12 marzo, 2010

El abuelito Paco Mesa (óleo sobre lienzo)


Francisco Mesa Serrano, se levanta muy temprano y le voy a tocar un pregón a las siete de la mañana ...
Esta tontería la pregonaba yo, a la edad de siete u ocho años, en los anocheceres del verano y en la esquina del Pilarejo con el Matadero, bajo la mirada del Señor de la Paciencia..., más que nada, para darle la lata a mi tío Fermín y a mi tita Paqui que separados por la reja de una pequeña ventana, que da a la calle Matadero desde el dormitorio, que era de mis abuelos, pelaban la pava como Dios les daba a entender. Ellos con buen humor, me llamaban y conseguían a duras penas que dejase de dar la murga.
De esa época es de cuando tengo los recuerdos más vivos que me han quedado sobre mi abuelo. Ese es el abuelito Paco del cuadro, que pinté en Badalona, hace la tira de años y sacado de una fotografía que aún poseo manchada de óleo.
A duras penas recuerdo la última etapa de su vida, y tengo que esforzarme para recrear su imagen en el Madrid de los sesenta cuando luchaba con la enfermedad, acompañado de mi madre, que siempre iba con él a los médicos y las sesiones de radioterapia. Nos dejó para siempre en Junio del 1968, el día en el que Carmen y yo teníamos planificado casarnos, de hecho tuvimos que aplazar la boda dos o tres días, para dar tiempo a mis padres, que ya se encontraban en Barcelona, a venir a sus exequias.
Mis recuerdos está fijados en aquellos veranos en los que mi abuelo iba y venía a la cooperativa para departir distintos asuntos con Baltanás, igual que hoy en día mi primo Pepe Mendoza departe con mi otro primo Segundo Tejero en la misma cooperativa de la Fuensanta, nueva y remozada en el antiguo camino de los Llanos.
"Si él levantara la cabeza".
El abuelo era un hombre bueno y muy especial, todo el mundo lo llamaba Paquito, hasta los mendigos, aquellos que venían en chorro por las mañanas y que recibían siempre algunas monedas, que él extraía de una cajeta cilíndrica de Bicarbonato Torres Muñoz.
Se levantaba muy temprano, como yo decía en la monserga, para darle el primer pienso a las bestias, Mora, Rojo y Española. Luego le tocaba el turno a los residentes de la corraleta y después atendía a otros trabajos de la casa controlando las labores del campo que encomendaba a mi tito Manolo y a Antonio el mulero, el hijo del Pavilo, otro casi tito mio.
Después desayunaba unas sopas con leche de cabra y cebada tostada en un tazón de los grandes. Mi madre, que reparó en que, varios días seguidos, le habían puesto un tazón desmochado, se lo recriminó a la abuelita Carmen y como él lo oyó, al siguiente día que le puso la abuela el mismo tazón, abrió las manos y lo dejó que se estrellara en el suelo del patio con gran regocijo de los gatos.
Recuerdo su risilla socarrona diciendo "ha sío sin pensar", ante la retahíla de improperios que le dedicó la abuelita.
Paco Mesa, el abuelito, como siempre lo llamé, no era capaz de vestirse solo y todas las tardes subía un tramo de escaleras, que conducían a la sala, para someterse a un ritual como el de los toreros, en el que la abuelita le ponía su traje con su corbata y le ataba los cordones de los zapatos, para salir hacia la plaza, con la chaqueta sobre los hombros y su sombrero de fieltro. Allí lo esperaba Alfonsico, el administrador de los Funes o Bernardo Sánchez que no se hartaban nunca de perder a la ajedrez con mi abuelo, que era imbatible.
No he podido evitar el acordarme de él cada vez que he visto la imagen de Juan XXIII, el papa bueno y es que además de que se parecían físicamente, la expresión de bondad en ambos rostros era la misma. El simple hecho de darte un consejo era bastante para que se le saltasen las lágrimas y eso, le hacía interrumpir sus razones con un ...,¡puñeta!.
Podría escribir de él durante horas, pero no es el caso, de hecho he escrito estas palabras en homenaje suyo para leerlas el día que colocamos su cuadro en el Salón de Actos de la cooperativa. Con ellas quiero reivindicar su memoria y para honrarlo en la cooperativa que dirigió hasta su muerte y que hoy preside Pepe Mendoza Mesa.
A mi abuelo no se le dieron nunca medallas, aunque las mereció, sobre todo a los ojos de la gran cantidad de personas a las que prestó su ayuda mientras vivió. También es verdad que siempre se vio arropado por el cariño y el amor de toda su familia y de todos los que tuvieron la suerte de conocerlo y tener su amistad. De hecho siempre he oído decir a mi madrina la tita Carmen, otra ausente, que le acompañó en su entierro todo el pueblo. Dudo que haya habido otro entierro con más asistencia de gente como el de mi abuelo materno.
Un hombre bueno y cabal que auxilió a mucha gente, que fue perseguido en la guerra, sin haber hecho nada para merecerlo, pero que tuvo casi cien personas refugiadas en el cortijo de la venta Lagarto, entre ellos a mis abuelos paternos, y a los que no les falto de comer ni un solo día.
Un hombre que separaba a las personas en dos clases bien diferenciadas, los que tenían vergüenza y los que no la habían conocido. El más generoso, sensible y trabajador de los mayores que han pasado por mi vida. Un hombre que en vida, ejecutó su propio testamento, realizó lotes equilibrados de sus posesiones, los distribuyó entre sus hijos con el consenso de todos y los escrituró a sus nombres para que nadie tuviese que gastar un duro cuando él faltase.
Nunca he conocido a nadie igual. Era de una casta de la que hay escasez en estos tiempos. Espero que su imagen, que hemos puesto en la Cooperativa de la Fuensanta, sirva de recuerdo a todos los que lo conocieron y como ejemplo para generaciones futuras.
Ese era mi abuelito Paco... , que alguien diga una oración en su memoria.

10 marzo, 2010

Desde Alcaudete a Andorra por etapas..., y viceversa

Lo que no viene en las guías

Hace dieciséis años viajé del tirón desde Andorra a Jaén y ese día fui consciente de que no volvería a repetir semejante "proeza", así es que ahora, que he decidido volver a este pequeño país, me lo he tomado con calma.
El jueves cuatro de febrero de 2010, salimos con un tiempo bastante malo en dirección a las Lagunas de Ruidera. Hace tiempo que no las visitaba y con lo que ha llovido este año, seguro que estarían preciosas. Lo malo, el tiempo lluvioso que nos acompaña todo el trayecto.

