera y que ha quedado al descubierto por la tenue brisa que se ha levantado. Alzo mi vista ante el aleteo de unos cuervos que se elevan graznando escandalosamente. Me apoyo en el tronco de un ciprés y me pregunto que es lo que hago en este lugar, pero no llego a concentrarme en la posible respuesta, pues un grupo de personas que musitan lamentándose, me empuja hacia el interior de un recinto de altos muros donde se reflejan fantasmagóricas sombras que se confunden con la hiedra, que ha ocultado casi por completo los altos ventanales góticos de vidrieras rotas y deterioradas. Junto a una de sus paredes y cerca de un altar con dos grandes velones, hay unos cuantos cadáveres con las vestiduras y sudarios desordenados, que poco a poco van siendo depositados en hornacinas, por dos hombre con sayales y capuchas que ocultan sus rostros.
Junto a los demás, me he sentado sobre un poyo de piedra fría y dura. Nadie dice nada y solo percibo algún que otro suspiro y el llanto contenido de alguna mujer. No conozco a nadie pero entre los que tengo enfrente me percato de la mirada de un hombre de edad que me observa sin parpadear. sus rasgos me son familiares y no tardo en darme cuenta de que es mi abuelo. Mi abuelo materno, que murió hace más de veinte años está sentado frente a mi y me mira con una mueca en el rostro que parece una sonrisa. me he quedado tan sorprendido que no atino a hacer nada y solo se me ocurre observarlo detenidamente mientras le intento devolver la sonrisa. Está vestido con un traje ajado y empolvado, la camisa blanca con pequeñas listas azuladas está abrochada hasta el cuello y no tiene corbata. Sus ojos tienen un brillo acuoso amarillento y su rostro es grisáceo con tonalidades azuladas. Se levanta lentamente y se acerca a mí ofreciéndome su mano. Me levanto, pero no le doy la mía. Con un gesto me invita a que le siga y es entonces cuando veo que su chaqueta esta rajada por detrás de arriba abajo. Al salir al exterior es noche cerrada pero esto no es problema para poder ver con detalle a mi alrededor. la gente deambula como sombras entre los mausoleos y las criptas, camina lentamente sin un rumbo cierto, o quizás si. Sigo a mi abuelo que de vez en cuando se gira para indicarme que le siga, mostrándome una sonrisa que ahora deja entrever los huecos de los dientes que le faltan. La niebla baja se ha espesado y por encima de ella flotan a veces las hojas secas que levanto al caminar. Entre catafalcos de mármol hemos llegado a lo que, me parece que es el pabellón funerario de mi familia. La puerta está entornada y mi abuelo la abre por completo. Antes de entrar me paso la mano por el rostro y percibo frío y escozor en la piel. Cuando entro, veo el interior iluminado por los dos candelabros que hay sobre el altar, donde chisporrotean una docena de velas que derraman su cera en gruesos goterones. Todos los nichos están abiertos y personas que no creo conocer están sentados en derredor de la estancia. Me siento al lado de mi abuelo y es entonces cuando creo reconocer a mi padre. Tiene el rostro cerúleo y la barba incipiente que le creció los últimos días que vivió en la UCI. No parece reconocerme y su mirada desvaída se pierde en un punto indefinido de la estancia. Algo me dice que todos los presentes son familiares míos, entre tristes y resignados esperan algo inevitable que les ha despertado de su sopor eterno. Y allí, entre ellos estoy yo sin saber por qué y con un cierto temor a saberlo, aunque me intento concentrar para responderme a las preguntas que se agolpan en mi mente, solo acierto, lentamente, a recoger una flor blanca que húmeda y marchita se encuentra entre mis pies...

Eduardo Azaustre Mesa
Alcaudete, Agosto 2009

Cementerio Monumental de Staglieno
El cementerio de Staglieno se encuentra en Génova [Italia], en el valle del torrente Bisagno. En los primeros años del siglo XIX, por razones de salubridad, los lugares de sepultura fueron desplazados hacia las afueras de las ciudades.
El municipio de Génova encargó al arquitecto Carlos Barabino en el año 1835 que proyectara el cementerio más grande de Europa.
Barabino murió ese mismo año, en la epidemia de cólera que se declaró en Génova.
El proyecto pasó a manos de Giovanni Battista Resasco. Los trabajos comenzaron en 1844 en los terrenos de Villa Vaccarezza di Staglieno. Fue inaugurado en 1851. La superficie actual de esta necrópolis es de 18.000 metros cuadrados.

