06 enero, 2006

No sentía nada


Hacía ya más de tres horas que no sentía nada, no me dolía nada, pero no podía moverme, mis miembros estaban completamente paralizados, pensé que estaba atado a la cama, sólo la penumbra de la luz que se colaba por la ventana me daba conciencia de que me encontraba en el dormitorio del hotel de Nairobi a donde habíamos llegado la noche anterior. No podía parpadear ni mover un dedo pero podía oír, oía la respiración de Marta y el bullicio del principio del día que entraba del exterior.
Hacía casi tres horas, o al menos así me lo parecía que Marta se había despertado y después de incorporarse se quedó mirándome fijamente, aunque no sentí nada me percaté del manoseo y del zarandeo al que Marta me sometió durante varios minutos, sus gritos llamándome y el llanto derivaron en un hipo que entre mocos y lágrimas le hacían decir frases inconexas.
Marta había salido de mi campo de visión pero oí como pedía auxilio por teléfono en el pobre inglés que podía articular, después se acercó de nuevo y vi en su rostro la gravedad del momento. ¿Por qué no me podía mover?¿Por qué no podía hablar? Veía y oía pero ¿por qué no sentía nada? Marta apoyó su oído sobre mi pecho y después de unos segundos se incorporó entre sollozos.
Multitud de negros pensamientos pasaron por mi mente, ¡qué maldita parálisis me había dado! Hice esfuerzos por moverme pero nada, intenté tranquilizarme y pensé en concentrar mi pensamiento sobre un dedo, intenté moverlo, como había aprendido a hacer en las clases de yoga que recibí de adolescente , pero nada, puede que lo moviese pero no sentía nada, ni el roce de las sábanas. Marta había encendido las luces y sobre el techo giraba un ventilador que oscilaba peligrosamente amenazando caerse, intenté de nuevo articular alguna palabra
– Marta… Marta.
Nada, mi boca estaba sellada, lo pensaba pero no podía decirlo. Entró alguien en la habitación y cuando se colocó a los pies de la cama vi que era el recepcionista, me miraba y miraba hacia donde estaba Marta, aunque no entendía bien comprendí que intentaba calmarla, después por mi derecha apareció un camarero que dejó un vaso y una botella de agua en la mesita de noche.
-Pero si está helado- dijo Marta.
No haría más de dos horas que había llegado el médico, se sentó en la cama a mi izquierda, colocó su “fonendo” en los oídos y lo aplicó a mi pecho, lo sé porque lo vi, yo no sentía ni el contacto del “fonendo” ni sus manos. Me incorporó sentándome en la cama y a los pocos segundos me dejó caer de nuevo en el lecho.
No entendía lo que le dijo a Marta, pero su llanto y la gravedad de su rostro me indicaron que la cosa debía ser grave. Un par de enfermeros de tez muy oscura me depositaron sobre una camilla y me taparon el rostro con una sábana que casi se transparentaba dejándome intuir lo que ocurría delante mío. El ascensor, la recepción, la calle y ya dentro de la ambulancia Marta me quitó la sábana del rostro. Estaba llorando.
Intenté razonar, seguro que iba a un hospital, allí me harían pruebas y seguro que me recuperaría, a mi no me dolía nada, sólo que no me podía mover, …no me podía mover, …no me podía mover.
Empezó a asaltarme una idea horrible, pero no, no podía ser, comencé a recordar una película que de muchacho había visto, La Obsesión, creo que se llamaba,¿Quién la hizo? A ver… Roger Corman me parece, si si, Roger Corman y Ray Milland de protagonista, un tío obsesionado con ser enterrado vivo, ambientada en el siglo pasado, que “canguelo” pasé en el cine, ¿como se llamaba la enfermedad?.. catelepsia o catalepsia, si, si, catalepsia, pero bueno los médicos sabrán, estamos en el Siglo XXI, además lo mío no va a ser eso, seguro que me ponen algo que me permite recuperar el movimiento, ¡si pudiese hablar, aunque solo fuera una palabra!
No hará ni cinco minutos que han terminado conmigo, sigo sin moverme, pero seguro que ya saben que hacer conmigo, a Marta ya no la veo y no sé para qué me han metido en esta bolsa de plástico negro, debe ser que me van a hacer otra prueba más, a dónde me llevarán, menos mal que no siento nada, este pasillo no acaba nunca, ¡Dios mío porqué entramos aquí!, ¡aquí no!, ¡aquí no, esto es la Morgue!, ¡aquí se trae a los muertos y yo estoy vivo!, ¡aquí no!, ¡no!, ¡no!, ¡aquí no!, ¡no!, ¡no cerréis la cremallera de la bolsa!, ¡no!. ¡No me dejéis aquí, esto es la morgue!, ¡no!, ¡no!, ¡yo estoy vivo!… Dios mío ¡estoy vivo!…¡no!, ¡no!, ¡no!.

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