Los
seres humanos somos capaces de percibir un cúmulo de sentimientos
que, independientemente de hacernos muy felices o muy desgraciados,
se convierten con demasiada frecuencia en elementos de análisis
para un montón de personas cercanas a nosotros mismos...,
psiquiatras o psicólogos de pacotilla.
Es
cierto que los sentimientos son patrimonio de los seres humanos y
hasta me atrevería a incluir a los animales en este grupo, pero cada
cual los percibe de forma diferente, en intensidad y matices, según
la capacidad de sensibilidad de cada uno.
Si a
esto añadimos, que las experiencias que dan lugar a esos
sentimientos son vividas de forma distinta entre los que las
protagonizan y que muchas veces es totalmente imposible, hacerse una
idea exacta de lo que se pueda sentir en muchos casos, me resulta,
cuando menos sorprendente, encontrar en nuestra vida a personas que
creen tener la panacea o la solución al hundimiento espiritual en el
que pueda sumirte una experiencia traumática.
La
percepción real de estos sentimientos solo se podrá alcanzar, de
una manera aproximada, cuando sufrimos nosotros mismos esas
experiencias.
Hay
muchas personas que guiados por su buena voluntad intentan ayudarte
cuando perciben la desesperación en la que te sumes por la perdida
de ese ser querido, puntal imprescindible de tu vida, o por haber
quedado tu vida, tal y como la vivías, totalmente destrozada.
Pero
eso es prácticamente inútil, pues al desconocer la dimensión del
problema, sus palabras y razonamientos de apoyo y ayuda suenan a
hueco y no cumplen con el fin deseado.
Por
ejemplo... Cuando un sacerdote, persona célibe por razones de su
condición, te intentan aconsejar sobre lo que es el matrimonio y
cómo encarar sus conflictos, resulta cuando menos sorprendente que
se atrevan a hablar de un tema desconocido por completo para ellos,
por lo menos en el plano práctico.
Con
mucha frecuencia, ocurre a bastantes personas de nuestro entorno, que
habiendo sufrido un gran dolor espiritual y por no haber sido
ayudados por nadie, cosa harto frecuente, se escudan en una serie de
razonamientos o frases, procedentes del Zen, el cristianismo, lo
tibetano u otras religiones o filosofías de origen oriental, que al
fin y al cabo solo alcanzan la categoría de “milongas” y
palabras hilvanadas con mayor o menor fortuna.
Sé
tu mismo.
Quiérete
mucho.
Aprender
a estar sólo..., es ser feliz.
La
felicidad está dentro de tí.
Crea
tu propio cielo, está en tu interior.
El
Karma y la reencarnación son puntales en tu vida.
Ella,
o él, te ayuda desde el cielo.
Dios
aprieta pero no ahoga.
Se
necesita tristeza para conocer la alegría, ruido para apreciar el
silencio y ausencia para valorar la presencia...
¡Hala
y se quedan tan a gusto!
El
Facebook está lleno de cosas así y hasta hay muchos a quienes les
valen.
Ciertamente
que destrozada la vida que tenías, en estados anímicos depresivos o
situaciones que comportan un dolor inaguantable, agarrarse a un clavo
ardiendo es de lo más normal, pero volver a encontrar paz y sosiego
solo es posible creando una vida nueva, con nuevos objetivos e
ilusiones, contando con la ayuda de gente que se vuelque en tí sin
esperar nada. Llenando tu vida de proyectos y actividades que
canalicen tus energías para que los recuerdos que acompañen tus
pensamientos, sean solamente los positivos, dejando al margen de tu
vida aquello que en tu pasado fue doloroso o infeliz...
Sin
olvidar que para que ello ocurra, lo has de desear, o sea que si has
caído, tienes que querer levantarte y eso solo depende de tí.
Para
saber lo que se siente al perder un hijo..., lo has de perder.
Para
saber lo que es perder a tu amadísimo esposo o esposa..., cuando
muera lo sabrás.
Si
tus sentimientos y tu dolor se hacen insoportables y tu ánimo ha
caído, que tengas suerte y que Dios te ampare, pero líbrate de esas
ayudas que en nada te ayudan.
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