Fuente imágenes [autor: Carlo Natale] :



Música: Asked For Love_ Lisa Gerrard

15 abril, 2009

Icono del Escudo de Andalucía (2006)

En la oscuridad...

Abrió los ojos de golpe y la luz que se colaba por una rendija de la ventana le permitió percibir los objetos de la alcoba. Algún ruido la debía haber despertado, aunque en este momento no se oía nada. Giró la cabeza y miró la hora en el despertador de números luminosos..., "las tres y catorce".
Sólo hacia un par de horas que se había acostado. Cerro los ojos y se dispuso a coger el sueño de nuevo. De pronto oyó un ruido que le hizo prestar toda su atención. Era como el sonido que hace el rascar una pared, suave e inquietante. En el silencio volvió a percibirlo tenuemente y se inquietó al pensar en su origen..., ¿un ratón tal vez?, "no puede ser, pero..." Metió los brazos y permaneció quieta bajo las sábanas. Era frecuente que se despertase en la noche con la sensación de no poder eructar, los ardores la obligaban, con frecuencia, a saltar de la cama para tomar un poco de bicarbonato que aliviase su mala digestión, pero éste no era el caso, cuatro horas antes de meterse en la cama había cenado un par de naranjas con aceite y eso no era como para tener mal cuerpo.
El ruido sonó de nuevo y esta vez le pareció que era dentro del armario, "rrisss, rrasss..., rrisss, rrasss..."
Levantó con suavidad las sábanas y se sentó en la cama, así estuvo un ratito hasta que lo volvió a oír, pero ahora le pareció que era en el pasillo. Se puso de pie y lentamente salió de la alcoba en la oscuridad. Del comedor le pareció percibir un resplandor suave y fosforescente. Otra vez oyó el ruidito "rrisss, rrasss..., rrisss, rrasss..." Anduvo con lentitud en la oscuridad y empujó suavemente la puerta. Dentro del comedor, a oscuras y junto a la cómoda vio la figura de una muchacha, que desprendía una luz suave y verdosa de su propio cuerpo y la miraba con ojos casi blancos, mientras rascaba la pared. Sintió que las piernas no la sujetaban y cayó al suelo desmayada.
-"Mary, Mary despierta...," - Juan le daba guantazos en las mejillas para que recuperase el sentido, abrió los ojos y levantó los brazos para dejar de recibir los tortazos...
-¿Que te ha pasado? me has despertado al caer ¿Que te ha pasado? menudo susto me has dado¿Te encuentras bien? ¿Llamo al médico? ¿Que te ha pasado?...
Demasiadas preguntas y nada que contestar, Juan la había recogido del suelo y la había dejado sobre la cama, así es que se acomodó bajo las sábanas y solo acertó a balbucir "...ya me encuentro bien, déjame" .
Juan protestó por la falta de información pero se adecuo a la situación y después de apagar la luz se metió en la cama.
El silencio quedó pronto roto por la fuerte y acompasada respiración de Juan y de nuevo Mary abrió los ojos en la oscuridad. Así estuvo un buen rato y no volvió a oír el ruido, ¿Quien sería la muchacha de la aparición? y ¿porqué rascaba la pared? ¿A quien le iba a contar lo que había visto? la tomarían por loca seguramente..., y se quedó dormida.
Abrió los ojos y tuvo la sensación de haber oído de nuevo el "rrisss, rrasss..." Giró la cabeza y miró la hora ..., "las tres y catorce". se quedó perpleja con la vista fija en los números y al ratito vio que el cuatro se convertía en un cinco, o sea..., "las tres y quince"... Cerró los ojos e intentó continuar durmiendo.
Serían las nueve de la mañana cuando se levantó y lo primero que hizo fue acercarse al comedor para mirar donde la figura de la muchacha rascaba la pared.

La radio de los sesenta.

