17 diciembre, 2009

A todos nuestros amigos y familia, así como a los que ocasionalmente visitáis este blog os deseamos lo mejor para estas fiestas y el año 2010

03 diciembre, 2009

Las Edades del Hombre, Soria 2009

Cuando en el 2002 organizamos un viaje a Murcia para ver "Huellas" en su catedral, ya había visitado en un par de ocasiones "Las Edades del Hombre", que desde Valladolid 1988, año en el que comenzó a celebrarse este evento, culmina este año con la Exposición de la concatedral de Soria, a la que voy a hacer referencia en este escrito sobre mis viajes.
También había tenido oportunidad de visitar en Valencia, "A la Luz de las Imágenes", magna exposición de similares características que año tras año se organiza en la comunidad valenciana y esto me ha hecho reflexionar en muchas ocasiones, sobre cuales han podido ser las razones que hayan impedido la existencia en Andalucía de una Fundación similar a la Murciana, Valenciana o Castellano-Leonesa. Porque, arte religioso, en Andalucía, hay, en calidad y en cantidad.
Cuando me informaron de la excursión que la parroquia de San Pedro de Alcaudete, preparaba para el fin de semana del 21-22 de Noviembre, yo tenia programado desde un mes antes mi viaje a Soria para ver esta maravillosa muestra, así es que el lunes 23 de ese mismo mes salimos con destino a Madrid, donde tengo parada y fonda asegurada y de paso cumplía con el imperioso deseo de coger en mis brazos a ese maravilloso nieto que tengo desde hace dos meses y medio.

La mañana del martes 24 amaneció radiante. Salimos a eso de las nueve y en tres horas escasas nos encontrábamos ante la remodelada ermita de San Baudelio de Berlanga, que es motivo del cartel anunciador de estas Edades del Hombre 2009. La visita a esta pequeña capilla merece el viaje por si sola. Como decía la señorita que nos explicó su historia, nos encontrábamos en la Capilla Sixtina del arte Mozárabe. Si tuviera que contar lo que aprendí en aquel templo, llenaría más paginas de lo que da este relato de viajes. A la salida, solo pude lamentar que mis paisanos, que habían estado por allí el fin de semana, no hubieran podido contemplar esa maravilla.

Sólo se tardaba media hora en llegar a San Miguel de Gormaz, pero echamos bastante más, ya que al paso por Berlanga de Duero, nos llamó la atención su arquitectura, así es que aprovechamos para tomar algo y darnos una vuelta por sus soportales.

La ermita de San Miguel de Gormaz, está situada en la ladera de la colina que domina la fortaleza califal de Gormaz, que es lo más grande en fortaleza que he visto en toda mi vida. La ermita tiene una pila bautismal excavada en el suelo del recinto central y sus pinturas son impresionantes. Otra visita que lamentablemente se perdieron los alcaudetenses que visitaron Soria.
El Burgo de Osma era nuestra siguiente parada, programada para comer lechazo, pero eso no fue posible, solo nos ofrecieron cochinillo y ese no era el objetivo así es que nos conformamos con los platos de un decepcionante menú.

El Burgo tiene una catedral con "tos los avios". la abrieron a las cuatro de la tarde y el paseo por su museo, claustro e interior dio el tiempo suficiente como para difuminar la somnolencia que acostumbra a aparecer tras las comidas. Esta catedral nos encantó, como templo y por la riqueza de sus tesoros artísticos, muchos de ellos trasladados a la concatedral de Soria para la exposición de las Edades del Hombre.

Anochecía cuando llegamos al parador nacional de Soria y decidimos no salir hasta la mañana siguiente. Este alojamiento es de primera categoría, confortable y muy moderno, acogedor y con unas vistas sobre la ciudad que no dejan indiferente a nadie.
Cuando por la mañana, llegamos ante la concatedral de San Pedro, no pudimos reprimir nuestra decepción contemplando el exterior del templo. Ni punto de comparación con la catedral del Burgo.

Nos acercamos a su entrada que permanecía cerrada y como faltaba un buen rato para que abriera sus puertas decidimos desayunar. Sin saberlo, nos enfrentábamos a una ardua tarea. Entramos en tres bares en nuestro camino hacia el centro de la ciudad. La bollería brillaba por su ausencia, las tostadas no existen, y solamente se nos ofrecieron unos torreznos que en un principio nos parecieron churros y alguna que otra tortilla de patatas..., "es que verá usted aquí no desayunamos, aquí almorzamos".
Otra cosa fue al llegar al centro. Entramos en Collado 58, una cafetería bien equipada y bien servida donde había una oferta completísima, ¡hasta churros tenía!. Desayunamos bien y lo que nos apeteció, pero dada nuestra peregrinación para hacerlo, se nos ocurrió preguntarle a Jose, el camarero, en dónde podríamos cumplir al mediodía con nuestro deseo del churrasco. Fue muy amable y desde estas lineas le agradecemos su recomendación que después comentaré.
Por la calle de la Zapatería y calle Real adelante nos acercamos a la concatedral para ver la exposición. Allí nos unimos a un grupo que liderado por una documentada guía recorrió ordenadamente todas las fases de la muestra. Nunca decepciona este tipo de evento y seguro que mis paisanos que estuvieron el domingo visitando la muestra, disfrutaron contemplando las espléndidas pinturas y esculturas que allí se pueden ver.
Al acabar el recorrido regresamos al interior con la finalidad de ver un audiovisual sobre el románico, aprovechando para descansar sentados un ratito. Salimos al claustro y a la calle, en busca del churrasco que no pudo ser el día anterior.

Centro de la ciudad de Soria. Calle Numancia 6. Asador Ecus. Para evitar sorpresas habíamos reservado mesa. El día se había vuelto desapacible y agradecimos que nos diesen la mesa junto al horno. Un guiso de almejas concha-fina sirvió como entrante, mientras esperábamos que saliese del horno nuestro cordero. Las almejas estaban extraordinarias, máxime si tenemos en cuenta que nos encontrábamos a bastantes kilómetros de la costa.
No se si volveremos a comer un churrasco tan bueno y desde aquí recomendamos a quién visite esta capital que no olvide el Asador Ecus, un lugar donde se come un cordero exquisito, entre otras cosas.
La tarde no invitaba a pasear así es que nos retiramos al parador. Ya no saldríamos hasta la mañana siguiente que se presentó lluviosa. Nuestro destino estaba en Santa María de Huerta, muy cerca de la provincia de Zaragoza. Al lado de la A-2 Madrid-Barcelona se encuentra esta pequeña población que es sede de un impresionante monasterio cisterciense, que queríamos visitar desde hacía tiempo.

Merece la pena la visita. Su iglesia de dimensiones casi de catedral, sus dos claustros, el herreriano y el gótico-plateresco, el refectorio, la cocina, el comedor de conversos nos trasportan a otras épocas y asombran por la belleza de las estancias. Si tiene oportunidad, hágame caso y visítelo, que me lo agradecerá.
Después de comprar una hogaza de pan, algo que hago siempre que encuentro, nos dirigimos a Madrid, pero con una última parada para comer en Alcalá de Henares, otro lugar que me enamora. Pasar por la fachada de su Universidad, la plaza de Cervantes, los soportales de su calle Mayor..., es un placer del que no me privo siempre que tengo posibilidad.

En Madrid me esperaba otra historia, mi nieto Mario.

