19 agosto, 2012

Iscio de Baria, el templario

Comienzo del Capitulo I

¿Lo entenderá Dios nuestro Señor?


Mi nombre es Iscio de Baria (Vera de Almería) y soy caballero templario hasta que Dios me quiera llamar a su presencia. Cuando comienza este relato tengo 27 años y hace once años que entré a formar parte de la Orden del Temple, a finales de 1305 fui ordenado caballero y al año siguiente ya estaba al servicio directo del gran maestre Jacques de Molay.
A la hora de Laudes del día del Señor 12 de marzo de 1314, rememoro la jornada anterior que ha sido muy intensa y horrible. Mi maestre y mentor ha muerto achicharrado en la hoguera que se instaló frente a Notre Dame, en la isla de los Judíos, después del larguísimo cautiverio al que ha sido sometido y haber soportado todo tipo de torturas y los más horribles sufrimientos. Antes de morir se dirigió al pueblo de Paris para desmentir todas las acusaciones que se había visto obligado a aceptar como verdaderas bajo el potro de la tortura, proclamó con voz serena y potente la inocencia del Temple y maldijo al rey Felipe IV y al papa Clemente V, emplazándolos a Juicio Divino.


Desde el quemadero y con los ojos anegados en lágrimas partí hacia el convento de Saint Jacques para cambiar mi hábito de dominico, con el que vestí los últimos años, por el sayal de franciscano con los emblemas de peregrino de Santiago, recogí mis pertenencias y abandoné Paris para cumplir una primera e importante misión en Vézelay (pequeño pueblo de la Borgoña sobre una colina del valle del Cure).
Allí debía entregar una carta lacrada con el sello de Jacques de Molay a Robert Pathenay, alto responsable en la dirección de la Flota Templaria, desaparecida años atrás del puerto de La Rochelle y de los puertos mediterráneos a donde alcanzaba el poder de Francia. También y por último tenía que dejar otro sobre con instrucciones secretas a un misterioso personaje: el nautonnier o gran maestre clandestino de la Orden del Priorato de Sión. Una vez cumplidos estos encargos tenia que ocuparme de la segunda y última misión que me encomendó mi maestre, para lo cual tenía que viajar a España oculto entre las caravanas de peregrinos que parten hacia Bourges y Limoges y que en su gran mayoría entran por Roncesvalles hacia Santiago de Compostela. 
 

Lo más peligroso de mi viaje sería llegar con vida a Vézelay, los soldados de rey Felipe estaban tras mis pasos, así como el entramado de espías y familiares de la inquisición. Debía ser muy prudente y no dejarme atrapar. Conmigo iban los documentos mencionados, un par de mulas y todo lo que podía necesitar en mi futura vida. Mi primera parada fue en Saint Maur des Fossés. Estaba completamente rendido y antes de que me venciera el sueño, en la gran sala del albergue de peregrinos, empecé a escribir las notas que me permiten hilvanar este relato.


No se puede decir que durmiese bien pero había descansado. Una pesadilla interminable me acompañó durante todo mi sueño y me sentí aliviado por estar despierto. Me puse a escribir después de haber tomado un poco de pan de centeno con queso viejo, y dadas las circunstancias decidí quedarme allí durante todo el día ya que parecía ser un lugar bastante seguro, cuando la tarde empezase a oscurecer tomaría mis pertenencias y me lanzaría al camino. En el momento que llegué a esta abadía fui bien recibido y pasé desapercibido durante todas las horas que estuve en su interior. Conmigo había unos viajeros que marchaban con mercancías hacia el sur y un buen número de peregrinos de San Mauro con los que me mostré distante sin mediar otras palabras que no fueran saludos de cortesía.
Había pasado mil y una fatigas y peligros durante los últimos siete años, el cautiverio de mi maestre y la de principales caballeros templarios así como las intrigas y trabajos que eso me acarreó, me habían dejado exhausto. Siempre permanecí libre gracias a que fui aceptado bajo identidad falsa en el convento de Saint Jacques de Paris, incluso fui admitido como uno más de los ayudantes en procesos contra templarios, cosa que durante este tiempo me permitió estar cerca de ellos para auxiliarlos. Tuve libre acceso a las celdas y desde un principio supe que esa era mi misión hasta que las circunstancias no indicasen otra cosa. El hábito dominico fue mi uniforme durante todo este tiempo y con gran discreción ejercí de enlace con los maestres que pasaron a clandestinidad al comienzo de las encarcelaciones. Durante todos estos años tuve informado a de Molay de las averiguaciones que se llevaron a cabo acerca de su santidad Clemente V y de las luchas y asaltos a presidios de la inquisición para liberar a nuestros freires. 

 
Cuando me quité mi hábito dominico sentí una gran liberación al abandonar un disfraz que había portado demasiado tiempo. En el suelo de mi celda quedó y de seguro que ya se habrán percatado de mi huida. En ese momento pensé que sería inmensamente feliz si pudiera vestir de nuevo mis prendas de templario, sentir el tacto de la cota de mallas, colocarme sobre el caperuz de fieltro el casco normando, ceñir mi mandoble y colocar mi capa blanca sobre el sobreveste con la insignia de la cruz templaria, pero corrían malos tiempos y duraría muy poco en el camino vestido de esa guisa. Ya solo podía hacer lo que mi superior me encomendó tres días antes de su ejecución. La suerte estaba echada y no había vuelta atrás.
La Orden debería tomar nuevos rumbos, integrarse en otras ordenes militares con más ventura o pasar a la clandestinidad, cosa que no se me había propuesto en modo alguno. Mi origen español y el conocimiento de mi tierra me permitiría agrupar a los templarios de Aragón y Castilla, a los que pudiera acceder, y trasmitirles los mensajes que el maestre de Molay me había encomendado. 
 
 
Cuando fui admitido en el temple abandoné el reino de Aragón y a mi familia, que es originaria de Urci (Almería), viven en lo que fue la antigua ciudad de Tirval, la actual Teruel, conquistada a los moros en octubre del año 1171 por el rey Alfonso II. Toda mi prole abandonó Urci junto a otras familias que huyeron con los restos de San Indalecio hacia el monasterio de San Juan de la Peña. Después de vivir en Jaca casi una centuria, parte de mi familia con mis padres y otros parientes emigraron a Teruel donde residen y se dedican al comercio de la lana. Aunque siempre hemos pertenecido a la nobleza, al abandonar nuestras tierras a los moros, toda mi familia tuvo que dedicarse a menesteres que nos permitiesen una vida sin lujos pero acomodada y confortable. 


Hace más de once años que salí de Teruel y no se nada de mis padres ni de mi hermana que tenía veinte años cuando partí hacia Peñíscola, para cumplir mi sueño de entrar en el Temple. Allí sobrábamos un buen número de caballeros y escuderos por las obras de consolidación y mejora de la fortaleza así como por un cúmulo de circunstancias y eso me hizo arribar a Chipre casi al año de haber dejado a mi familia, allí fui armado freire, caballero templario, y entré al servicio directo de Jacques de Molay.
Continuará...

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