Ruidera es un lugar extraordinario, las lagunas caen en cascada unas sobre otras y como están tan llenas es impagable su contemplación. Una tregua con la lluvia nos permitió recorrer las más importantes, hasta que decidimos entrar en un pequeño restaurante llamado Casa Victorino, para tomar un caldo de cocido exquisito y unas gachas manchegas en su propia sartén, con "tos los avíos", (morcilla, chorizo, costillas adobadas y lomo de orza). Plato sencillo y contundente que fuimos incapaces de acabarlo. Cuando me enfrento ante estos manjares tradicionales, populares y caseros no puedo por menos que pensar en las comidas que tomamos a veces, mal preparadas, mal cocinadas y caras, pero bautizadas con nombres rimbombantes que se completan con alguna palabreja en francés o inglés.

El tiempo volvió por sus fueros y una pertinaz llovizna no nos dio otra opción que regresar a Manzanares para enclaustrarnos en el Parador Nacional, donde íbamos a pernoctar.
La mañana siguiente amaneció con un tímido sol que acompañó todo nuestro camino a Madrid. La capital de España es un lugar donde nadie se siente forastero y que siempre encierra sorpresas agradables, espectáculos y exposiciones únicas, paseos gratificantes y entre otras lindezas a mi nieto Mario, niño querido y precioso con el que vamos a celebrar su quinto mes de vida.
El lunes ocho salimos de Madrid en dirección a Lérida y nos encontramos con un embotellamiento de considerables proporciones en la M-30. Intento librarme de este tapón y solo consigo meterme en otro en la M-40. Una hora perdida entre miles de vehículos hasta que llegamos a la R-2 que nos lleva en dirección a Zaragoza. Aquí desaparece el traficazo, pero no la lluvia que sigue martilleando el parabrisas hasta que llegamos a la altura de la Almunia de Doña Godina, en cuya cercanía nos paramos para comer algo en el restaurante de un hotel llamado la Bodega. El sitio está bien pero su cocina es de lo más mediocre, así es que no recomendaré a nadie su visita. En algo más de una hora y media llegamos a Lérida y debido a que sigue lloviendo, decidimos quedarnos en el hotel hasta la mañana siguiente en espera de que mejore el tiempo.

El hotel es el Condes de Urgell, un cuatro estrellas a pie de la antigua carretera a Barcelona, que casi se ha quedado incrustada en el ensanche de la ciudad. Es una instalación moderna y confortable y que tiene WiFi y aparcamiento cubierto para los clientes, condiciones casi imprescindibles que procuro a la hora de hacer reserva.

El martes amaneció con nubes y claros, así es que decidimos conocer Lérida, por la que siempre habíamos pasado sin parar. Nos dirigimos al centro urbano y para ello cruzamos uno de los puentes que salvan el río Segre. Enseguida nos topamos con un parking subterráneo y ya estamos en el mismo centro, la Plaça de Sant Joan.

Aquí, unas escaleras mecánicas nos acercan a unos ascensores que por veinte céntimos de euro nos dejan al pie de la antigua catedral o Seu Vella. Situada sobre una colina que domina la ciudad y el río que la atraviesa. En su lugar, hubo una catedral visigoda, una mezquita, y una catedral románica y gótica hasta que Felipe V en el comienzo del siglo XVIII la convirtió en cuartel, estando el edificio dedicado a estos menesteres hasta que en 1948, el ejército español salio del lugar y posibilitando su restauración. El claustro de la Seu es el más airoso y alto que he visto. Hecho en estilo gótico, es, para mi gusto, lo mejor de la construcción.

El templo, que ya no tiene culto de ningún tipo es una catedral gótica con bastantes vestigios románicos. Merece la pena la visita. Después de rodear la imponente construcción volvimos, por donde habíamos llegado, a la plaça de Sant Joan y sus calles céntricas por las que paseamos en una zona comercial bastante concurrida. En una de sus cafeterías tomamos un buen resopón que nos serviría hasta que llegásemos a Andorra.

El camino no resultó malo pero el tiempo fue a peor conforme nos alejábamos de Lérida. Los Pirineos se hacían patentes al paso del pantano de Oliana, que para nuestra sorpresa se encuentra al cincuenta por ciento de su capacidad. Pasamos por la Seu d´Urgell y casi sin darnos cuenta entramos por la frontera sin que ni siquiera nos pidiesen el carnet de identidad. Nuestro destino es el centro de Andorra la Vella frente al los Almacenes Pyrénées y donde permaneceremos seis días.

Razones familiares nos han hecho adelantar este viaje, que habíamos programado para primavera, así es que no nos podemos quejar del tiempo, pero doce grados bajo cero es frío negro al que no estamos acostumbrados.

Solución: pasar el tiempo dentro de los centros comerciales y en cafeterías o lugares bajo techo y bien calefactados. Andorra la Vella está situada en un valle rodeado de cumbres nevadas por todas partes y como estamos en Febrero ...

Me resultó grato ver tomate frito o espárragos de Mata en las estanterías del centro comercial Los Pyrénées. El comercio es la base económica de Andorra aunque ya no es lo que era en los años setenta, los precios son muy similares a los españoles y en algunos productos, algo más caros, pero hay algunas ventajas que, quizás, son las que mantienen el ingente comercio que llena sus calles. Su oferta es extraordinaria, en productos franceses y europeos en general. Por poner un ejemplo si deseamos comprar una botella de Oporto, en Jaén podemos encontrar una variedad muy limitada, dos o tres marcas a lo sumo, en Andorra están todas y en vinos y licorería se ven precios algo más bajos que en España.

Los productos electrónicos y de telefonía son de precios similares a los españoles, pero por contrapartida la gasolina es más barata. Las marcas de ropa están todas y con variedad, productos lácteos y chocolates, patés y delicatessen, perfumes y joyería, compiten con alguna ventaja a la oferta española..., pero bueno de lo que se trata es de divertirse y esto de comprar, ver y probarse son cosas que siempre nos ha gustado a casi todos.

El domingo catorce decidimos salir de Andorra para visitar la Seu d´Urgell. Estuvimos en la catedral y recorrimos el centro de la villa hasta que se acercó la hora de comer, cosa que teníamos programada de antemano. tomamos la carretera que va a Puigcerdá, y de seguida llegamos al pueblecito de Alas. Allí comimos en un restaurante llamado Dolçet en la calle Zulueta. Antigua fonda especializada en las recetas tradicionales de la comarca del Alt Urgell. Platos caseros muy bien elaborados. Raciones abundantes y generosas, acompañadas de los postres catalanes clásicos.

No hay carta y los platos los recitan de viva voz, no es barato pero tiene calidad y calidez en el trato, así es que al salir satisfecho no te deja la sensación de que te hayan estafado. Encontramos mesa por casualidad y eso que es grande.

La estancia en Andorra tocaba a su fin y el lunes por la mañana, tomamos las de Villadiego para llegar a Zaragoza donde pensábamos pernoctar. Sin ningún evento digno de mención hicimos el viaje y a eso del mediodía tomamos habitación en el Hotel NH que hay cercano a la antigua estación del ferrocarril. Instalaciones discretas, aunque es un cuatro estrellas. Llevábamos el desayuno incluido, pero como si no lo hubiesen ofrecido, se podía renunciar perfectamente a él.