Para saber más de San Baudelio:
http://www.turismo-prerromanico.es/arterural/SBBERLANGA/BERLANGAficha.htm
http://www.lasedades.tv/video/17/San_Baudelio.htm

Para saber más de San Miguel de Gormaz:
http://www.lasedades.tv/video/16/San_Miguel.htm
http://www.astragalo.net/articulos/gormaz.htm

Para saber más del monasterio de Sta Mará de Huerta:
http://www.monasteriohuerta.org/

La segunda semana de Septiembre 2009 en Menorca.

Desde hace un tiempo ha aparecido en el mercado una opción para viajar a buen precio y con criterios de calidad. Se trata de viajes para mayores de cincuenta y cinco años y en mi caso ya he tenido varias experiencias, todas muy satisfactorias. Este viaje de una semana a Menorca es una de ellas y merece la pena. Una semana con todo incluido en el hotel Barceló-Hamilton y con los viajes de avión, salió por unos setecientos euros la pareja.


Nuestro hotel se encontraba en Es Castell la antigua población de Villacarlos, situada a la entrada del puerto de Mahón, muy bien comunicado con esta ciudad. y muy cerquita de Cales Fonts, antiguo muelle de pescadores, de preciosa estampa mediterránea, donde las terrazas de los bares y restaurantes junto con los puestos de artesanía, comparten un paisaje espectacular a la orilla del mar con algunas cuevas transformadas en tiendas y tabernas de pescadores.
Mi criterio, cuando visito algún sitio a donde me he desplazado con avión, es utilizar los medios públicos de transporte, así es que este medio es el que usamos para desplazamos por la isla.

La ciudad de Mahón es la típica ciudad mediterránea, llena de turistas todo el año y que en esta ocasión está llena de obras aprovechando el PlanE como en toda España. No trataré de hacer una descripción de monumentos, eso viene en cualquier guía turística, así es que me limitaré a describir mis sensaciones. A Mahón se llega en autobús hasta la estación de autobuses, de nombre "Cavallitos" y que se encuentra en la plaza de la Esplanada de la que sale la calle de las Moreres que nos lleva al centro. El bullicio es constante y sus cafeterías están siempre llenas, siendo la amabilidad de sus gentes lo primero de lo que nos damos cuenta. Al llegar a la parte más céntrica y antigua podemos contemplar como las calles caen en cuesta hacia el puerto en el que los barcos de pasajeros y mercancías se afanan en maniobras de atraque y salida. Una de las cosas que más me llamó la atención fue su mercado, que se encuentra ubicado en el claustro de su iglesia del Carmen, (que está abierta al culto pues es la más importante de la ciudad), siendo los sótanos de dicho claustro un supermercado. Justo al lado se encuentra un precioso mercado de pescados, con un patio central y lleno de puestos con una variedad envidiable.

Por doquier hay panaderías-pastelerías donde poder comprar desde hogazas a las renombradas ensaimadas. Otra de las delicatessen que tiene esta isla es la deliciosa sobreasada, que aunque es un poco cara no tiene ni punto de comparación con la que encontramos en la península.

Ciudadela, la otra ciudad importante se encuentra al oeste, en el otro extremo de la isla. Se tarda una media hora en autobús y nosotros la visitamos por la mañana. Es una bonita población, que conserva más edificios antiguos que Mahón, siendo el paseo por sus calles una gozada. Allí compré una abarcas menorquinas para mi nieto Mario y deambulamos por toda la ciudad hasta la hora del mediodía en que nos encaminamos hacia los restaurantes del puerto con la obsesión de comer pescado, cosa que hicimos. A destacar las sardinas asadas y la jibia a la plancha, exquisitas.
Alaior es la tercera ciudad en importancia y por estar situada tierra adentro tiene un menor bullicio turístico, pero no por eso es menos gratificante el paseo por sus calles. En esta ciudad me percaté de una sana costumbre de los menorquines a la hora de dar nombre a sus calles.

Estas se llaman como los vecinos las han nombrado desde siempre, paseo de las Moreras, calle de los Novios o calle del Arraval, lo máximo a lo que llegan es a darle el nombre de un santo como el carrer de San Roc, pero evitan darle el nombre de un político o de algún personaje actual. Cuando desean homenajear a alguna persona, debajo del rótulo con el nombre de la calle colocan una placa en la que dicen que esa calle se dedica a la memoria de tal o cual persona.

Otra visita a no perderse es el paseo en barco por el puerto, que según nos dijeron, es el segundo puerto natural más grande de Europa con cinco km de longitud. Tomamos el barquito en Cales Fonts y tardamos en darle la vuelta más de una hora, con una parada en Mahón. Entre otras curiosidades nos llamó la atención los impresionantes chalets con acceso directo al agua propiedad de artistas y "celebritos" de todo el mundo entre los que se encuentran Iñaki Gabilondo o Mercedes Milá.

También son interesantes las historias que la guía nos contó sobre las islas que se encuentran dentro del puerto, como la Isla de la Mola, unida a tierra, que forma parte de la base naval y es el punto más oriental de España. otra es la Isla del Rey que es por donde desembarcó el Rey Alfonso III de Aragón en su expedición de conquista, y finalmente, la Isla del Lazareto, sede de eventos científicos y congresos.

Por último e imprescindible es visitar la Cova d'en Xoroi, en Cala en Porter, a un cuarto de hora de Mahón y en la parte sur de la isla, se trata de una cueva en el acantilado, con muchas terrazas y balcones colgados sobre el mar. Las puestas de sol ahí, son impresionantes. Se visita durante el día y en la entrada lleva incluida una consumición. Por las noches se transforma en una discoteca que hace las delicias de los turistas que la visitan.

12 septiembre, 2009

Cartas a mi madre Estrella Mesa.(1)

Hola mamá: Ya soy abuelo y estoy tan contento..., ¡tú te lo has perdido!.., por sólo veinte días no has conocido a tu primer biznieto. También es mala pata, ¿que prisas había en que te murieses? ¡Con lo bien que estabas!.., pero bueno eso ya no tiene solución.
El caso es que el lunes siete de septiembre nos pusimos en marcha hacia Madrid, porque tu nieto Ricardo, e hijo mío, me llamó bien temprano para decirnos que el parto era inminente. Cogí el coche y despacito y con buena letra, caminito de los Madriles. Un día espléndido, agarrado al volante y por esos campos de la Mancha, íbamos entre ilusionados y preocupados, porque ya sabes..., a nosotros nos gusta eso de preocuparnos y pensar mil y una cosas, no todas buenas, hasta que la radio me sacó de mis pensamientos con una entrevista que José Ramón Lucas, el de radio nacional, le hacía a no sé quien. Era la voz pausada de un hombre que contaba una historia que de seguido me atrapó. Contaba que un señor paseaba por un parque frondoso y bien cuidado, disfrutando de las flores y plantas que en él había, hasta que reparó en unas lápidas con inscripciones de difuntos, al parecer, muy jóvenes..., "vivió tres años"..., "vivió siete años"...
Leía lápida tras lápida y no llegaba a ver ninguna dónde se indicara que el yaciente hubiese vivido más de once años. Esto empezó a entristecerlo hasta el punto de sentir una gran congoja, por lo visto, pensó, se trataba de un cementerio de niños y decidido se dirigió hacia un jardinero que por allí había.
- ¿Me podría decir porqué hay tantos niños muertos en este lugar?¿Qué desastre ha debido ser para tal mortandad?
- No señor
- contestó el jardinero sonriendo - no se trata de niños sino de personas bien adultas en su mayoría, como en cualquier otro cementerio. Lo que a usted le ha llamado la atención sobre los años vividos, yo se lo voy a explicar, si es su deseo...
- Si, si, por favor.
- Pues verá usted, en este lugar tenemos por costumbre que cuando los niños aprenden a leer y escribir, se les entrega una libretita que llevan permanentemente consigo. Una libretita que es para que apunten en ella los momentos felices que en su vida sean. Así pues si les regalan un pastel que les produzca felicidad anotarán en la libreta el tiempo que estuvieron disfrutando de él. El día de su boda. las alegrías familiares y todos sus buenos momentos se reflejan escritos con el detalle del tiempo que duró esa felicidad. Luego a la hora de su muerte recogemos la libretita, sumamos el tiempo vivido y olvidamos el tiempo pasado desde su nacimiento. Por eso usted sólo ve ocho o diez años vividos y no anotamos los ochenta años pasados desde que nació, pues a lo que le damos valor es al tiempo realmente vivido, intensamente y de forma feliz
.
Me quedé tan estupefacto como el protagonista de esta historia y pensé en los pocos momentos que a lo largo de la vida podemos considerar realmente bien vividos y "con fundamento", como diría el Arguiñano.