Recuerdos de los sesenta


Cuando Mari Puri cumplió los quince años tenía una pasión, la radio.
La radio era todo un mundo abierto a la imaginación y Mari Puri, de eso tenía pa echarle a los marranos.
Cuando cosía, cuando limpiaba el polvo o hacía cualquier faena doméstica, su mente y su sentío estaba en el mundo de la radio. Se conocía la letra de todas las canciones y tonadillas, desde las de Juanito Valderrama a las de Marifé, desde las de Bruno Lomas a las de Karina, pero lo que más le ponían eran las cancioncillas de José Luis y su guitarra o las baladas de Andrés Caparrós.


Aquellos discos dedicados de “Aquí radio Andorra, emisora del Principado de Andorra...” con su ristra interminable de dedicatorias... “ ... para Lupe, en su aniversario de boda, de su marido Juan Manuel que la quiere y para Josefina de quien ella sabe... escuchen ustedes a Luisa Linares y los Galindos en la bonita melodía De tu novio qué...”, o si no los seriales de sobremesa y vespertinos, Ama Rosa... “... con Juana Ginzo en el papel estelar de Ama Rosa, con José Fernando Dicenta como el Doctor Beltrán y Julio Varela como narrador...”, Matilde, Perico y Periquín...” ...con Matilde Conesa, Matilde Vilariño y Pedro Pablo Ayuso...”, y después de la presentación, la incombustible cancioncilla de :
Yo soy aquel negrito
del África tropical,
que cultivando cantaba
la canción del Cola Cao.


Y como verán Ustedes,
les voy a relatar
las múltiples cualidades
de este producto sin par...


Al medio día, a eso de las dos y media, Mari Puri, tenía que dejar el control de la radio a su padre Diego, republicano silencioso y domado por el franquismo, impertérrito escuchante del Parte, diario hablado, versión radiofónica del NO&DO, que daba cuenta de los pantanos que se inauguraban, de los logros del Movimiento Nacional, del contubernio judeo-masónico, de Educación y Descanso y el Sindicato Vertical, entre otras efemérides. Informaciones que completaba siempre a las diez de la noche y más tarde con lo que decían en onda corta, entre pitidos insoportables, la BBC de Londres en su diario de lengua española, Radio París... "Ici Paris. Vous pouvez entendre notre emission en langue espagnole...", o si no, Radio España Independiente estación Pirenaica.
Podría decirse que la radio desempeñaba una misión más importante que la que hoy cumple la televisión. Y es que unía a la familia. La televisión obliga a dedicarle una atención casi total. Con la radio se podían hacer otras cosas a la vez, Mari Puri podía cocinar, planchar, lavar o coser y además permitía compartir el calorcito del brasero de picón en la mesa camilla, con toda su familia. Allí la abuela, el tito Teodoro, solterón que vivía en casa y los demás reunidos, escuchaban y comentaban lo que oían.


A Mari Puri le encantaba oír a aquellos locutores inolvidables como: Bobby Deglané y José Luis Peker, Raul Matas o Alberto Oliveras. programas como Cabalgata Fin de Semana concursos como Doble o Nada; El humor de “Yo soy El Zorro, zorro, zorrito, para mayores y pequeñitos; yo soy El Zorro, señores, de mil amores voy a empezar" y Carrusel Deportivo con Martín Blanco y Vicente Marcos, Matías Prats y sus retransmisiones de partidos de fútbol, o El Gran Musical entre tantos otros.
La radio era la ventana al mundo que Mari Puri tenía, el escape de la rutina, el balcón de los sentimientos.
Mari Puri, que estuvo cosiendo en lo de la maestra Dolores recuerda a todas las nenas, ella incluida, llorando mientras cosían y escuchando los desamores de "Lo que no muere", de Guillermo Sautier Casaseca, o los consejos que se daban en el Consultorio de doña Elena Francis.
Si le quitabas la radio a Mari Puri la matabas, ahí encontraba la alegría de las canciones que cantaba voz en grito mientra fregaba y a la par que la tonadillera de turno, se meaba de risa con las tonturas de Gila o el Zorro y lloraba a moco tendido con las desgracias amorosas de la protagonista del serial de las tardes, que entre otras cosas hablaban correcto castellano y no el dichoso argot sudamericano al que nos acostumbran los culebrones televisivos de sobremesa y que son mofa, “...¡ole que precios!”, de los anuncios de SuperSol.