La tarde era desapacible pero pudimos pasear por la ciudad, visitar el Pilar y comprar Frutas de Aragón que no son otra cosa que trozos de naranja escarchada, guindas, etc., recubiertas de chocolate. Muy ricas.

El retorno a Madrid el día siguiente, no tuvo problemas, pero imponía la nevada que había caído la noche anterior. Los alrededores de la autovia eran un paisaje blanco que no nos abandonó hasta llegar a Guadalajara.
En Madrid..., mi nieto Mario... ¿Que voy a decir?..., se me pone una sonrisa en la cara que si no fuera por las orejas, la boca me daba la vuelta...

02 febrero, 2010

La rosa y la capuchina.

CAPITULO III

Salobreña.


La caravana se había movido deprisa pero por mucho que acelerasen la marcha, era imposible llegar a Salobreña, pues la noche se había echado encima, así es que Don Ramiro decidió acampar junto a la alquería de Vélez, que decían de Beni Abdallah(1), para esperar el nuevo día y con la alborada continuarían marcha hacia la costa. Se formó el campamento, se ordenaron los enseres y acomodadas las bestias se procedió a que todos los viajeros se dispusieran alrededor de un fuego para tomar un bocado antes de descansar.
Don Ramiro que había tomado asiento al lado de un inmenso quejigo ordenó que liberasen de los grilletes que llevaba en las manos al golfín Guillén, con la finalidad de facilitarle su acomodo y libertad de movimientos. Unas hogazas de Padul bien untadas en aceite de Alcaudete y unas tiras de bacalao sirvieron de pitanza a los presentes, entre la algarabía y charla donde cada cual relataba historias con más parte de fantasía que de verdad. Los únicos que no acertaban a decir nada eran don Ramiro y el golfín, comían y callaban lanzándose de vez en cuando furtivas miradas. Esto incomodaba a don Ramiro pero no acertaba a remediar que la acerada mirada del condenado a galeras se clavase en sus ojos.

De pronto y en lo que tarda un parpadeo, Guillén saltó sobre uno de los soldados que permanecía en pie, le arrebató la lanza y la envió con presteza a la cabeza de don Ramiro. Ni tiempo tuvo de esquivarla y su vida no valdría nada si no fuera porque la lanza erró clavándose en el tronco del quejigo a escasa distancia de la oreja del hidalgo. Tres soldados se lanzaron sobre Guillén inmovilizándolo de inmediato y sin que él hiciese nada por impedirlo, incluso hubo uno que le colocó una navaja en el cuello a la espera de una orden o señal que le autorizase a acabar con su vida. No ocurrió tal, don Ramiro se había levantado y pálido como la cera, sostenía en sus manos la lanza que le había arrojado Guillén y en la punta de la misma una agonizante víbora.
- Pardiez, buen acierto tuve al pedir que te quitasen los grilletes.- y dirigiéndose a los soldados que sujetaban al golfín les ordenó que le soltasen de inmediato.
Guillén no respondió y permaneció en silencio mientas don Ramiro acababa de rematar la víbora.
Después tomó asiento de nuevo y dirigiéndose a los presentes dijo con solemnidad:
- Todos sois testigos de que este hombre me acaba de salvar la vida y junto a su buena acción de cuando salvó a la pequeña Rebeca, le exoneran ante mis ojos de cualquier delito de robo que haya cometido, robo que no ha sido de su provecho ya que fue traicionado por su compinche, auténtico truhán de esta historia. Decido y declaro que a partir de este momento sea considerado como hombre libre y queda suspendida su condena a galeras.
Todo el auditorio rompió a aplausos y pasaban sus manos por los hombros y brazos del golfín.
Pasados unos instantes Guillén tomó la palabra y dirigiéndose a don Ramiro dijo:
- Señor, os agradezco que me liberéis de mi condena y ante todos los que aquí me escuchan hago juramento de fidelidad hasta mi muerte, para con su persona. Podéis disponed de mi para lo que deseéis y nada me será más grato que dedicar toda mi vida a proteger la vuestra a cualquier coste.
- Tus palabras me agradan sobremanera y contigo contaré para empresas futuras, pero por ahora te libero de tu promesa pues de seguro que querrás ajustar cuentas con el traidor que te dejó abandonado. Dale a mi siervo Sebastián las señas donde pueda avisarte cuando te necesite y marcha en paz.
- En la senda del puerto del Muradal y en plena Sierra Morena, media legua después de pasar el castillo de Castro Ferral, hay una pequeña posada para caminantes y viajeros. Dejad allí vuestra llamada y ellos sabrán encontrarme para que yo acuda presto a vuestro lado..., pero..., señor..., espero que me dejéis llegar con vosotros hasta el mar..., es que nunca lo he visto.
La carcajada fue general hasta el punto de hacer fruncir el entrecejo a Guillén. Risas y chanzas continuaron un buen rato hasta que poco a poco se fue adueñando el silencio del campamento. Cada cual buscó un lugar para descansar ante la tranquilidad que los dos imaginarias(2) de guardia daban a los viajeros.
Casi toda la mañana del día siguiente, la pasaron viajando hacia la costa, siendo cercano al mediodía cuando vieron el castillo de Salobreña en un recodo del gran Tajo de los Vados, que el río Guadalfeo ha horadado durante siglos. Plantaciones de caña de azúcar rodeaban el camino hacia la ciudad a la que no subieron por orden de don Ramiro. Pararon una media hora hasta que se organizó una reducida partida con el fin de informar en el castillo de su llegada y como si se tratase de arribar a una meta se continuó la marcha hasta la orilla del mar.