Ese lunes siete de Septiembre de dos mil nueve, a eso de las cinco y media de la tarde y en la clínica de la Concepción..., si, si, a la que llevabas al abuelo Paco a tratarse del cáncer que lo mató en mil novecientos sesenta y ocho..., el día anterior al que tenía prevista mi boda..., pues bien te decía que ese lunes y a esa hora conocí a Mario Azaustre Heras, mi nieto y biznieto tuyo.
Sólo llevaba en este mundo una hora y tres cuartos y estaba ante mí, dormido en una cuna de plástico transparente, grande y precioso, casi calvo y muy blanquito, como todos los niños de nuestra familia, con sus manitas que agitaba de cuando en cuando intentando asirse a algo imaginario..., y yo sólo acerté a buscar esa libreta del relato anterior, para anotar en ella este momento feliz que vivía, para que se tuviese en cuenta como uno de los más felices de mi existencia y para sumarlos a los otros momentos afortunados que en mi vida han sido.
...¡Es tan guapo, mamá!

21 agosto, 2009

¡Que guapa era mi madre!

Recuerdo ahora a un compañero de telefónica, que al enterarse de la muerte de mi padre y darme el pésame, me dijo que todavía me quedaba el consuelo de tener a mi madre. Él por desgracia, había perdido a sus padres y ya estaba "en primera fila".
Doce años me ha durado no estar "en primera fila", desde el miércoles pasado, diecinueve de Agosto de este año de 2009, ya estoy "en primera fila", como me decía "el Morenín".

Se me ha muerto mi madre y ya no la veré más. Estaba en una buena residencia privada de Alcázar de San Juan. Allí la han atendido y le han dado la calidad de vida que sus hijos no podíamos ni sabíamos darle. De hecho la llevamos a ese centro, porque se nos moría a chorros. Hace más de cuatro años ni nos conocía, el Alzheimer se iba cargando una a una las neuronas de su cabeza. Pudo con el cáncer de pecho, curó los huesos rotos de su frágil cuerpo, le pusieron prótesis en las dos caderas, superó una rotura de pelvis y por si eso fuese poco se le empezaron a desordenar los recuerdos y las ideas en su mente, confundía a su hijo Paco con su nieto Alberto, no sabíamos como hacerle entender que estaba en su casa y sufría por no reconocer su entorno ni a los suyos.
- Vámonos ya.
- ¿A dónde mamá?
- A mi casa.
- Pero si ésta es tu casa...
- Venga, déjate de tonterías y vámonos ya...
Ahora llevaba más de año y medio sin recaídas, había recuperado los recuerdos, nos conocía a todos y preguntaba por todo. Las imágenes de su juventud se empezaban a reordenar con las actuales en su torturada mente y mi hermana Estrella volvía a ser aquella Estrellita que ella tuvo en Cádiz y que durante un tiempo no sabía relacionar. El Alcaudete que existía en su cabeza volvía a tener imágenes y recuerdos más recientes, que se acoplaban a los de su juventud. Mi hermana iba todos los días a verla y de cuando en cuando, hojeaba con ella la revista Sierra Ahíllos. Al ver las fotos, reconocía a los que aparecían en sus páginas y hasta llamaba a las enfermeras para mostrarles, alguna de las imágenes que aparecen en mis colaboraciones, diciendo:
- Este es mi Eduardo.
Y sonreía, pícara y orgullosa, esperando la aprobación y admiración de ellas.
Ahora repaso y ordeno los recuerdos que me unen a mi madre y me hace feliz la imagen de su sonrisa, de su risa franca y alegre.
¡Que guapa era mi madre! Y no es porque yo lo diga..., que podéis preguntar a los que la conocieron. Guapa y buena, sencilla y humilde como ella sola, orgullosa de los suyos y capaz de renunciar a todo, por tal de evitarle un disgusto a cualquiera... ¡Que guapa era mi madre!
Ahora, me falta la certeza de poder verla y compartir con ella unas risas, me falta la alegría que trasmitía al estar a su lado, me falta, y ya para siempre. Me falta su vocecilla frágil, preguntándome por todo lo que en su mente la mantenía unida a Alcaudete. Se ha ido a pocos días de conocer a su primer biznieto..., unos van y otros vienen, es ley de vida, lo sé, pero..., me falta mi madre..., y eso..., me cuesta asumirlo y resignarme.

Alcaudete 21 de Agosto de 2009

19 agosto, 2009

Lanjarón, Puerta de las Alpujarras

Lo que no viene en las guías

Hace unos años, en los primeros días de Febrero, se me ocurrió acercarme a visitar Lanjarón en un viaje de regreso, desde Nerja a Alcaudete. La decepción fue tremenda, nunca se me habría ocurrido que esta población estuviese cerrada a cal y canto y casi no hubiese gente en sus calles.
Pero, en los primeros días de este caluroso mes de agosto de 2009, leí no sé donde, lo bien que lo había pasado una familia en Lanjarón y decidí pasar un fin de semana en este lugar llamado la Puerta de las Alpujarras. Aparte de esa experiencia de Febrero ya había estado en la ciudad de las aguas, pero solo de paso. fue allá por el dos mil o dos mil uno y no estuve más de dos horas, pues mi ruta era hacia la Villa Turística de Bubión y la de Laujar de Andarax, así es que poco contacto había tenido con la vida de Lanjarón.

Por Internet contraté tres noches en el Hotel Castillo que está situado en la calle Granada, con vistas a las ruinas del castillo de esta población. Ciento veinte euros, en medio del mes de Agosto, me pareció un buen precio por tres noches de pernocta, y el catorce por la mañana a eso de las doce ya estábamos paseando por la calle Real. Poco antes nos habíamos parado a pie de los gigantescos molinos de aire que hay antes de entrar en Lanjarón y poco después de pasar por el puente nazarí de Tablate, situado bajo el puente moderno que da acceso a las Alpujarras.

El hotel es razonablemente bueno, dispone hasta de Wifi gratuita, accesible desde casi todas las habitaciones, pero en cuestión de aparcamiento lo tiene difícil, aunque yo haya tenido bastante suerte para encontrar un lugar donde dejar el coche.
Lo primero que me llamó la atención en Lanjarón, fue la atmósfera decimonónica que perdura entre sus rincones y en las puertas de sus hoteles. Gente, generalmente mayor, con su vaso encastado dentro de una funda de mimbre, que va de acá para allá en busca de la fuente recomendada para beber el agua saludable que pueda mejorar su salud. Sentados a las puertas de los hoteles en una fila de sillones, donde toman el fresco y hablan de lo divino y de lo humano, contando anécdotas familiares y curiosidades de sus lugares de origen.