25 febrero, 2009

Antequera y Málaga de paradores


Lo que no viene en las guías

La escusa ha sido ver como se habían quedado los paradores de Antequera y el Málaga Golf después de la reforma, así es que el veintitrés de febrero del anárquico invierno del 2009 salimos hacia Antequera un espléndido y luminoso día. El trayecto es tranquilo, con las sempiternas rotondas en obras de Lucena y la inacabada autovía de Córdoba a Málaga, pero cuando uno va de buen rollito esas pequeñas molestias son pecata minuta. Al entrar en Antequera busco con la mirada la Peña de los Enamorados, pero el tráfico no me deja contemplarla hasta que aparco en la explanada que hay ante la recepción del parador.

Esta peña me hipnotiza, con la forma de la cara de un indio o narizotas tendido boca arriba y poseedora de una romántica historia de amor entre Tagzona, hija de un musulmán de Archidona, que liberó de la cárcel a su amor Tello, un joven cristiano de Antequera del que estaba enamorada.
Pero como en aquellos tiempos las parejas de distintas religiones no podían casarse, los amantes huyeron, refugiándose en lo más alto de la peña. Cuando se vieron acorralados por los guardias, ambos, cogidos de la mano, se arrojaron al vacío, y cuentan que en su base están enterrados.

El parador se ha quedado de dulce, hasta ha subido de categoría, ya es de cuatro estrellas, muy moderno y con mucho gusto.

Ha merecido la pena la reforma y ampliación.

Recomiendo al que visita por primera vez esta ciudad que vaya al Torcal, no quedará defraudado, pero al que va allí con frecuencia, como yo, seguro que se sorprenderá con la Antequera urbana que es una ciudad preciosa. A mi me encanta callejear por su centro, visitar sus iglesias y perder el tiempo en la terraza de un bar de los que hay en la Alameda de Andalucía. Recorremos esta calle con su continuación Infante Fernando y visitamos la iglesia de la Virgen de los Remedios, donde alguien, muy amable, nos ilumina el templo para que podamos verlo en su plenitud, el barroco explota aquí de forma fulgurante, sus paredes cubiertas de pinturas con motivos florales y el retablo principal que te deja perplejo. Sobre el camarín de la Virgen y a más de diez metros de altura hay un caballo a tamaño natural que parece saltar con medio cuerpo fuera del retablo. Subido al caballo, Santiago Apóstol que parece entregar a un fraile la imagen de la Virgen.

Al final de la calle está la iglesia de San Sebastián, donde, justo al entrar, nos topamos con la singular imagen del Señor de Mayor Dolor. Se trata de una imagen de un Cristo que está, literalmente a gatas. Se da la circunstancia de que esta imagen es la protagonista del Cartel de Semana Santa 2009.
Es agradable el paseo por el sol pero a la hora de sentarnos para tomar el aperitivo buscamos la sombra de un árbol. En la terraza que ocupa casi toda la acera frente al Galeón nos tomamos unas cañas con un queso cremoso y exquisito adornado con anchoas del Cantábríco. A pocos metros de allí, en la calle Cantareros 24, existe una estupenda Pastelería Cafeteria que se llama Marengo en donde se puede degustar el maravilloso Bienmesabe, dulce riquísimo y típico de Antequera.
No es de extrañar que se oiga a alguien decir " ...me voy a tomar unos churros a la fuerza..." y es que hay un bar churrería que se llama "A la fuerza", está a tope a todas horas, sus churros son muy buenos y los molletes con tos los avíos se sirven a todas horas. Uno de estos molletes con tomate triturado y aceite con jamón ibérico lo llaman Catalana, delicioso.
Desayunamos en el parador antes de salir para Málaga y en una media hora estamos instalándonos en una de las nuevas habitaciones del Málaga Golf. El día es primaveral y hay mucha gente jugando, atravesamos el campo de golf y salimos a la playa, el mar está como una piscina y pertrechados de sombreros paseamos por la orilla del Mediterraneo en dirección hacia Torremolinos. Hoy martes es día de pescado y nada nos impide desfrutar de una fritura de salmonetes, boquerones, acedías y las exquisitas puntillitas entre otras delicias, regadas con Rueda fresquito. si viviera en la costa solo comería pescado... ¿Que le voy a hacer?¡Me gusta tanto!
Por la tarde visitamos un mega centro comercial llamado Plaza Mayor que está a menos de un kilómetro del parador y notamos como empieza a refrescar, el tiempo se está preparando para mañana que no va a ser tan bueno, así es que al día siguiente volvemos directos a Alcaudete con el buen sabor de este miniviaje.