En medio de la pequeña ensenada había anclada una galera y dos embarcaciones de menor envergadura, así como media docena de barquitas y tres esquifes que se mecían junto al pequeño atracadero del Peñón.
La fuerte brisa de poniente rizaba la mar y la espuma de las olas al batir la playa impregnaba de salitre y olor a algas todo el ambiente. Guillén había avanzado de forma hipnótica hasta la misma orilla sin que hiciese nada por impedir que el agua llegase hasta sus rodillas cada vez que una ola rompía sobre los chinorros.
- Y bien...- Don Ramiro se había situado un metro tras él y era el que entre divertido y curioso le preguntaba.
Se giro el golfín y solo acertó a balbucear palabras inconexas - Que..., grande..., el agua..., nunca..., es más...
Don Ramiro soltó una carcajada y cogiéndolo por el brazo le ofreció una vasija llena de jarabe blanquecino y dulce – Toma y bebe el jugo del cañaduz.
Guillén pasó varias horas asimilando el espectáculo que ante sus ojos se presentaba. Recorrió la ensenada y hasta subió al peñón que se adentra en el mar. Observó a los galeotes y marineros portando las mercancías que llenaban los esquifes para subirlas a la galera, el cielo luminoso, adornado de blancas nubes, el color del mar, la sensación húmeda y salitrosa en los labios y el temor y aprensión que la inmensa cantidad de agua le hacía sentir colmaron su ansia de conocer el mar.
Bajó con agilidad desde lo alto del peñón cuando un grupo de soldados le llamaron y al acercarse pudo observar que algunos de ellos tenían facas y cañas en las manos. En un primer momento no entendió la razón, pero las bromas y guasas de todos le hicieron comprender que se trataba de un juego..., o algo así.
Habían dos moriscos que llevaban sendas carretillas llenas de cañas de azúcar y animaban a los presentes al desafío del cañaduz. Enseguida entendió las sencillas reglas del juego de apuestas sobre la habilidad para cortar las cañas al vuelo. Con una mano se cogía la caña sosteniéndola verticalmente en alto y en la otra mano se sujetaba firmemente la afilada faca que al soltar la caña buscaría su parte inferior con la intención de cortar a lo largo la mayor parte de caña. Cada jugador cortaba de la caña el trozo que había rajado y al final de la apuesta el que tenia menor cantidad de caña era el que perdía, pagando el precio de las cañas y la apuesta que habían hecho.
- ¿A tres cañas golfín...?
Uno de los soldados, llamado Quico, retaba a Guillén, que contestó al tanto – No tengo dineros.
- Yo pago si pierdes – Dijo don Ramiro - y apuesto por ti dos reales de plata.
Se dispuso el corro y se apartó a la chiquillería que como moscas acuden a estos lances para recoger, mascar y chupetear los trozos de cañaduz que los contendientes les regalan al final del juego.
Varias apuestas se dieron entre los presentes, se eligieron tres grandes cañas y Quico se dispuso a rajar su primera caña. Mientras su mano izquierda soltaba al aire la caña, su brazo derecho trazó de abajo arriba un arco que acertó de pleno en la caña rajándola más de medio metro. Quico cortó todo el trozo rajado y ofreció a Guillén el resto de la caña ...
- Corta con esto Guillén – dijo don Ramiro, ofreciéndole una falcata(3) que hizo brillar los ojos al golfín.- si ganas te quedas con ella.
Cortó de caña casi tanto como Quico, siendo éste, en su turno, el que rajó por completo el trozo restante entre el alborozo de la concurrencia. La siguiente caña fue casi por completo de Guillén y en la tercera y última solo dejó un palmo de caña para Quico. Las apuestas se pagaron a favor del golfín y don Ramiro observaba divertido como Guillén blandía y contemplaba con satisfacción el arma que le había regalado.
La jornada trascurrió entre unas cosas y otras hasta el atardecer, después de despedir la galera que partió hacia Tremecén, Guillén se entretuvo contemplando el trajín que se traían para cargar una nao con multitud de barrilillos de madera llenos de pequeñas plantas de cañaduz con destino a las Canarias para seguir su viaje a las nuevas plantaciones de la isla Española, allá en las Indias.
Después de ponerse el sol se dispuso un fuego en la playa y todo el mundo se relajó con la cena, regada al final con el licor de caña que por aquellas tierras se usa y que emborracha con más rapidez de lo que uno se espera. Guillén solo tomó un sorbo que le ofreció don Ramiro, aprovechando la oportunidad para decirle que se marcharía para el día siguiente.

- Marcha en paz y que la Virgen de la Fuensanta guíe tus pasos y llene tu vida de fortuna.
No aceptó Guillen que le diesen ninguna caballería y solo aceptó unas monedas de a real que le dio don Ramiro, algunas provisiones, una lanza a la que redujo su envergadura a la mitad, además del cuchillo largo con el que don Ramiro le obsequió, y sin despedirse ni esperar a que amaneciese emprendió la marcha hacia el norte.
Su marcha fue rápida, de tal modo que en tres jornadas empezó a ver las primeras casas de Granada sin que en ningún momento se decidiese a entrar en la ciudad. Buscó el camino de la sierra para tomar la ruta de Guadix. Caminaba durante el día y todas las noches dormía en pleno campo buscando solamente el amparo de alguna roca o un pequeño conjunto de arbustos. Guillén era especialmente hábil para encontrar alimentos y nunca le faltaba una pieza de caza que él lograba con las trampas que ponía.
_____________________

1.- Benaudalla
2.- Vigilante nocturno
3.- Cuchillo largo

¿Dónde estará Gabriel Rojas Solís?

IMÁGENES,"Buscando la mirada"

La tarde empieza a decaer, la tarde es de un día cualquiera del año dos mil dos, la tarde es agradable en este patio interior de una casa de la calle Llana.
Somos cuatro hombres alrededor de una mesa; uno de los cuatro, canta con voz monocorde y soniquete cadencioso:

Aprieta el paso María
si a tu Hijo quieres ver
tres horas faltan “pal” día
tres horas faltan “pal” día
y ya empieza a amanecer
Viva Jesús Nazareno


Este hombre es Gabriel Rojas Solís, o ¿acaso es “San Dimas”?.
Lleva cincuenta y cinco años saliendo en Semana Santa, representando la figura de San Dimas y no necesita “el rostrillo”, todas las personas de mi edad, no recuerdan otro Dimas que no sea él.
Cuando tenia ocho años, allá por el mil novecientos cuarenta y seis, un pariente suyo, Fernando, que estaba de zapatero con Federico Porras le traspasó las ropas y los “avíos” del mal ladrón.
Un tío suyo que hacía de Dimas, durante un desfile procesional, le traspasó la personalidad del buen ladrón y desde ese momento ha sido y se ha sentido Dimas. Hombre humilde y sencillo se emociona reiteradamente, mientras cuenta y no para, sus vivencias ligadas a la Semana Santa de Alcaudete y su historia, que él dice conocer de boca de Antonio Sarmiento, el que es suegro de Paco Osuna.
¡Gabriel come!, ¡Gabriel bebe! ..., Gabriel habla sin parar, canta los “pregones”, recita y explica, filosofea sobre lo antiguo y lo nuevo, y dos lágrimas afloran a sus ojillos tristes de vez en vez.

Viva Jesús Nazareno
...Viva Jesús Nazareno
repetimos los que le entrevistamos.