El Balneario no tiene hotel pero si un convenio de hospedaje con otro de la población. Después de recabar información, saqué la conclusión de que es un SPA al uso, adecuado a las características de sus clientes y que utiliza los recursos de las instalaciones antiguas que aún están en buen uso.
Por otro lado los médicos del balneario y en función de la dolencia a mejorar, recomiendan la cantidad, frecuencia y ubicación de las fuentes de las que es recomendable beber, ya que la mineralización de las aguas, que de ellas mana, es diferente de unas a otras. De aquí el trajín de vasos de un lado a otro.

En Lanjarón se come bien, yo diría que muy bien, desde el plato alpujarreño o las migas con todos sus avíos, hasta el menú del Hotel Lanjarón donde te sirven casero y rico, tres platos y postre con la opción de elegir cada plato entre varios. Todo por diez euros con vino o agua del grifo, no olvidemos que estamos en Lanjarón y sería absurdo pedir agua mineral en las comidas.

La mejor distracción son los paseos, calle Real arriba hasta la plaza del ayuntamiento, sin olvidarse de visitar la plaza de Santa Ana, y después recorrer el barrio Hondillo donde abundan los tinaos y las fuentes, para luego, sentarse en una terraza y beber algo diferente al agua, que generalmente se acompaña de una buena tapa de jamón.

Frente al Balneario está el Parque del Salado, repleto de eucaliptos gigantes que por las noches ofrece espectáculos gratuitos, escusa ideal para sentarse a tomar el fresco que se deja caer en las Alpujarras. Todas las noches hay algo, cine, flamenco, boleros, rock..., no es de gran calidad pero es gratis y eso basta para que no falte público.

La mañana del sábado nos acercamos a Òrgiva y a Torvizcón. Sentía curiosidad por pasearlos, ya que siempre había pasado por ellos sin parar el coche. En el primero hay una población guiri bastante considerable y tiene una zona alrededor de la iglesia bastante agradable. Torvizcón nos reservaba una sorpresa gastronómica la mar de curiosa. Con la idea de tomar un tentempié nos sentamos en la terraza de un pequeño hotel que está a su entrada. Pedimos unas cervezas sin alcohol acompañadas de una abundante tapa de carne guisada y curioseamos su carta para complementar la tapa. Tres euros y medio un bocadillo me pareció razón suficiente como para preguntar por el tamaño de los bocadillos...
-Pue una coza azí - nos dijo el camarero señalando con sus manos unos cuarenta centímetros de bocadillo.
- Como pa quitarle el hambre a una criatura.
De eso no había ninguna duda, así es que encargamos un solo bocadillo de morcilla exquisita que tuvo para comer los dos y para llevarnos, envuelto en unas servilletas de papel, lo que nos sobró.

Dulces y tortas, como los Jayullos, que hay que comprar los viernes a las 22 horas en el obrador de la pastelería Juan, La leche rizada de la heladería Venecia, quesos de leche cruda de cabra en el Arca de Noé, buñuelos con chocolate del bar Molinillas a la salida del pueblo en dirección a Órgiva y jamón de Trevélez o de la zona, que todo es bueno, son algunas de las exquisiteces que pudimos probar.

Tres días no dan para más y el lunes por la mañana tornamos a Alcaudete por la carretera antigua que pasa por Durcal, Padul y Armillas, donde después del tiempo pasado, aún son reconocibles lugares y parajes por los que pasábamos hace veinte años en camino hacia Salobreña.

10 agosto, 2009

Viaje en el sevillano a Barcelona

RECUERDOS DE LOS SESENTA.

Rufo había vuelto de la mili en pleno verano. Atrás se había quedado Melilla y el traje garbanzo de los regulares y ahora con un frío húmedo y penetrante se encontraba de pie, en la estación de ferrocarril de Alcaudete-Fuente de Orbe, a dos metros del borde del andén y con su traje de los domingos. A su izquierda una maleta de madera, llena hasta los topes, que le habían hecho en la carpintería de Paco Ruiz, una caja de cartón atada con cuerdas a su derecha y justo al lado, su padre, silencioso y con los ojos brillantes, con la boina calada y el cuello de la pelliza subido, dando unos pequeños saltitos sobre el mismo sitio, haciendo temblar sus gruesos pantalones de pana beige e intentando calentarse los pies, que tenía embutidos en una abarcas de goma de neumático y esparto.

- Vas a agarrar un enfriamiento con tan poca ropa.
- Que no, padre, no se preocupe usted, que llevo camiseta gorda y calzoncillos largos.
- Pero hombre, te tenías que haber puesto la pelliza...
- Ya estoy bien así, que no tengo frío...

Rufo se iba a Barcelona, su primo Casimiro le había calentado la cabeza durante la Velada de la Fuensanta, y en Alcaudete no encontraba nada para trabajar, como no fuera darle vueltas al olivarillo que tenían sus padres, esperar a la recogida de la aceituna o dar alguna peonada de albañil de vez en cuando. Casimiro, que ya había pillado el acento y hablaba fino, trabajaba en la Montalfita de Badalona y le había dicho que al día siguiente de llegar, tendría trabajo allí mismo, en el Cotonificio o en la Cross, que si sobraba algo en Cataluña eran puestos de trabajo, que Barcelona era lo más de lo más y que no se lo pensara dos veces...
La Mari Puri, la medio novia que tenía, se había quedado llorosa y anhelante, pero ilusionada en que volvería, una vez que encontrase trabajo, para casarse con ella y entonces le podría acompañar a Cataluña, para crear una familia con muchos niños.
- Ahí viene..., que escribas, que tu madre ya sabes que se preocupa...
- Si padre, no se preocupe, que estaré bien...

La cochinica hacía su entrada en Alcaudete-Fuente de Orbe y después de un abrazo y siete u ocho besos seguidos y apresurados se subió con los bultos al vagón, permaneciendo allí, sin moverse y mirando a su padre, que se había quitado la boina y que la estrujaba entre sus manos nervioso.
Después de que empezara a moverse la unidad, se dispuso a buscar asiento, pero fue infructuoso, así es que se sentó sobre la maleta, cerca de una ventanilla y se entretuvo contemplado los olivares hasta llegar a Jaén, después de pasar por Vado Jaén, Martos, Torredonjimeno y Torre del Campo.

En Jaén hizo trasbordo a un pequeño tren de tres unidades que enlazaba con Espeluy, para, una vez allí, esperar al Sevillano. Hora y medía de espera no era mucho, pero le sirvió para reponer fuerzas. Se sentó en la sala de espera, buscando un poco de calor, ya que en los andenes había empezado a caer aguanieve y no estaba la cosa como para hacer gasto en la cantina de la estación de Espeluy. Sacó del paquete que llevaba, una hogaza de pan de la que cortó un canto y extrajo una pequeña ollita de las de color granate oscuro y de interiores azulados, para desatarle las asas que sujetaban la tapa con una guita, apartó unos trozos de carne empanada frita y se sirvió un buen trozo de tortilla de patatas, ahogadiza, pero que le supo a gloria, mientras se atizaba varios tragos de una bota renegrida que en la víspera había llenado en la bodega de Bernardo, en la calle Carnicería. Una manzana harinosa, de las que su madre conservaba en los estantes de la bodega dio fin a la comida y se preparó para abordar el tren.

