07 abril, 2013

2ª Aniversario

El moño.
dedicado a mi sobrina Maria


- El cristal de mi ventana estaba frío y al retirar mi frente de él, se quedó una marca de vapor que desapareció lentamente mientras mi mirada melancólica se desvanecía.
- No me puedo quedar aquí, he de salir a tomar el aire y no debo dejar que tristes recuerdos se apoderen de mi..., me voy a la calle.

Mientras cierro mi puerta, intento pensar en recuerdos gratos o alegres y cuando comienzo a caminar, calle arriba, viene a mi mente un lindo rostro, una cara preciosa que hace muchos años que no veo.
El rostro es redondito, la boca muy bien dibujada en la que destaca el color casi carmesí de los labios gordezuelos, las sonrosadas mejillas poseen esa piel perfecta que solo los bebes poseen..., y los ojos…, ¡lindos!..., brillantes, grandes y luminosos, en los que se ha colado toda la luz del Mediterráneo..., ese Mediterráneo que baña los pies metálicos de los “puentes de hierro” que hay en Almería, el Mediterráneo de mi adolescencia, el que evoco siempre que escucho la canción de Serrat y que tiene el poder de hipnotizar tu mirada cuando la posas en su horizonte.
En mi mente la veo al completo, bonita y hermosa. Su corto pelo ensortijado, sus manos juguetonas y curiosas, su cuerpo regordete cubierto con un vestido de sedosa tela, lleno de florecillas..., sus pies metidos en unas sandalias blancas acharoladas y..., su bulliero continuo, su simparar... Inquieta, cariñosa y coqueta...

- He pasado la Plaza y dirijo mis pasos hacia Santa María la Mayor recreándome en estos recuerdos...

Se llama María, como la iglesia a la que me dirijo..., ya será toda una mujer, pero en mi mente, ahora, solo tiene unos tres o cuatro años y está entre los brazos de su tía Carmen..., mi Carmen.
La veo jugar con el collar que tiene ante si, concentrada y curiosa, pasando sus deditos por las perlas grisáceas que rodean el cuello de su tía, luego fija su atención a las orejas y se ensimisma recorriendo con la yema de sus dedos todos los recovecos de la piel..., después el pelo, ese pelo fino y acaramelado, entre rubio y pelirrojo, ordenado en un sinfín de tenues ondas que muestran toda su belleza en el perfecto y trenzado moño.
La pequeña María llega a extasiarse metiendo sus dedos entre el pelo mientras aplasta su pecho sobre el de su tía, roza una y otra vez su rostro contra el de Carmen al pasar de un lado a otro de la cara, siguiendo el movimiento de sus manos..., y Carmen aprovecha para ir dejando suaves besos en las sienes de la niña María.

- He llegado a Santa María y lanzo mi vista a lo lejos..., respiro varias veces con fuerza..., para llenar mi pecho de este aire primaveral tan limpio.
María sigue con su faena a dos manos, con su cuerpo y el rostro pegado al de Carmen y con los dedos que siguen amasando el pelo contra la nuca. Carmen tiene los ojos entornados y esboza una media sonrisa dejándose hacer.

- ¡Qué momento más precioso y tierno! Es tan bonito que no pude dejar de mirarlo para ir a buscar una cámara de fotos..., si lo hubiese hecho, se habría esfumado de mi vista y no lo habría disfrutado... Hice bien..., así hoy está entre mis recuerdos... Mis buenos recuerdos.

María, se endereza, se recompone, abandona el interminable y laborioso abrazo y mira con picardía a su tía, que la contempla con arrobo...
Esboza una amplia sonrisa y dice:
- Tía Carmen..., tienes el moño regularcillo.

- Hoy es domingo, siete de Abril del dos mil trece y hace dos años que mi Carmen no está conmigo..., después de haberme acompañado felizmente durante cuarenta y cinco años.

- Te quiero Carmen..., y a ti también María.

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