Gabriel es hijo de apóstol, a “Santiago el Mayor” llego a ser su padre, después de ser apóstol durante cuarenta y dos años se fue de este mundo dejando solos a su mujer y a su hijo Gabriel, (o ¿acaso es “San Dimas”?). Se llamaba Julián Rojas Expósito y no pudo llegar a ser San Pedro, porque Manolico Moreno, “el panaero” tuvo vida mas larga que él.
Cuenta Gabriel que el rostrillo de su padre, fue la cara de Jesús, cuando un hombre lo representaba en Paso Viviente que se hacía “en un rincón de la Plaza, donde estaba Correos, junto a las escalerillas del Alcaudetejo, hace muchísimos años”.
Su madre “Bernardina”, pero que en realidad se llamaba Maria Ángeles, y él, han vivido en la calle Baja, hasta que hace catorce años lo dejo solo, quizás para reunirse con su hombre, el que fue devoto representante de Santiago el Mayor.
Gabriel está solo, cuida de si mismo y de sus aves en la casa de toda su vida; tiene un hermano por tierras de Cataluña, unas primas y algún que otro pariente, pero está solo; bueno solo no, tiene a San Dimas, todos tenemos Ángel de la Guarda, pero él tiene a San Dimas.
“...que correoso estás, no te pones viejo” le dicen, “será porque San Dimas cuida de mi”, contesta Gabriel, “Nunca he querido recogerme con una mujer, sabe usted, la mujer tira para si, por no dejar solos a mis padres, y ahora ya es tarde, soy mayor y el miedo a si doy un mal golpe me retiene mucho”.

Al llegar Jesús al Calvario
Ve a Dimas con gran pena
Y le dice: tu no sientas
Que tu dicha será buena
Ya sabes lo que te digo
Mañana serás conmigo
Dimas en el Paraíso
Viva Jesús Nazareno

...Viva Jesús Nazareno
, respondemos.

El Paso viviente de Dimas, Gestas y el soldado romano, pertenece a la Antigua e Ilustre Cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, Santísimo Cristo de la Columna, Santísimo Cristo de la Expiración y Santísima Virgen de la Amargura.
Esta pasada Semana Santa y en la puerta de Santa Clara, mientras salía el Cristo de la Columna, “San Dimas” se quejaba de no tener romano que sujetara a los dos ladrones; el que estaba previsto falló y Gabriel no dormía ni comía de la preocupación, al final se solucionó el problema y respiró tranquilo.
Recuerda cuando el capitán romano los llevaba a la cárcel de la calle Santa María, y cuando los sacaban al paso el Señor.
Recuerda y recuerda, antes era mejor, “...la gente joven de hoy no quiere sujetarse, sabe usted”.
Los pregones se pueden perder, la gente joven no se los saben y deberían aprendérselos para que no se pierdan, se angustia ante tal posibilidad y recaba la ayuda de “gente principal“.
Hemos pasado cinco horas de charla, cinco horas en el medievo, hemos aprendido mucho de un hombre humilde, un hombre de una fe ciega y férrea, que cree a pies juntillas las historias y leyendas que nos cuenta; que siente la importancia de su papel y que se duele de abandonar al Señor en la procesión.
“Pero hombre, ¿cómo vamos a dejar solo al Señor?”
“Gestas, al Señor con lo bueno que es y los milagros que hace, lo van a crucificar, imagínate lo que nos van a hacer a nosotros, con el interés que nos tienen”


Texto y Dibujo de Eduardo Azaustre Mesa

31 enero, 2010

El golfín, el freire y el arquero

La rosa y la capuchina

PREAMBULO DE LA NOVELA

Alcaudete 19 de enero 2001.

Antonio el albañil se había marchado ya y la penumbra comenzaba a invadir la estancia. La reforma de mi casa, en la calle Carnicería, iba más lenta de lo que yo deseaba y no estaba muy de acuerdo con la opinión positiva que todos me daban sobre la marcha de las obras. Por la mañana habían descubierto el suelo de la salita, habitación que ocupa la parte izquierda de la casa según se entra y con ventana a la calle. Para mi sorpresa habíamos encontrado un suelo empedrado bajo las baldosas grises y rojas que mi abuelo mandó poner en los suelos de toda la vivienda cuando la construyó allá por los años cuarenta. Estas baldosas habían quedado enterradas bajo el terrazo que mi padre había superpuesto en los años setenta.
El empedrado me había impresionado sobremanera, parecía en un primer momento como si la entrada a la cuadra de la casa hubiese sido por ahí. Esta casa estaba derruida por las bombas de la guerra civil y mi abuelo la compró para levantarla de nuevo. Seguro que vio las piedras pero se limitó a poner el nuevo suelo sobre el los cantos rodados y decidí que yo haría lo mismo colocando antes una rejilla de mallazo y una buena masa de hormigón. Lo que me llamó la atención fue la disposición de las piedras formando un dibujo y la losa de casi un metro de lado que se encontraba junto a la pared de la izquierda. Todo el día estuve a punto de decirle a Antonio que levantase la losa pero al final decidí no hacerlo. Cuando me quedé solo tanteé la superficie y sopesé la posibilidad de levantarla yo.

Con la ayuda de una azada y un pico de los albañiles comencé a levantar las piedras del borde de la losa y a buscar hueco para levantar la gran piedra. Casi dos horas pasé hurgando en derredor suyo y por fin pude hacer palanca con un viejo hierro. Mi decepción inicial fue muy grande ya que bajo la piedra solo había tierra compactada. Me quedé mirando el hueco que había dejado la roca y me dije a mi mismo que era muy rara la superficie descubierta, tan lisa y sin ninguna china o piedrecita en el perímetro. Con un palustre comencé a rascar la superficie y a los tres o cuatro centímetros de profundidad encontré algo blando y rugoso. Saqué un trozo y me pareció que era piel o pellejo de algún animal, seguí mi tarea y al rato tenia a la vista un paquete de cuarenta por setenta centímetros y un grueso que superaba en mucho la cuarta. Lo que parecía piel corroída y que se desmenuzaba, era la envoltura en varias capas de un cofre de vieja madera con herrajes oxidados y que prácticamente se quedaron entre mis dedos al descubrirlos. No tuve casi ningún problema en abrir la tapa y en su interior pude ver un nuevo paquete de piel que estaba en mejores condiciones de conservación. Me sentí excitadísimo por el hallazgo, tomé un respiro y bebí un buen trago de agua, que falta me hacía. Después de lavarme las manos, saqué con sumo cuidado el envoltorio y lo deposité sobre una mesa. Como ya he dicho era un paquete hecho con una zalea de cordero y atado con guita de cáñamo. Con toda la delicadeza del mundo fui abriendo los dobleces y soltando la cuerda hasta que ante mis ojos aparecieron dos libros de distinto tamaño encuadernados en piel de vaca y que visiblemente eran de épocas distintas, junto a ellos había una capuchina de bronce milagrosamente bien conservada y que solo tenía una parte de su panza cubierta por el verdín del óxido. Sobre el libro más antiguo he de decir que tenía una cruz hecha con flores de lis en su cubierta, que estaba manuscrito en latín y que sus hojas eran de una muy buena calidad de vitela. Estaba escrito en letras muy pequeñas y cubriendo casi toda la superficie de sus hojas y en la tercera página había un precioso dibujo miniado donde se podía ver una mesnada de guerreros jaleando a su caudillo que, a caballo, portaba un estandarte aragonés y que me pareció identificarlo con Roger de Flor o de Lauria, por las representaciones que de ellos recordaba en mis viejos libros de bachillerato.