El andén de Espeluy estaba a tope. Gentes de otros pueblos cargados de bultos variopintos: maletas, colchones, cajetas y hasta muebles. Una montón de cosas que se llevaban a su nuevo destino, para ahorrarse comprarlos de nuevo a donde iban. Los trastos y los niños chicos se introducían hasta por las ventanillas y como por arte de magia se vació el andén en pocos instantes.

El Sevillano era un tren de una vez, nada que ver con el vagón en el que había venido desde Jaén, con aquellos asientos de madera, esperando ver de un momento a los indios con plumas atacando al convoy, el traqueteo de los vagones al pasar por las juntas de los raíles sin soldar, el chirrido de las uniones y tirantas de las unidades, dando la sensación de que el tren se descuajaringaría de un momento a otro. El Sevillano era metálico y con muchos vagones, tan largo que costaba ver los detalles de la locomotora de carbón allá a lo lejos, que según oyó decir, cambiarían por una más moderna de gasoil en la estación de Linares-Baeza. Muchos departamentos tenían acceso directo al exterior y asiento corrido, con respaldo mullido y tapizado de hule azul, a derecha e izquierda. En el departamento al que accedió solo había sitio para él, así es que situó su equipaje y se sentó entre una oronda mujer que mecía en sus brazos a un chiquillo que dormía plácidamente y un hombre de mediana edad que leía con dificultad un periódico de grandes hojas.

Al llegar a Linares-Baeza se bajaron dos pasajeros y el lector de periódico, con el que no había mediado palabra, y esto le permitió acomodarse holgadamente, ya que solo subió al departamento un soldado con un voluminoso macuto. La mujer del crío en brazos, se lo había traspasado a su vecina de enfrente y había bajado un cesto, del que extrajo un buen trozo de pan sobre el que colocó una hoja de tocino entreverado que cortaba con habilidad ayudada de una navaja.
- ¿Ustedes quieren?
- Que aproveche. Gracias.
El hule azul que forraba el asiento no era tan cómodo como había pensado en un principio, por eso se levanto e intentó ir a la cantina, pero no se atrevió, le dio una especie de vértigo al pensar que se le escapase el tren, así es que volvió a su asiento.
El soldado que acababa de subir al tren se había sentado enfrente de Rufo y enseguida sacó de la mochila un bocadillo liado en papel de estraza que, en tres bocados, se zampó sin decir ni una palabra. Casi sin terminar de masticar, sacó un paquete de Ideales y le ofreció tabaco a Rufo. Invitación que rechazó con un gesto, indicando claramente que no era fumador. El quinto encendió el pitillo y se quitó las botas, que dejaron al descubierto unos gruesos calcetines blancos, estiró las piernas, y colocó los pies al lado de Rufo, embriagándolo con un inconfundible tufo.
Así aguantó lo inaguantable hasta que al ver las primeras trincheras de Despeñaperros, le dió un empellón a las piernas del soldado para pasar hasta la ventanilla desde la que podría ver los picos desnudos de roca y dejar de oler a pies, para, en su lugar, percibir otra mezcla de desagradables olores entre los que sobresalían las cascaras mustias de naranja que rebosaban un cenicero. Ni siquiera intentó abrir la ventanilla, afuera debía hacer mucho frío y en el vagón se empezaba a notar que habían puesto la calefacción.

No faltaría mucho para amanecer cuando, entre chirriantes ruidos, el tren se detuvo lentamente en la estación de Alcázar de San Juan. Rufo se levantó para estirar las piernas. Sorteando bultos y tropezando con uno que dormitaba tirado en el suelo del pasillo, con una maleta de cartón por almohada, bajó al andén. Detrás suyo se apeó el quinto, que calándose el chapiri y haciendo bailar la borla ante sus ojos le dijo sonriente.
- Socio ¿Quieres un pelotazo de anís en la cantina?
- Bueno.

No las tenía todas consigo, pero el ir con el soldado y ver que el revisor entraba en la cantina, le dio la confianza suficiente para separarse del vagón...
- Dos de Machaco- Pidió el quinto al cantinero.
Charlaron sobre la mili, como era natural, y de los muslos de una mujer que cargaba una cesta llena de tortas de Alcázar y que vociferaba su mercancía. Contó Rufo a donde iba y Ferrán, que así se llamaba el soldado, le informó que era valenciano de Burjasot, pero su familia vivía en Almazora, muy cerquita de Castellón de la Plana, donde su familia tenía una botiga de paquetería y otra de ultramarinos, así es que su futuro estaba resuelto.
Mientras hablaban, Rufo no perdía detalle de la cantina: un salón grande y rectangular y de techo elevado del que pendían unas grandes lámparas que no daban demasiada luz. Ante ellos había una barra alta con un mostrador de mármol, en la que se abocaba un heterogéneo público que nervioso e impaciente pedía reiteradamente lo que querían tomar. Al otro lado dos camareros, con blusas blancas de botones dorados, se afanaban en complacer las peticiones. A sus espaldas, en un rincón de la cantina, alrededor de una de las muchas mesas de mármol blanco y con pies de hierro fundido, un corrillo de desocupados contemplaban, entre voces, chanzas, una partida de subastao que jugaban varios individuos.
En dos lingotazos se aplicaron las copas y de unas zancadas subieron al tren, el revisor había desaparecido de la cantina y ya estaba pitando estridente la locomotora.
Durante el trayecto hasta Albacete fueron charlando de todo, de la mili, de mozas, de lo divino y de lo humano, o sea arreglando el mundo. Con la luz de la mañana fueron dejando de dormitar los demás pasajeros y empezó el trajín de cestos arriba y abajo para tomar un bocado o para, con un trozo de toalla y colonia, sacudirse las legañas y las pitarras fruto de la carbonilla, porque en el retrete no había agua y el revisor había dicho que no estaría arreglado hasta que llegasen a Albacete.
Al poco, pasó la pareja de la Guardia Civil que acompañaba a un señor trajeado, que lucía un bigotillo bien atusado, con pinta de baranda del ayuntamiento y que pedía la documentación a todo el mundo. Repasaba concienzudamente los papeles, mirándolos con parsimonia y preguntando a cada cual a donde iba y por qué. Rufo sabía que había problemas para llegar a Barcelona y por ese motivo llevaba una carta de su primo Casimiro en la que daba cuenta de que él respondía de Rufo y que no iba a Barcelona a la aventura, además mencionó que en Albacete se vería en el andén con su tío Adán, hermano de su madre, que era miembro de la Benemérita. En cuanto que uno de los civiles dijo conocer a Adán, se acabó el interrogatorio y le devolvieron los papeles, cosa que le dejó bastante aliviado porque ya se estaba agobiando. A poco de marcharse las autoridades se dio cuenta de que todos los del departamento habían estado pendientes de él, sobretodo un hombre que viajaba con una niña subnormal que permanecía agarrada a su brazo como si temiera perderlo.
- Te has librado muchacho...
- ¿De qué?, yo no he hecho nada malo.
- Es igual, pero te has librado, ahora está la cosa más suave, pero no hace mucho, a los que iban para Barcelona y no cumplían los requisitos que ellos querían, se les bajaba del tren y santas pascuas.
- Pero si yo solo voy a ganarme la vida honradamente...
- ¿Y tu crees que eso les importa algo? Hace unos pocos años, no se podía llegar a la estación de Francia así como así. Muchos venían sin nada, hasta sin billete, y otros lo habían conseguido porque vendieron los colchones de sus camas para comprarlos. Se tiraban del tren en marcha junto con sus bultos, antes de llegar al andén de la estación, para evitar a los civiles. Sólo huían de una vida llena de miserias y no tenían quien respondiese por ellos en la gran ciudad. Siempre había policías en la estación con la misión de impedir que, lo que ellos creían indigentes y mendigos, circularan por Barcelona. Los retenían y los mandaban a un Pabellón que se habilitó en Montjuïc, para, al poco tiempo, devolverlos a la fuerza a sus lugares de origen. Por lo visto esto se hacía para evitar el aumento del chabolismo y los vagabundos, por eso es buena cosa la carta que llevas de tu primo que responde por ti y te va a acoger en su casa.

