El
moño.
… dedicado a mi
sobrina Maria
-
El
cristal de mi ventana estaba frío y al retirar mi frente de él, se
quedó una marca de vapor que desapareció lentamente mientras mi
mirada melancólica se desvanecía.
-
No me puedo quedar aquí, he de salir a tomar el aire y no debo dejar
que tristes recuerdos se apoderen de mi..., me voy a la calle.
Mientras
cierro mi puerta, intento pensar en recuerdos gratos o alegres y
cuando comienzo a caminar, calle arriba, viene a mi mente un lindo
rostro, una cara preciosa que hace muchos años que no veo.
El
rostro es redondito, la boca muy bien dibujada en la que destaca el
color casi carmesí de los labios gordezuelos, las sonrosadas
mejillas poseen esa piel perfecta que solo los bebes poseen..., y los
ojos…, ¡lindos!..., brillantes, grandes y luminosos, en los que se
ha colado toda la luz del Mediterráneo..., ese Mediterráneo que
baña los pies metálicos de los “puentes de hierro” que hay en
Almería, el Mediterráneo de mi adolescencia, el que evoco siempre
que escucho la canción de Serrat y que tiene el poder de hipnotizar
tu mirada cuando la posas en su horizonte.
En
mi mente la veo al completo, bonita y hermosa. Su corto pelo
ensortijado, sus manos juguetonas y curiosas, su cuerpo regordete
cubierto con un vestido de sedosa tela, lleno de florecillas..., sus
pies metidos en unas sandalias blancas acharoladas y..., su bulliero
continuo, su simparar...
Inquieta,
cariñosa y coqueta...
-
He pasado la Plaza y dirijo mis pasos hacia Santa María la Mayor
recreándome en estos recuerdos...
Se
llama María, como la iglesia a la que me dirijo..., ya será toda
una mujer, pero en mi mente, ahora, solo tiene unos tres o cuatro
años y está entre los brazos de su tía Carmen..., mi Carmen.
La
veo jugar con el collar que tiene ante si, concentrada y curiosa,
pasando sus deditos por las perlas grisáceas que rodean el cuello de
su tía, luego fija su atención a las orejas y se ensimisma
recorriendo con la yema de sus dedos todos los recovecos de la
piel..., después el pelo, ese pelo fino y acaramelado, entre rubio y
pelirrojo, ordenado en un sinfín de tenues ondas que muestran toda
su belleza en el perfecto y trenzado moño.
La
pequeña María llega a extasiarse metiendo sus dedos entre el pelo
mientras aplasta su pecho sobre el de su tía, roza una y otra vez su
rostro contra el de Carmen al pasar de un lado a otro de la cara,
siguiendo el movimiento de sus manos..., y Carmen aprovecha para ir
dejando suaves besos en las sienes de la niña María.
-
He llegado a Santa María y lanzo mi vista a lo lejos..., respiro
varias veces con fuerza..., para llenar mi pecho de este aire
primaveral tan limpio.
María
sigue con su faena a dos manos, con su cuerpo y el rostro pegado al
de Carmen y con los dedos que siguen amasando el pelo contra la nuca.
Carmen tiene los ojos entornados y esboza una media sonrisa dejándose
hacer.
-
¡Qué momento más precioso y tierno! Es tan bonito que no pude
dejar de mirarlo para ir a buscar una cámara de fotos..., si lo
hubiese hecho, se habría esfumado de mi vista y no lo habría
disfrutado... Hice bien..., así hoy está entre mis recuerdos... Mis
buenos recuerdos.
María,
se endereza, se recompone, abandona el interminable y laborioso
abrazo y mira con picardía a su tía, que la contempla con arrobo...
Esboza
una amplia sonrisa y dice:
-
Tía Carmen..., tienes el moño
regularcillo.
-
Hoy es domingo, siete de Abril del dos mil trece y hace dos años que
mi Carmen no está conmigo..., después de haberme acompañado
felizmente durante cuarenta y cinco años.
-
Te quiero Carmen..., y a ti también María.
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