En el segundo libro las pastas estaban repujadas y en el cuero de su superficie se podían ver caracteres de letra gótica que ponían “La Rosa y la Capuchina”. Inmediatamente comprendí que los libros estarían relacionados entre si de alguna manera, aunque mis conocimientos de latín no me permitían entender el texto del libro más antiguo me aferré a la idea de que era un libro histórico sobre las andanzas de los almogávares en el Mediterráneo. Hojeé una y otra vez ambos libros, limpié la palmatoria y decidí dejar para el próximo día el análisis de mi descubrimiento. El tiempo había volado y ya era pasada la media noche así es que me fui a la cama sin cenar, al día siguiente era sábado y los albañiles no venían, ya decidiría que hacer con el agujero en el suelo y con el asombroso descubrimiento.

Cuando escribo estas letras han pasado dos semanas de mi descubrimiento. Decidí ocultar a los albañiles lo encontrado y esta mañana ha quedado cubierto y terminado el suelo de la salita con la nueva cerámica. Me he afianzado en la conclusión de que, los autores de los dos libros están separados en el tiempo un centenar de años o más. Son muchos los interrogantes que tengo al respecto pero ante todo he decidido transcribir al ordenador todo lo que he empezado a leer en el libro más moderno. Tiempo habrá de analizar el contenido del libro más antiguo y tomar otro tipo de decisiones al respecto. Lo que a continuación se podrá leer es una copia lo más rigurosa posible del contenido del libro en castellano antiguo y solo me permitiré la licencia de añadir las consultas al diccionario que yo mismo haga para la buena comprensión de lo que en él se diga.

21 enero, 2010

De Don Benito a Alcaudete.

Recuerdos de los cincuenta

Cuando cumplí los cinco años, ¡Cuanto tiempo hace de eso!, mis padres me llevaron a vivir a Extremadura, a la ciudad de Don Benito. Allí aterrizamos el año de 1950, para que mi padre ejerciese de director en un Grupo Escolar, como primer destino de sus oposiciones recién aprobadas. Procedíamos de Cádiz, donde habíamos vivido desde mi nacimiento en Alcaudete y donde mi hermana vino al mundo. En esos años la precariedad de nuestra vida era bastante grande, aún no se había acabado la posguerra y costaba mucho sacudirse la miseria que eso arrastraba. Para la mente de un niño, estas cosas no eran importantes, pero si que es necesario situar al lector en esa época y en esas vivencias.


Todos los veranos, cuando mi padre daba vacaciones, teníamos la imperiosa necesidad de viajar a nuestro pueblo, así es que mi madre ordenaba el equipaje en un par de maletas de madera para la ropa, una bolsa de cretona con anillas para otros enseres y una cesta de caña para el pequeño botijo y la comida. Vencida la tarde, salíamos los cuatro de casa con la pretensión de subir a un tren que nos dejaría en Almorchón, en la primera etapa del viaje a Alcaudete. Mi padre echaba delante con una maleta en cada mano y detrás íbamos el resto agarrados a la bolsa y la cesta. Nos acomodábamos como podíamos en un vagón de madera con incómodos asientos y entre otros viajeros que portaban talegas y cestas, de las que a veces asomaba la cabeza algún pollo. Casi nunca faltaba entre el personal un soldado o legionario y el típico gañan, con alpargatas, pantalón de pana y chaleco, tocado de gorra o boina que, de vez en cuando, liaba un cigarro de "caldo de gallina" con la parsimonia de quien no tiene ninguna prisa.
Pitidos y chirridos presagiaban la salida, traqueteos y vaivenes anunciaban que nuestro viaje de vacaciones había comenzado y casi enseguida se producía la primera parada en Villanueva de la Serena. Ahí, a escasos seis kilómetros de la salida, ya le empezaba a pedir de comer a mi madre, por no sé qué extraña circunstancia, a mí, que era muy dengue para comer, se me despertaba el apetito con solo subir al tren. Mi madre sacaba de la cesta una hogaza de pan de la que cortaba un canto, sobre el colocaba un pequeño trozo de tortilla de patatas y cuando me lo comía, me daba un trozo de carne frita empanada.

A Almorchón llegábamos bien entrada la noche y no había más remedio que abandonar el tren pues en unas seis horas deberíamos tomar otro con destino a Puente Genil, segunda etapa de nuestro viaje. Cargados de bultos y con dos niños chicos, mis padres cruzaban entre vagones parados y vías, para tomar una habitación en una fonda que había en la misma estación. Recuerdo que me acostaba con mi padre en una de las pequeñas camas y en la otra mi madre y mi hermana, los techos altos de la habitación, iluminados por el resplandor que se metía en la habitación desde una cristalera que había sobre la puerta, los silbidos de las máquinas de vapor, el ruido de las maniobras ferroviarias y el picor, el picor de las chinches que se turnaban en martirizar a mi padre o a mí. Seis horas de duermevela, de sobresaltos e incomodidad, que acababa cuando mi madre me restregaba, por la cara, una toalla impregnada en colonia para que me espabilase.

De nuevo la marcha con el equipaje a otro tren, el que nos llevaría a la ciudad de la carne de membrillo, otro tren diferente aunque igual de incómodo, tirado por una locomotora de vapor que era la culpable de los churretes de tizne y de las pitarras de carbonilla que mi madre me quitaba hábilmente de los ojos con la punta de un pañuelo.
Me gustaba mirar los campos por la ventanilla, a la que no alcanzaba desde el suelo, la única posibilidad es que mi madre me dejase subir al asiento y desde ahí si que se veía bien, los campos de cereal, los cerros lejanos, los viñedos, los rebaños, los olivares y las estaciones, con el trajín de las gentes que subían y bajaban en cada parada. El revisor con su gorra y la herramienta que usaba para picar los billetes, así como la pareja de la Guardia Civil con sus fusiles y tricornios eran personajes que llamaban, poderosamente, mi atención.
- "Mamá tengo pipi".
- "Díselo a papa".
Y allá que nos dirigíamos los dos, a un retrete estrecho y encharcado donde orinar entre los vaivenes del vagón, mirando el agujero del water por el que se veía el suelo en movimiento entre las vías.