- Pues si que...

La estación de Albacete estaba muy animada y a las ventanillas del tren se acercaban vendedores de navajas. Su tío Adán no aparecía, así es que Rufo se dedicó a curiosear entre la mercancía de cuchillos y navajas sin comprar nada, recomendándole a Ferrán, una navaja del tipo chaira capaora y asegurándole que no se arrepentiría de comprarla. También subió al vagón un individuo que rifaba un corte de paño gris azulado con rayitas finas como para hacerse un traje y otro de popelín suficiente para hacerse una camisa. Para ello vendía una cartas de baraja pequeñitas por un duro. El precio era elevado pero se le ocurrió que si le tocaba podría hacerle un buen regalo a su primo Casimiro, así es que compro el tres de bastos y el nueve de espadas. Fue en el departamento de al lado que, una mano inocente sacó el siete de oros dando al traste con su ilusión.
- Más te valía haber comprado una navaja, socio.- le dijo el quinto.
- No se porqué pero me vino la idea de que me podría tocar...

Rufo se asomaba constantemente por si aparecía su tío, cosa que no ocurrió, pero que era una circunstancia previsible, algún servicio de pareja o cualquier otra cosa se lo impediría, El tarro de lomo frito en manteca que le llevaba al civil sería el sustituto del corte de traje para su primo Casimiro.

El tren no salía y nadie informaba de los motivos hasta que se percató de que todos se arremolinaban en las ventanillas para ver el convoy que llegaba. Era el Talgo, un tren moderno y veloz que nunca había visto, sus lineas redondeadas, lo bajas que eran sus ventanas, casi el triple de grandes que las que había en el Sevillano y sus colores plateados y rojos le encandilaron. Según le dijo Ferrán era carísimo viajar en él y así se notaba por las pintas de las señoras y los hombres que se veían en su interior. El sevillano debía estar esperando su llegada así es que después de que saliese el Talgo, se puso en marcha perezosamente con destino a Valencia.
Pronto apareció con su traje azul, el revisor, que no paraba de hacer el característico ruidito, como si se tratase de un grillo, con la picadora de billetes.
-¡El billete, muchacho! - Le espetó a Ferrán sin contemplaciones y sin respetar que se había quedado traspuesto. El soldado viajaba por cuenta del ejercito y no llevaba billete, así que le mostró unos papeles del cuartel y el revisor se dio por satisfecho. Rufo le enseñó su billete y como ya lo había picado antes de llegar a Linares, no hubo lugar a agujerearlo otra vez.
El hambre empezó a apoderarse de los presentes que, como si se hubieran puesto de acuerdo, comenzaron con el trajín del sube y baja de bultos y cestas, ofreciendo cada cual lo que tenía, que si toma este huevo duro, dale un buen tiento a la bota, ¿te apetece un trozo de carne frita?, este chorizo lo hago yo, toma una naranja...
Valencia impresionó a Rufo, vamos que se quedó con la boca abierta, sin acertar a decir otra cosa que -¡Leches!- Ferrán sonrió diciéndole que la estación de Francia en Barcelona era mayor. La imponente armadura metálica de los altos techos, el bullir de las gentes por los andenes y los pitidos de las máquinas que entraban y salían le dejaron hipnotizado. Allí estuvieron un buen rato mientras colocaban la máquina en la parte de atrás del convoy, así es que a partir de ahora viajarían al revés de como habían venido.

Ya llevaba más de veinticuatro horas de viaje y lo que quedaba, así es que intentó dormir un poco, cosa que logró sin dificultad, el traqueteo no le incomodaba en absoluto para ello, hasta pensó en su difunta abuela, traqueteándolo en la mecedora, veinte años atrás, para que se durmiera.
Estaba soñando con su casa, cuando la falta de movimiento lo despertó, no es que el tren estuviese parado del todo es que iba tan lento que casi parecía no avanzar, tan despacio se movía que algunos se atrevían a bajarse para andar al lado del tren o incluso meterse entre los naranjos para arrancar algunas frutas de los que estaban más próximos a la vía. Ferrán se había bajado y al ver a Rufo en la ventanilla le hizo señas para que bajase el cristal y de inmediato empezó a lanzarle naranjas que intentó coger con más o menos habilidad. Poco después la parada fue total en un apeadero donde la vía se desdoblaba en dos. Allí estuvieron un buen rato, comiendo naranjas y saliéndose de los vagones para estirar las piernas, hasta que unos pitidos les avisaron de la proximidad de otro convoy que venía de frente y que pasó veloz en dirección contraria.
Ya era de noche cuando entraron en Castellón y aunque el frío no se dejaba notar como por la Mancha, apetecía cerrar las ventanas y buscar la proximidad humana para calentarse un poco. Allí se despidió Ferrán para coger un taxi que le llevaría a su pueblo, se intercambiaron las direcciones y prometieron escribirse.
Las estaciones comenzaron a pasar con más rapidez o eran las ganas de que así ocurriese, las luces de los pueblos que pasaban sin parar, el reflejo de la luz del vagón en las trincheras o los túneles, Vinaroz, Amposta, Salou y la estación de Tarragona donde pararon otro buen rato. Bajó a tomar un café para espabilarse un poco y cogió de un banco un periódico usado con el fin de entretenerse leyendo las noticias del día. Ya estaba aburrido de viaje cuando pasada la media noche el Sevillano hacía su entrada, lentamente, en la estación de Francia, después de atravesar la ciudad de Barcelona por trincheras y túneles.

Saltó al andén con sus pertenencias y sin dejarlas de la mano avanzó con la marea de gente, intentando localizar a Casimiro entre la muchedumbre. Ya se lo había dicho, si tardo y no me ves, te sales de la estación a la calle y te quedas pegado a la puerta principal que ya llegaré. Así lo hizo, poco a poco, y mirando aquí y allá, alucinando entre el gentío que se diluía lentamente. En la puerta, pasajeros iban cogiendo taxis de una fila que avanzaba lentamente, otros cargaban como podían con sus bultos ayudados por los familiares que les habían venido a buscar... La poca luz que había en la calle le permitía ver unos grandes edificios renegridos y sucios al otro lado de la estación, y el olor, ese olor a alcantarillas, azufre, carbonilla y a humos ácidos de diversas procedencias se le metía por la nariz y le hacía llorar los ojos.
- ¡Rufo, Rufo...!
Levanto el brazo para saludar a lo lejos a Casimiro que le llamaba desde el taxi en el que había llegado...
Ya estaba en Barcelona.

El cine de los sesenta

RECUERDOS DE LOS SESENTA

Toda mi vida me he considerado un cinéfilo y solo ahora, que he pasado de largo, los sesenta, he perdido la sensación de estar en la cresta de la ola en lo que se refiere a información sobre cine.
Desde que era adolescente fui fanático del cine; comencé a aficionarme, entre las picaduras de algún que otro chinche, habitante de las sillas de enea que había en los cines de verano de Alcaudete. Era barato y no me perdía una.


