07 enero, 2006
Cuentos de colores.- Blanco, Azul y Rojo
BLANCO
Las paredes eran blancas, completamente blancas, la luz del sol entraba por el amplio ventanal dejando un cegador resplandor en la estancia, y en el centro, ella, con su vestido de encaje y seda sobre su frágil cuerpo, sentada en el taburete, descalza y ondeando su cabello, claro y rubio, a la brisa que llegaba del exterior. Sus ojos permanecían fijos en el horizonte, un horizonte sin línea, una línea sin paisaje, un paisaje de resplandores níveos, un resplandor sin contornos. Sus pupilas albinas solo le permitían percibir una claridad excesiva y sin embargo no le molestaba, sus ojos permanecían extremadamente abiertos, llenándose de luz, esa luz que abriga y da calor. En la estancia solo había eso, luz, mucha luz y una hermosa niña, de ojos muy claros que solo ven eso, claridad, luz blanca, sin matices cromáticos.
-Bien, Clara, vamos a ver esos ojos.
El doctor con su bata blanca, se había situado delante de la niña y ayudado por una minúscula linterna, dejó un haz de luz muy intensa en el interior de sus pupilas, las miró y remiró, sin que Clara parpadease o le molestase lo más mínimo.
-Bien, esto está muy bien.
Cogió a la niña por los brazos y la levantó del taburete. La enfermera la sujetó por detrás y dando solo unos pasos la acostaron delicadamente sobre la camilla, luego, en suave movimiento fue sintiendo como se deslizaban las ruedas por el pavimento, el paso de una estancia a otra, el traqueteo casi imperceptible de las ruedas al pasar de una baldosa a otra y los cambios de resplandor al pasar bajo los fluorescentes, le indicaba la distancia recorrida hacia el quirófano. Luego la quietud, los cuchicheos y el ruido del material quirúrgico.
-Clara ¿quieres contar desde diez para atrás?
Diez…nueve…ocho…siete…seehh.
Después nada, la nada, bueno, la nada luminosa y una sensación pastosa en la lengua, así como un regusto desconocido.
Clara llevaba doce días con el vendaje, desde que despertó, sabía que algo nuevo había ocurrido. La operación podría tener éxito o no, pero la claridad que sentía en sus ojos era distinta, a veces veía una luz de extrañas tonalidades, bajo las vendas, que decrecía comprimiéndose sobre ella misma, para volver a aparecer ante sus ojos cerrados, quedaba estática como una mancha luminosa y su propia aureola la comprimía de nuevo hasta dejarla reducida a un punto, así una y otra vez, diría que siguiendo las pulsaciones de su corazón.
Sintió pasos a su alrededor y unas manos amigas que acariciaron su pelo.
- Clara, vamos a quitar las vendas ¿estás preparada?
- Si, pero tengo miedo.
- No te preocupes, todo irá bien.
AZUL
El mar golpeaba con fuerza sobre las rocas, la luz del mediodía resplandecía sobre la espuma que saltaba de la cresta de las olas, el azul del cielo parecía mucho más intenso en contraste con unas nubes altas, blancas y espesas. El mar tenia un tono azul marino que desde el horizonte nítido y recto, mantenía su color hasta la orilla, donde se perdía en tonalidades verdosas al contraste de las rocas y la espuma.
Clara miraba el mar y sentía como los colores pasaban por sus ojos componiendo un paisaje espléndido de tonalidades azules.
-¡Que maravilla, abuelito!
- y que lo digas,- respondió el anciano.
Cosme tenía ochenta y cuatro años y una ilusión cumplida- ¡Clara veía por fin! - y esa certeza le emocionaba sobremanera, desde que vino la niña a su casita de la costa, Cosme no se separaba de ella, ¡era tan feliz con solo mirarla! que no existía en el mundo nada más bello que contemplar su rostro, a veces con dificultad, ya que las incómodas lágrimas no le permitían verla con nitidez y es que sentía un nudo, una congoja, que tenía que volver el rostro para recuperar la compostura.
Desde hacía dieciséis años, tenía a Clara clavada en el corazón, los años pasados con la nieta ciega, los intentos porque recuperara la visión, el fracaso, la amargura, la lucha y la desilusión, pero ahora Clara se mostraba magnífica, allí en la mecedora, tan linda, junto al acantilado y a su lado. Dieciséis cuchillos de acero azulado clavados en su corazón y de pronto la paz, el sosiego, - Clara veía – ¡Es maravilloso vivir! y de nuevo la felicidad se desbordaba por los cansados ojos del anciano humedeciendo sus mejillas.
- Abuelo ¿Por qué lloras?
- Porque te quiero Clara.
Clara coge una de las cintas del vestido, la levanta hasta los ojos y dice - mira abuelo es tan azul como el mar -, el abuelo sonríe y de nuevo vuelven a brillar sus cansados ojos.
ROJO
Es noche cerrada, sin luna ni estrellas, algo arde cerca, crepitan unas llamas y chirría una rueda que gira cansina sobre el coche volcado en la cuneta, la portezuela destrozada y medio abierta ha permitido a Sonia salir a gatas del vehículo, instintivamente se aleja del mismo, sintiendo la hierba húmeda bajo sus manos. Un liquido pastoso y caliente chorrea por sus sienes, se arrastra, vomita y sigue alejándose del coche cuneta arriba, el vientre le duele y le pesa, casi le roza en el suelo, solloza calladamente mientras se agarra a las hierbas mojadas por la lluvia que casi ha cesado. Un resplandor rojizo a su espalda le hace acelerar su huida, el coche arde y sus llamas tintan de rojo los arbustos que crecen al borde de la carretera. Oye el sonido de una sirena y casi ve los destellos rojos de las luces de la ambulancia, después se desmaya.
El abuelo Cosme llora en el banco de madera que hay junto a la entrada de quirófanos, son las cuatro de la madrugada y lleva allí sentado dos horas y media, entre las lágrimas fija su mirada en la luz roja de acceso prohibido que hay sobre las puertas batientes, entran y salen los facultativos y Cosme musita, recitando como un autómata, una oración. Se da cuenta que le hablan cuando deja de ver la luz roja. Se levanta con una angustia infinita en el pecho y acepta el bulto que le ofrecen.
-Lo siento don Cosme no hemos podido hacer nada por su hija, ya no estaba viva cuando entró en quirófano, pero aquí tiene Vd. a su nieta, creemos que está bien aunque no se la podrá llevar hasta mañana, que la verá el pediatra, aparentemente está bien pero he notado algo en sus ojitos, bueno, el pediatra dirá, no se preocupe ya verá que todo se arregla, lo siento don Cosme.
Cosme abre los ojos llorando, lleva dieciséis años viviendo la misma pesadilla, pero ahora, es distinto, Clarita ve, ve y eso le hace sonreír cuando despierta, sudando y llorando por la pesadilla roja.
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1 comentario:
Hola Eduardo,
He leído tu texto con interés, consigue atrapar al lector desde el principio, el hecho de que el rojo fuera al final me hacía presentir un final triste, pero en realidad era el inicio de todo.
Enhorabuena, tendré que probar a ver que me sale.
Un saludo
Felisa
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