En Puente Genil había que cambiar de tren otra vez y eso lo hacíamos bien pasado el medio día, aunque, en esta ocasión, no teníamos que esperar mucho para partir hacia Alcaudete. La tortilla, la carne empanada, las magdalenas y la poca fruta tocaban a su fin, así es que dábamos buena cuenta de lo que quedaba, bebíamos agua del botijo que habíamos llenado por última vez en la estación y mis padres se armaban de paciencia para contestar mi constante pregunta sobre lo que faltaba para llegar..., unas cuantas horas aún.
No era extraño permanecer parados, durante un buen rato, en mitad del campo, esperando no sé qué, hasta que un silbido de la máquina y los correspondientes chorros de vapor nos anunciaban que proseguía la marcha.
Y de pronto, cuando menos lo esperaba..., "Venga que ya llegamos..., agárrate que vamos a bajar..."
En el mismo andén de Alcaudete-Fuente de Orbe, casi siempre había alguien que saludaba a mis padres y que me acariciaba la cabeza, acomodábamos las maletas sobre el techo de un curioso vehículo a motor, especie de pequeño camión adaptado a autobús con carrocería de madera y lentamente nos desplazaba cuesta arriba camino a la plaza de pueblo, total casi veinticuatro horas para ir de Don Benito en Badajoz a Alcaudete en la provincia de Jaén..., unos trecientos cincuenta kilómetros interminables y toda una aventura.

17 diciembre, 2009

A todos nuestros amigos y familia, así como a los que ocasionalmente visitáis este blog os deseamos lo mejor para estas fiestas y el año 2010

03 diciembre, 2009

Las Edades del Hombre, Soria 2009

Cuando en el 2002 organizamos un viaje a Murcia para ver "Huellas" en su catedral, ya había visitado en un par de ocasiones "Las Edades del Hombre", que desde Valladolid 1988, año en el que comenzó a celebrarse este evento, culmina este año con la Exposición de la concatedral de Soria, a la que voy a hacer referencia en este escrito sobre mis viajes.
También había tenido oportunidad de visitar en Valencia, "A la Luz de las Imágenes", magna exposición de similares características que año tras año se organiza en la comunidad valenciana y esto me ha hecho reflexionar en muchas ocasiones, sobre cuales han podido ser las razones que hayan impedido la existencia en Andalucía de una Fundación similar a la Murciana, Valenciana o Castellano-Leonesa. Porque, arte religioso, en Andalucía, hay, en calidad y en cantidad.
Cuando me informaron de la excursión que la parroquia de San Pedro de Alcaudete, preparaba para el fin de semana del 21-22 de Noviembre, yo tenia programado desde un mes antes mi viaje a Soria para ver esta maravillosa muestra, así es que el lunes 23 de ese mismo mes salimos con destino a Madrid, donde tengo parada y fonda asegurada y de paso cumplía con el imperioso deseo de coger en mis brazos a ese maravilloso nieto que tengo desde hace dos meses y medio.

La mañana del martes 24 amaneció radiante. Salimos a eso de las nueve y en tres horas escasas nos encontrábamos ante la remodelada ermita de San Baudelio de Berlanga, que es motivo del cartel anunciador de estas Edades del Hombre 2009. La visita a esta pequeña capilla merece el viaje por si sola. Como decía la señorita que nos explicó su historia, nos encontrábamos en la Capilla Sixtina del arte Mozárabe. Si tuviera que contar lo que aprendí en aquel templo, llenaría más paginas de lo que da este relato de viajes. A la salida, solo pude lamentar que mis paisanos, que habían estado por allí el fin de semana, no hubieran podido contemplar esa maravilla.

Sólo se tardaba media hora en llegar a San Miguel de Gormaz, pero echamos bastante más, ya que al paso por Berlanga de Duero, nos llamó la atención su arquitectura, así es que aprovechamos para tomar algo y darnos una vuelta por sus soportales.

La ermita de San Miguel de Gormaz, está situada en la ladera de la colina que domina la fortaleza califal de Gormaz, que es lo más grande en fortaleza que he visto en toda mi vida. La ermita tiene una pila bautismal excavada en el suelo del recinto central y sus pinturas son impresionantes. Otra visita que lamentablemente se perdieron los alcaudetenses que visitaron Soria.
El Burgo de Osma era nuestra siguiente parada, programada para comer lechazo, pero eso no fue posible, solo nos ofrecieron cochinillo y ese no era el objetivo así es que nos conformamos con los platos de un decepcionante menú.

El Burgo tiene una catedral con "tos los avios". la abrieron a las cuatro de la tarde y el paseo por su museo, claustro e interior dio el tiempo suficiente como para difuminar la somnolencia que acostumbra a aparecer tras las comidas. Esta catedral nos encantó, como templo y por la riqueza de sus tesoros artísticos, muchos de ellos trasladados a la concatedral de Soria para la exposición de las Edades del Hombre.

Anochecía cuando llegamos al parador nacional de Soria y decidimos no salir hasta la mañana siguiente. Este alojamiento es de primera categoría, confortable y muy moderno, acogedor y con unas vistas sobre la ciudad que no dejan indiferente a nadie.
Cuando por la mañana, llegamos ante la concatedral de San Pedro, no pudimos reprimir nuestra decepción contemplando el exterior del templo. Ni punto de comparación con la catedral del Burgo.

Nos acercamos a su entrada que permanecía cerrada y como faltaba un buen rato para que abriera sus puertas decidimos desayunar. Sin saberlo, nos enfrentábamos a una ardua tarea. Entramos en tres bares en nuestro camino hacia el centro de la ciudad. La bollería brillaba por su ausencia, las tostadas no existen, y solamente se nos ofrecieron unos torreznos que en un principio nos parecieron churros y alguna que otra tortilla de patatas..., "es que verá usted aquí no desayunamos, aquí almorzamos".
Otra cosa fue al llegar al centro. Entramos en Collado 58, una cafetería bien equipada y bien servida donde había una oferta completísima, ¡hasta churros tenía!. Desayunamos bien y lo que nos apeteció, pero dada nuestra peregrinación para hacerlo, se nos ocurrió preguntarle a Jose, el camarero, en dónde podríamos cumplir al mediodía con nuestro deseo del churrasco. Fue muy amable y desde estas lineas le agradecemos su recomendación que después comentaré.
Por la calle de la Zapatería y calle Real adelante nos acercamos a la concatedral para ver la exposición. Allí nos unimos a un grupo que liderado por una documentada guía recorrió ordenadamente todas las fases de la muestra. Nunca decepciona este tipo de evento y seguro que mis paisanos que estuvieron el domingo visitando la muestra, disfrutaron contemplando las espléndidas pinturas y esculturas que allí se pueden ver.
Al acabar el recorrido regresamos al interior con la finalidad de ver un audiovisual sobre el románico, aprovechando para descansar sentados un ratito. Salimos al claustro y a la calle, en busca del churrasco que no pudo ser el día anterior.

Centro de la ciudad de Soria. Calle Numancia 6. Asador Ecus. Para evitar sorpresas habíamos reservado mesa. El día se había vuelto desapacible y agradecimos que nos diesen la mesa junto al horno. Un guiso de almejas concha-fina sirvió como entrante, mientras esperábamos que saliese del horno nuestro cordero. Las almejas estaban extraordinarias, máxime si tenemos en cuenta que nos encontrábamos a bastantes kilómetros de la costa.
No se si volveremos a comer un churrasco tan bueno y desde aquí recomendamos a quién visite esta capital que no olvide el Asador Ecus, un lugar donde se come un cordero exquisito, entre otras cosas.
La tarde no invitaba a pasear así es que nos retiramos al parador. Ya no saldríamos hasta la mañana siguiente que se presentó lluviosa. Nuestro destino estaba en Santa María de Huerta, muy cerca de la provincia de Zaragoza. Al lado de la A-2 Madrid-Barcelona se encuentra esta pequeña población que es sede de un impresionante monasterio cisterciense, que queríamos visitar desde hacía tiempo.

