
Durante siete días voy a realizar la Vía de la Plata por Extremadura recorriendo encadenados todos sus paradores nacionales. El primer destino es Zafra y resulta necesario salir a las nueve de la mañana, por lo menos, para llegar al medio día. El tiempo se muestra espléndido este primer domingo de Octubre y el camino no está mal pero, desde Córdoba, no hay casi gasolineras y los restaurantes y bares son casi nulos, así es que ojo al dato.
La primera sorpresa es que Zafra celebra la Feria Internacional de Ganados. llegamos a las doce menos cuarto y arribamos en caravana durante seis kilómetros por culpa de la aglomeración de vehículos que atrae la feria. El parador está hasta los topes y es difícil aparcar. Antes de acercarnos al ferial nos tomamos un surtido de ibéricos con queso de oveja en una terraza al lado del parador, en la plaza de España. La terraza se llama Gabi y su especialidad es el bacalao rebozado, las setas en caldereta y las carnes a la brasa. Después nos pertrechamos de un sombrero y a la feria.
Es una gozada poder visitar los stand con una muestra muy importante de ganado que se presenta a concurso, el porcino, bovino, ovino, caballar y caprino (hacía mucho tiempo que no sentía el olor de las cabras). La feria durará hasta el día 8 y hoy domingo está a tope. Vuelvo a escuchar la expresión tan extremeña “Ave” que la repiten constantemente. Regresamos al parador para descansar hasta que salgamos más tarde y cuando lo hacemos nos topamos, justo al lado del parador, la calle Sevilla que termina en la plaza Grande. Nos acercamos a la colegiata y nos situamos ante el retablo de Zurbarán, casi no me entero de la misa hipnotizado por los cuadros del retablo. Después callejeamos caminando hacia la plaza Chica y recomiendo vivamente visitar las bodegas de Jaloco muy cerca de la misma, son estupendas y sus vinos de lo mejorcito. Después apetece un nuevo paseo por la feria que sigue en ebullición aunque ya se han cerrado los pabellones de ganado.

Al día siguiente visitamos Almendralejo al paso, merece la pena, ¡pedazo de ciudad!, el ayuntamiento está en la casa donde nació Espronceda, que nació el mismo día que yo, pero doscientos años antes.

Seguimos a Mérida, y es la primera vez que no me pierdo al entrar en esta ciudad, señal de que ha mejorado su señalización, por eso entramos directos al aparcamiento del parador. Mérida es la ciudad que menos me gusta de Extremadura pero no por eso voy a renunciar a pasear cerca del museo romano y por sus calles comerciales y céntricas. Por experiencias de anteriores visitas sé que la mejor opción es comer en el parador y así lo hago. Imprescindible pedir de postre Técula Mécula, prueba de que los árabes no son los que inventaron el mazapán, esta tarta es de origen romano y nunca he comido nada igual. Una recomendación a no olvidar es no ir a comer al restaurante Nicolás, local con pretensiones en un chalet del centro, que en visitas anteriores me trató fatal.

Al día siguiente cogemos la autovía hasta Cáceres, ciudad insuperable y preciosa, la visita guiada por su recinto amurallado es imprescindible y muy gratificante. La oferta en bares y cafeterías es muy buena pero por recomendar algo, no puedo olvidar la pulguita de jamón ibérico que me tomé en Zeppelin que está al principio de la calle Virgen de la Montaña. Una muy buena opción de restaurante es El Atrio, que está algo escondido, pero para mi gusto es imprescindible comer en el Figón de Eustaquio (probar las ancas de rana, las hacen como nadie). El parador es más pequeño de lo que creía, pero muy coqueto y de nivel, en su comedor sirven un solomillo de ibérico que no se olvida fácilmente.

El viaje a Trujillo es bastante corto y se hace al lado de la nueva autovía que está finalizando sus obras. Se nota mucho la vuelta que le han dado a esta población, hasta el parador está muy remozado, su decoración se parece a la del Palacio de Bailío, el cinco estrellas de Córdoba. Es maravilloso el paseo por la ciudad medieval y la visita a los templos (pagando), merece la pena. Este es el primer día que podemos comer de cuchara en paradores, judiones con codornices y guiso de patatas con costillas de ibérico, lástima que se esté perdiendo la costumbre de aviar guisos.

Dejando a nuestra derecha el parque de Monfragüe y pasando por dentro de Navalmoral de la Mata nos encaminamos a Jarandilla de la Vera. Aquí empezó mi viaje por estas tierras hace más de quince años y mis recuerdos son maravillosos. El parador sigue cumpliendo las expectativas más exigentes y en su comedor se sirve la caldereta de cabrito más exquisita que se pueda comer. Losar, Valverde y Villanueva de la Vera no han mejorado, al contrario, creo que ha empeorado su estética. En el tiempo que ha pasado desde que vine por aquí, no han sido capaces de eliminar los cables de la luz y del teléfono o los coches, que anárquicamente se han apoderado de las fachadas y de las calles. ¡Lamentable!
Aún así, el que no haya venido nunca se seguirá asombrando del potencial turístico de estas aldeas.