Así es que el Cine Imperio, Atarazanas y Los Zagales fueron mis escenarios cinematográficos infantiles. Todas las noches había algo que ver, si no era en uno era en otro, entre olores a donpedros y con el suelo recién regado, a eso de las diez de la noche me gastaba un real, o dos, por ver una o dos películas, y es que, a veces, había programa doble.
Al comienzo de las proyecciones, después del NO&DO, ponían anuncios y trailers de las películas que se proyectarían próximamente, y de tanto verlos me aprendí frases emblemáticas que a lo largo de mi vida he usado de forma jocosa. "Me enamoro constante e indistintamente y me causa el mismo efecto que si no me enamorase..." decía Stewart Granger en Scaramouche, película de espadachines rodada en 1952.


La afición al séptimo arte me hacía ahorrar las pocas perras que lograba, para comprar revistas de cine y cuando empecé a ganar dinero, no me faltaba la lectura de Cine en 7 días, que semanalmente aparecía en los quioscos a principio de los sesenta. Otra revista que a veces compraba eran Film Ideal y posteriormente la revista Fotogramas alimentó durante muchos años, mis deseos de conocer los entresijos del mundo cinematográfico.
Recuerdo con especial cariño, en mi época de soltería, un cine que estaba en la Avenida de la Luz de Barcelona. este espacio venía a ser una galería comercial subterránea situada sobre la Estación del Ferrocarril de Sarriá a Barcelona, soterrada antes del 1930, con lo que este centro comercial, quedaba entre las bóvedas de la estación y la calle.

El cine Avenida de la Luz perteneció a la cadena de cines llamada Balañá y se inauguró el viernes 1 de enero de 1943, con un programa dedicado a Walt Disney. Posteriormente, la sala siguió en la misma línea, llegando a denominarse a sí misma como el Palacio de la risa, en referencia a los films de temática cómica que allí se podían ver. Pasaron por su pantalla Jaimito, Charlie Brown, Stan Laurel y Oliver Hardy, Bud Abbot y Lou Costello, Cantinflas o los hermanos Marx.
El cine comenzaba sus sesiones a las once de la mañana, y seguía en sesión continua hasta la madrugada, al comienzo de los sesenta, época en la que yo lo visitaba. Se especializó en los programas dobles de reestreno, cosechando, como en décadas anteriores, un gran éxito de público, que era en parte resultado de la buena marcha de la galería comercial en la que estaba instalado el cine.
Al final de los setenta, la Avenida de la Luz ya había perdido gran parte de su esplendor y el cine no tenía muchas opciones. Así es que abandonó el programa doble para convertirse en una Sala S, precursora de los cines X cerrando definitivamente con los cuarenta años de actividad.

Otra sala que recuerdo con cariño es el cine Picarol de Badalona, al que iba con frecuencia entre 1965 y 1970. Del mismo modo vienen a mi memoria salas emblemáticas de Barcelona o Madrid, como el cine Salamanca, en la calle Conde de Peñalver, cerca de donde viví con mis padres y que ha acabado como almacenes C&A. Como no mencionar aquí el cine Alkazar de Jaén o el Cervantes en los que tantas películas vi acompañado de mis hijos pequeños.
La censura franquista era brutal en los sesenta, pero mi estancia en tierras catalanas, me permitió pertenecer a un Club Cinematográfico cuasi clandestino, tal es así que las películas que veíamos eran proyectadas en Ceret o Amelie les Bains, en el sur de Francia, cerquita de la frontera.
En ese club conocí a artistas y gente de la cultura de la época que pertenecían al variopinto grupo de cinéfilos que eramos capaces de vernos doce o catorce películas en un fin de semana, todas en versión original y subtituladas en francés. Se da la paradoja de que vi la cinta "Cuba, Si...", que era en español y estaba subtitulada en francés.
El cine ha sido para mí, el espectáculo por excelencia. El fútbol era todos los domingos y de vez en cuando había circo, pero ningunos de los dos me atraía tanto como el cine, el antiguo y el moderno que todos me han fascinado.
Al cine se iba sólo o en compañía, costaba barato, y era casi siempre de sesión doble y continua. Entrabas y con frecuencia, una de las dos película estaba empezada, así es que veías el final, la otra película y al volver a ver la que proyectaba cuando habías entrado, ya conocías el final de la misma. ¡Que coraje daban los intermedios con los anuncios! y los inconvenientes cortes del celuloide que te obligaban a estar con la luz encendida en espera de que desde la cabina de proyección, se empalmara el trozo siguiente a la rotura.
Muchas veces me quedaba en el cine desde las cuatro de la tarde a las diez de la noche y me veía dos veces las dos películas, Películas censuradas y cortadas por meterse con el politiqueo de la época, por un escote más o menos atrevido o unos besos, que por ser lo máximo en sexo que se permitía, me hicieron creer durante una etapa de mi infancia que así se hacían los niños, con un simple beso.
La censura clasificaba las películas de la siguiente manera: Tolerada o sea para todos los públicos. Tolerada con reparos, Mayores, que solo permitía verlas a los que habían cumplido los dieciséis o más, 3R que eran para mayores con reparos, aquí se avisaba para que los católicos cumplidores y los franquistas supieran que había algo nocivo en ellas como por ejemplo un beso de tornillo o una minúscula crítica a los curas o al régimen. Finalmente estaban las películas 4, películas que te llevaban a la condenación eterna si las veías, como por ejemplo Esplendor en la hierba.
Una costumbre habitual de esa época era comer pipas en el cine, siendo casi todos los espectadores causantes del ruidito que produce el crujido y consiguiente escupitajo de las cáscaras. Pero es inolvidable la emoción que se sentía con la llegada del séptimo de caballería, el rescate de la protagonista por el muchachillo de la película o el beso en los morros que se daban a veces y que provocaban pataleos, aplausos, y gritos, llegando a ponerte de pie o en cuclillas en el mismo asiento de puros nervios.

Este nostálgico escrito sobre el cine y los cines no puede acabar sin que haga mención de algunas de las películas, directores y actores que más me han impactado. En la filmografía nacional, por dejar una muestra de lo que se hacía, hay que nombrar a Marcelino pan y vino del año 1955, dirigida por Ladislao Vajda que comenzó la moda de las películas de niños actores, y que continuarían con Joselito, Marisol, Rocío Dúrcal y Pili y Mili.
Juan Antonio Bardem con Muerte de un ciclista del año 1955 y Calle Mayor del año siguiente, Marco Ferreri con El pisito y El cochecito de 1960. Luis García Berlanga con Bienvenido, Mister Marshall, Calabuch, Plácido y El verdugo. Juan de Orduña que puso en pantalla El último cuplé, de Sara Montiel. Las películas de Antonio Molina. Buñuel con Viridiana y Tristana, peliculas que originaron bastante escándalo durante la dictadura. Mario Camus, Miguel Picazo, Manuel Summers, Carlos Saura y Fernando Fernán Gómez son otros directores dignos de mención.
Películas como Casablanca abren la lista de las extranjeras que recuerdo con especial satisfacción. Duelo al Sol’, ‘El Diablo Dijo No’ de Ernest Lubitsch, ¡Qué Verde era mi Valle! de John Ford o Retorno al Pasado con Kirk Douglas y Robert Mitchum.
Esta Tierra es Mía de Jean Renoir, Con la Muerte En los Talones de Hitchcock, La Noche del Cazador con una espléndida interpretación de Robert Mitchum, Senderos de Gloria de Kubrick, Rio Bravo con la mejor interpretación que he visto de Dean Martin, Al Este del Edén con James Dean, El Árbol del Ahorcado, western del inolvidable Gary Cooper y Un hombre Tranquilo con John Wayne y Maureen O´Hara.
Más tarde vendrían La Muerte Tenía un Precio del gran Sergio Leone, 2001, una Odisea del Espacio de Kubrick, El Apartamento de Billy Wilder, Matar a un Ruiseñor con Gregory Peck, El Hombre que Mató a Liberty Valance, western inolvidable y El Guateque con un Peter Sellers inconmensurable haciendo de Inspector Clouseau.
No quiero dejar estas lineas sin rendir homenaje a Lino Ventura, Eddie Constantine, Belmondo, Alain Delón y tantos y tantos actores que circularon por el celuloide de mis años mozos.