Merece la pena la visita. Su iglesia de dimensiones casi de catedral, sus dos claustros, el herreriano y el gótico-plateresco, el refectorio, la cocina, el comedor de conversos nos trasportan a otras épocas y asombran por la belleza de las estancias. Si tiene oportunidad, hágame caso y visítelo, que me lo agradecerá.
Después de comprar una hogaza de pan, algo que hago siempre que encuentro, nos dirigimos a Madrid, pero con una última parada para comer en Alcalá de Henares, otro lugar que me enamora. Pasar por la fachada de su Universidad, la plaza de Cervantes, los soportales de su calle Mayor..., es un placer del que no me privo siempre que tengo posibilidad.

En Madrid me esperaba otra historia, mi nieto Mario.

Para saber más de San Baudelio:
http://www.turismo-prerromanico.es/arterural/SBBERLANGA/BERLANGAficha.htm
http://www.lasedades.tv/video/17/San_Baudelio.htm

Para saber más de San Miguel de Gormaz:
http://www.lasedades.tv/video/16/San_Miguel.htm
http://www.astragalo.net/articulos/gormaz.htm

Para saber más del monasterio de Sta Mará de Huerta:
http://www.monasteriohuerta.org/

La segunda semana de Septiembre 2009 en Menorca.

Desde hace un tiempo ha aparecido en el mercado una opción para viajar a buen precio y con criterios de calidad. Se trata de viajes para mayores de cincuenta y cinco años y en mi caso ya he tenido varias experiencias, todas muy satisfactorias. Este viaje de una semana a Menorca es una de ellas y merece la pena. Una semana con todo incluido en el hotel Barceló-Hamilton y con los viajes de avión, salió por unos setecientos euros la pareja.


Nuestro hotel se encontraba en Es Castell la antigua población de Villacarlos, situada a la entrada del puerto de Mahón, muy bien comunicado con esta ciudad. y muy cerquita de Cales Fonts, antiguo muelle de pescadores, de preciosa estampa mediterránea, donde las terrazas de los bares y restaurantes junto con los puestos de artesanía, comparten un paisaje espectacular a la orilla del mar con algunas cuevas transformadas en tiendas y tabernas de pescadores.
Mi criterio, cuando visito algún sitio a donde me he desplazado con avión, es utilizar los medios públicos de transporte, así es que este medio es el que usamos para desplazamos por la isla.

La ciudad de Mahón es la típica ciudad mediterránea, llena de turistas todo el año y que en esta ocasión está llena de obras aprovechando el PlanE como en toda España. No trataré de hacer una descripción de monumentos, eso viene en cualquier guía turística, así es que me limitaré a describir mis sensaciones. A Mahón se llega en autobús hasta la estación de autobuses, de nombre "Cavallitos" y que se encuentra en la plaza de la Esplanada de la que sale la calle de las Moreres que nos lleva al centro. El bullicio es constante y sus cafeterías están siempre llenas, siendo la amabilidad de sus gentes lo primero de lo que nos damos cuenta. Al llegar a la parte más céntrica y antigua podemos contemplar como las calles caen en cuesta hacia el puerto en el que los barcos de pasajeros y mercancías se afanan en maniobras de atraque y salida. Una de las cosas que más me llamó la atención fue su mercado, que se encuentra ubicado en el claustro de su iglesia del Carmen, (que está abierta al culto pues es la más importante de la ciudad), siendo los sótanos de dicho claustro un supermercado. Justo al lado se encuentra un precioso mercado de pescados, con un patio central y lleno de puestos con una variedad envidiable.

Por doquier hay panaderías-pastelerías donde poder comprar desde hogazas a las renombradas ensaimadas. Otra de las delicatessen que tiene esta isla es la deliciosa sobreasada, que aunque es un poco cara no tiene ni punto de comparación con la que encontramos en la península.

Ciudadela, la otra ciudad importante se encuentra al oeste, en el otro extremo de la isla. Se tarda una media hora en autobús y nosotros la visitamos por la mañana. Es una bonita población, que conserva más edificios antiguos que Mahón, siendo el paseo por sus calles una gozada. Allí compré una abarcas menorquinas para mi nieto Mario y deambulamos por toda la ciudad hasta la hora del mediodía en que nos encaminamos hacia los restaurantes del puerto con la obsesión de comer pescado, cosa que hicimos. A destacar las sardinas asadas y la jibia a la plancha, exquisitas.
Alaior es la tercera ciudad en importancia y por estar situada tierra adentro tiene un menor bullicio turístico, pero no por eso es menos gratificante el paseo por sus calles. En esta ciudad me percaté de una sana costumbre de los menorquines a la hora de dar nombre a sus calles.

Estas se llaman como los vecinos las han nombrado desde siempre, paseo de las Moreras, calle de los Novios o calle del Arraval, lo máximo a lo que llegan es a darle el nombre de un santo como el carrer de San Roc, pero evitan darle el nombre de un político o de algún personaje actual. Cuando desean homenajear a alguna persona, debajo del rótulo con el nombre de la calle colocan una placa en la que dicen que esa calle se dedica a la memoria de tal o cual persona.

Otra visita a no perderse es el paseo en barco por el puerto, que según nos dijeron, es el segundo puerto natural más grande de Europa con cinco km de longitud. Tomamos el barquito en Cales Fonts y tardamos en darle la vuelta más de una hora, con una parada en Mahón. Entre otras curiosidades nos llamó la atención los impresionantes chalets con acceso directo al agua propiedad de artistas y "celebritos" de todo el mundo entre los que se encuentran Iñaki Gabilondo o Mercedes Milá.

También son interesantes las historias que la guía nos contó sobre las islas que se encuentran dentro del puerto, como la Isla de la Mola, unida a tierra, que forma parte de la base naval y es el punto más oriental de España. otra es la Isla del Rey que es por donde desembarcó el Rey Alfonso III de Aragón en su expedición de conquista, y finalmente, la Isla del Lazareto, sede de eventos científicos y congresos.

Por último e imprescindible es visitar la Cova d'en Xoroi, en Cala en Porter, a un cuarto de hora de Mahón y en la parte sur de la isla, se trata de una cueva en el acantilado, con muchas terrazas y balcones colgados sobre el mar. Las puestas de sol ahí, son impresionantes. Se visita durante el día y en la entrada lleva incluida una consumición. Por las noches se transforma en una discoteca que hace las delicias de los turistas que la visitan.