En Jarandilla, el antiguo restaurante “Puta parió”, donde habitó el mayordomo del emperador Carlos V, ha progresado y se ha remozado creando cerca una tienda de delicatessen extremeñas. En el paseo que hice en este pueblito de la Vera por la tarde, pude retratar una antigua abadía templaria y una picota de piedra, de las pocas que van quedando por España.
Al día siguiente partimos hacia Plasencia donde pasaremos los dos últimos días de la ruta. Imprescindible parar en Cuacos de Yuste para visitar el monasterio donde vivió sus últimos días el emperador. En la cripta, que está bajo el altar mayor, se conserva el ataúd donde lo pusieron al morir y me impresionó mucho lo pequeño debió ser de estatura.
El parador de Plasencia es de nuevo cuño en el convento gótico de Santo Domingo, fundado por los Zúñigas a mediados del siglo XV. Sus habitaciones, comedores, claustros, estancias y hasta el garaje con ascensor para los coches son una gozada, pero es tan magnífica la oferta en bares y restaurantes de esta ciudad que solo desayunamos en el parador.

La iglesia del convento donde está el parador es tan grande como Santa María de Alcaudete y está dedicada a Museo de Semana Santa de Plasencia, ¡Fantástico! Otra visita para no perderse son sus dos catedrales adosadas.
El café Español ¡Que bonito nombre para un café! ofrece españolitos, especie de minibocadillos exquisitos y variadísimos que te ofrecen con la bebida, o sea que se tapea muy bien. Dentro tienen un buen comedor donde te sirven unas migas extremeñas con huevos fritos que quitan el sentío y el choto al ajillo, casi sin huesos, es delicioso.

Otro lugar con solera para comer es el Rincón Extremeño en un callejón al lado de la plaza Mayor, sus criadillas de la tierra, especie de trufa blanca, son estupendas y sus guisos extremeños insuperables. Tienen además de la carta, un menú bastante económico.
Me olvidaba de recomendar que para beber por estos pagos hay que pedir los vinos de la Tierra de Extremadura que no tienen nada que envidiar a los Riojas o demás que nos ofrecen por los bares. Una buena opción es pedir vino de pitarra. La pitarra es una gran vasija de barro donde se hace el vino por estas tierras y tiene la particularidad de dar un vino excelente y nunca peleón, “...o sale buena la pitarra o el mosto es para vinagre, no hay medias tintas”. Antes de regresar a Alcaudete me pertrecho, en una de las múltiples tiendas de delicatessen, de un buen surtido de ibéricos, morcilla patatera, quesos y vinos de Extremadura para invitar a mis amigos, que de seguro me lo agradecerán.




En el guateque, la castidad estaba garantizada, primero porque todas las nenas eran unas reprimidas y los varones no tenían el valor suficiente, además estaban las carabinas, Petra era una de ellas, que amenazaba continuamente con chivarse y por otro lado estaba la madre de turno que se daba una vuelta por el baile, como el que no quiere la cosa y hasta el cura párroco que en más de una ocasión se colaba de rondón y era capaz de emplazar al más pintado ante el confesionario por una mano más o menos colocada en un trasero. El brazo izquierdo femenino se asentaba por lo general fuertemente en el pecho masculino haciendo palanca y costaba uno y mil intentos provocar el roce más inocente. En el guateque todo era ilusión, simpleza, inocencia, romanticismo en una nube de feromonas y buen rollito como se dice ahora.
Por aquel entonces el Cordobés revolucionaba con el salto dela rana los ruedos de las plazas de toros y Marisa Medina decía las noticias con aquella sonrisa tan sensual.
En la calle principal de la zona moderna, que va de la Plaza de la Constitución a la bahía y en dirección al casco histórico, hay una inmobiliaria que expone en sus escaparates una colección de fotografías antiguas en donde se pueden apreciar los espectaculares cambios que se han producido en Peñíscola. Cuento esto porque hacía unos treinta años que no iba a este lugar y mis recuerdos se parecen más a las vetustas fotos que a lo que contemplo en la actualidad.




-¿Que pasaba María...?










Para viajar por los alrededores y hacia Santander debemos tomar seriamente la opción del FEVE, el ferrocarril de vía estrecha que, amén de puntual, te lleva a todas partes por un precio inferior a lo que te costaría el parking en destino y te evita usar el coche. Todo el mundo sabe que no se debe perder Comillas o Santillana del Mar, que “ni es santa, ni es llana ni está en el mar” pero que es preciosa como pueblo medieval bien conservado, las cuevas de Altamira están al lado de Santillana y son visitables (excepto los lunes) en una reproducción muy lograda. Torrelavega es otro enclave a visitar los miércoles, día en el que hay Mercado Nacional de ganados.
Impagable contemplar los charcos de leche que se forma en el suelo alrededor de las vacas en venta y observar al mozo que, cubeta en ristre, va de vaca en vaca aliviándole las ubres. Cerca del ayuntamiento me llamó la atención una pequeña escultura dedicada a ‘Mero, el barrendero’, realizada por Jesús González de la Vega.
La exquisitez de estos sobaos es extraordinaria y los que los prueban quedarán encantados. Frente a esta pastelería hay una frutería de gourmets que tiene las cebollas moradas más bonitas que he visto en mi vida, pero a cinco noventa el kilo.
Para analizarlo hay que conocer un poco al pueblo flamenco y a eso voy con este escrito. Bélgica está formada por la unión de los Valones y los Flamencos, dos comunidades que se unieron para librarse del dominio de los Holandeses y que desde un principio conservaron sus respectivos idiomas (los valones son francófonos o sea que hablan francés).
Para poner un ejemplo de su cerrazón solo hay que observar que las matrículas de los coches procuran evitar los símbolos comunitarios, como es la bandera azul con las estrellas. Ahora bien los millones de euros que entran en Bruselas, eso si que les interesa y ese y no otro es el motivo de que no se hallan separado definitivamente, ya que tanto los valones como los flamencos desean quedarse para sí a Bruselas y la “pasta” que ingresa.