10 diciembre, 2008

De paradores por la Vía de la Plata

Lo que no viene en las guías


Durante siete días voy a realizar la Vía de la Plata por Extremadura recorriendo encadenados todos sus paradores nacionales. El primer destino es Zafra y resulta necesario salir a las nueve de la mañana, por lo menos, para llegar al medio día. El tiempo se muestra espléndido este primer domingo de Octubre y el camino no está mal pero, desde Córdoba, no hay casi gasolineras y los restaurantes y bares son casi nulos, así es que ojo al dato.


La primera sorpresa es que Zafra celebra la Feria Internacional de Ganados. llegamos a las doce menos cuarto y arribamos en caravana durante seis kilómetros por culpa de la aglomeración de vehículos que atrae la feria. El parador está hasta los topes y es difícil aparcar. Antes de acercarnos al ferial nos tomamos un surtido de ibéricos con queso de oveja en una terraza al lado del parador, en la plaza de España. La terraza se llama Gabi y su especialidad es el bacalao rebozado, las setas en caldereta y las carnes a la brasa. Después nos pertrechamos de un sombrero y a la feria.
Es una gozada poder visitar los stand con una muestra muy importante de ganado que se presenta a concurso, el porcino, bovino, ovino, caballar y caprino (hacía mucho tiempo que no sentía el olor de las cabras). La feria durará hasta el día 8 y hoy domingo está a tope. Vuelvo a escuchar la expresión tan extremeña “Ave” que la repiten constantemente. Regresamos al parador para descansar hasta que salgamos más tarde y cuando lo hacemos nos topamos, justo al lado del parador, la calle Sevilla que termina en la plaza Grande. Nos acercamos a la colegiata y nos situamos ante el retablo de Zurbarán, casi no me entero de la misa hipnotizado por los cuadros del retablo. Después callejeamos caminando hacia la plaza Chica y recomiendo vivamente visitar las bodegas de Jaloco muy cerca de la misma, son estupendas y sus vinos de lo mejorcito. Después apetece un nuevo paseo por la feria que sigue en ebullición aunque ya se han cerrado los pabellones de ganado.


Al día siguiente visitamos Almendralejo al paso, merece la pena, ¡pedazo de ciudad!, el ayuntamiento está en la casa donde nació Espronceda, que nació el mismo día que yo, pero doscientos años antes.


Seguimos a Mérida, y es la primera vez que no me pierdo al entrar en esta ciudad, señal de que ha mejorado su señalización, por eso entramos directos al aparcamiento del parador. Mérida es la ciudad que menos me gusta de Extremadura pero no por eso voy a renunciar a pasear cerca del museo romano y por sus calles comerciales y céntricas. Por experiencias de anteriores visitas sé que la mejor opción es comer en el parador y así lo hago. Imprescindible pedir de postre Técula Mécula, prueba de que los árabes no son los que inventaron el mazapán, esta tarta es de origen romano y nunca he comido nada igual. Una recomendación a no olvidar es no ir a comer al restaurante Nicolás, local con pretensiones en un chalet del centro, que en visitas anteriores me trató fatal.


Al día siguiente cogemos la autovía hasta Cáceres, ciudad insuperable y preciosa, la visita guiada por su recinto amurallado es imprescindible y muy gratificante. La oferta en bares y cafeterías es muy buena pero por recomendar algo, no puedo olvidar la pulguita de jamón ibérico que me tomé en Zeppelin que está al principio de la calle Virgen de la Montaña. Una muy buena opción de restaurante es El Atrio, que está algo escondido, pero para mi gusto es imprescindible comer en el Figón de Eustaquio (probar las ancas de rana, las hacen como nadie). El parador es más pequeño de lo que creía, pero muy coqueto y de nivel, en su comedor sirven un solomillo de ibérico que no se olvida fácilmente.