Agosto de 2009

08 agosto, 2009

Cementerio







Historias para no dormir en Alcaudete

Dedicado a Paco Mesa Ruiz y a su llavero.

No sabría decir que hora es, ni siquiera sé como he llegado hasta aquí. el caso es que me encuentro ante una inmensa verja de hierro repujado con antiguos adornos. La luz diurna se diluye lentamente entre nubarrones negros y espesos. A mi alrededor una tenue niebla baja, acaricia mis pies sin ocultarlos del todo. He empujado la vieja y oxidada cancela y camino lentamente, entre hojas secas, sobre lajas de piedra en cuyos entresijos crece una hierba mustia y parduzca.
A ambos lados e iluminados por tintineantes llamitas de lámparas de aceite, hay mausoleos y capillas funerarias de formas barrocas y adornos góticos. Rezuman humedad y presentan un lamentable estado de abandono. Sus piedras y estatuas llenas de hollín y líquenes tienen un tono pardo y tenebroso. Entre los jirones de las nubes llegan tímidos resplandores de un ocaso que rápidamente da paso a la noche cerrada. De cuando en cuando escucho algún sollozo o lamento que se ahoga con el ruido de la hojarasca. También percibo el dulzón y penetrante olor de la muerte, que se enmascara con el olor a mustio de las flores marchitas de las coronas y los ramos que se apilan en montones a la entrada de algún mausoleo. Hay a mi alrededor personas enlutadas que deambulan con lentitud, entrando o saliendo de alguna capilla. Entre las sombras se percibe gente que con resignación y en silencio asisten al rito de velar a los difuntos. Sarcófagos abiertos, ataúdes sin tapa que muestran los blancos sudarios y cadáveres resecos, son el centro y la atención de los que velan. Me dirijo lentamente hacia una avenida más amplia que tiene a ambos lados hileras de grandes cipreses.
Tras ellos más capillas funerarias y mausoleos adornados de cruces y estatuas de ángeles hieráticos y de postura severa. Me cruzo con una corta procesión de gente enlutada y que camina lentamente precedida por la luz de una antorcha, que está sujeta a un carro de dos ruedas, empujado por un hombre robusto y encapuchado. En él porta el cuerpo de una mujer joven, pálida como la cera y que ha quedado al descubierto por la tenue brisa que se ha levantado. Alzo mi vista ante el aleteo de unos cuervos que se elevan graznando escandalosamente. Me apoyo en el tronco de un ciprés y me pregunto que es lo que hago en este lugar, pero no llego a concentrarme en la posible respuesta, pues un grupo de personas que musitan lamentándose, me empuja hacia el interior de un recinto de altos muros donde se reflejan fantasmagóricas sombras que se confunden con la hiedra, que ha ocultado casi por completo los altos ventanales góticos de vidrieras rotas y deterioradas. Junto a una de sus paredes y cerca de un altar con dos grandes velones, hay unos cuantos cadáveres con las vestiduras y sudarios desordenados, que poco a poco van siendo depositados en hornacinas, por dos hombre con sayales y capuchas que ocultan sus rostros.
Junto a los demás, me he sentado sobre un poyo de piedra fría y dura. Nadie dice nada y solo percibo algún que otro suspiro y el llanto contenido de alguna mujer. No conozco a nadie pero entre los que tengo enfrente me percato de la mirada de un hombre de edad que me observa sin parpadear. sus rasgos me son familiares y no tardo en darme cuenta de que es mi abuelo. Mi abuelo materno, que murió hace más de veinte años está sentado frente a mi y me mira con una mueca en el rostro que parece una sonrisa. me he quedado tan sorprendido que no atino a hacer nada y solo se me ocurre observarlo detenidamente mientras le intento devolver la sonrisa. Está vestido con un traje ajado y empolvado, la camisa blanca con pequeñas listas azuladas está abrochada hasta el cuello y no tiene corbata. Sus ojos tienen un brillo acuoso amarillento y su rostro es grisáceo con tonalidades azuladas. Se levanta lentamente y se acerca a mí ofreciéndome su mano. Me levanto, pero no le doy la mía. Con un gesto me invita a que le siga y es entonces cuando veo que su chaqueta esta rajada por detrás de arriba abajo. Al salir al exterior es noche cerrada pero esto no es problema para poder ver con detalle a mi alrededor. la gente deambula como sombras entre los mausoleos y las criptas, camina lentamente sin un rumbo cierto, o quizás si. Sigo a mi abuelo que de vez en cuando se gira para indicarme que le siga, mostrándome una sonrisa que ahora deja entrever los huecos de los dientes que le faltan. La niebla baja se ha espesado y por encima de ella flotan a veces las hojas secas que levanto al caminar. Entre catafalcos de mármol hemos llegado a lo que, me parece que es el pabellón funerario de mi familia. La puerta está entornada y mi abuelo la abre por completo. Antes de entrar me paso la mano por el rostro y percibo frío y escozor en la piel. Cuando entro, veo el interior iluminado por los dos candelabros que hay sobre el altar, donde chisporrotean una docena de velas que derraman su cera en gruesos goterones. Todos los nichos están abiertos y personas que no creo conocer están sentados en derredor de la estancia. Me siento al lado de mi abuelo y es entonces cuando creo reconocer a mi padre. Tiene el rostro cerúleo y la barba incipiente que le creció los últimos días que vivió en la UCI. No parece reconocerme y su mirada desvaída se pierde en un punto indefinido de la estancia. Algo me dice que todos los presentes son familiares míos, entre tristes y resignados esperan algo inevitable que les ha despertado de su sopor eterno. Y allí, entre ellos estoy yo sin saber por qué y con un cierto temor a saberlo, aunque me intento concentrar para responderme a las preguntas que se agolpan en mi mente, solo acierto, lentamente, a recoger una flor blanca que húmeda y marchita se encuentra entre mis pies...

Eduardo Azaustre Mesa
Alcaudete, Agosto 2009

Cementerio Monumental de Staglieno
El cementerio de Staglieno se encuentra en Génova [Italia], en el valle del torrente Bisagno. En los primeros años del siglo XIX, por razones de salubridad, los lugares de sepultura fueron desplazados hacia las afueras de las ciudades.
El municipio de Génova encargó al arquitecto Carlos Barabino en el año 1835 que proyectara el cementerio más grande de Europa.
Barabino murió ese mismo año, en la epidemia de cólera que se declaró en Génova.
El proyecto pasó a manos de Giovanni Battista Resasco. Los trabajos comenzaron en 1844 en los terrenos de Villa Vaccarezza di Staglieno. Fue inaugurado en 1851. La superficie actual de esta necrópolis es de 18.000 metros cuadrados.

Fuente imágenes [autor: Carlo Natale] :



Música: Asked For Love_ Lisa Gerrard