El viaje a Trujillo es bastante corto y se hace al lado de la nueva autovía que está finalizando sus obras. Se nota mucho la vuelta que le han dado a esta población, hasta el parador está muy remozado, su decoración se parece a la del Palacio de Bailío, el cinco estrellas de Córdoba. Es maravilloso el paseo por la ciudad medieval y la visita a los templos (pagando), merece la pena. Este es el primer día que podemos comer de cuchara en paradores, judiones con codornices y guiso de patatas con costillas de ibérico, lástima que se esté perdiendo la costumbre de aviar guisos.
Dejando a nuestra derecha el parque de Monfragüe y pasando por dentro de Navalmoral de la Mata nos encaminamos a Jarandilla de la Vera. Aquí empezó mi viaje por estas tierras hace más de quince años y mis recuerdos son maravillosos. El parador sigue cumpliendo las expectativas más exigentes y en su comedor se sirve la caldereta de cabrito más exquisita que se pueda comer. Losar, Valverde y Villanueva de la Vera no han mejorado, al contrario, creo que ha empeorado su estética. En el tiempo que ha pasado desde que vine por aquí, no han sido capaces de eliminar los cables de la luz y del teléfono o los coches, que anárquicamente se han apoderado de las fachadas y de las calles. ¡Lamentable!
Aún así, el que no haya venido nunca se seguirá asombrando del potencial turístico de estas aldeas.
En Jarandilla, el antiguo restaurante “Puta parió”, donde habitó el mayordomo del emperador Carlos V, ha progresado y se ha remozado creando cerca una tienda de delicatessen extremeñas. En el paseo que hice en este pueblito de la Vera por la tarde, pude retratar una antigua abadía templaria y una picota de piedra, de las pocas que van quedando por España.
Al día siguiente partimos hacia Plasencia donde pasaremos los dos últimos días de la ruta. Imprescindible parar en Cuacos de Yuste para visitar el monasterio donde vivió sus últimos días el emperador. En la cripta, que está bajo el altar mayor, se conserva el ataúd donde lo pusieron al morir y me impresionó mucho lo pequeño debió ser de estatura.
El parador de Plasencia es de nuevo cuño en el convento gótico de Santo Domingo, fundado por los Zúñigas a mediados del siglo XV. Sus habitaciones, comedores, claustros, estancias y hasta el garaje con ascensor para los coches son una gozada, pero es tan magnífica la oferta en bares y restaurantes de esta ciudad que solo desayunamos en el parador.

La iglesia del convento donde está el parador es tan grande como Santa María de Alcaudete y está dedicada a Museo de Semana Santa de Plasencia, ¡Fantástico! Otra visita para no perderse son sus dos catedrales adosadas.
El café Español ¡Que bonito nombre para un café! ofrece españolitos, especie de minibocadillos exquisitos y variadísimos que te ofrecen con la bebida, o sea que se tapea muy bien. Dentro tienen un buen comedor donde te sirven unas migas extremeñas con huevos fritos que quitan el sentío y el choto al ajillo, casi sin huesos, es delicioso.

Otro lugar con solera para comer es el Rincón Extremeño en un callejón al lado de la plaza Mayor, sus criadillas de la tierra, especie de trufa blanca, son estupendas y sus guisos extremeños insuperables. Tienen además de la carta, un menú bastante económico.
Me olvidaba de recomendar que para beber por estos pagos hay que pedir los vinos de la Tierra de Extremadura que no tienen nada que envidiar a los Riojas o demás que nos ofrecen por los bares. Una buena opción es pedir vino de pitarra. La pitarra es una gran vasija de barro donde se hace el vino por estas tierras y tiene la particularidad de dar un vino excelente y nunca peleón, “...o sale buena la pitarra o el mosto es para vinagre, no hay medias tintas”. Antes de regresar a Alcaudete me pertrecho, en una de las múltiples tiendas de delicatessen, de un buen surtido de ibéricos, morcilla patatera, quesos y vinos de Extremadura para invitar a mis amigos, que de seguro me lo agradecerán.