12 marzo, 2010

El abuelito Paco Mesa (óleo sobre lienzo)


Francisco Mesa Serrano, se levanta muy temprano y le voy a tocar un pregón a las siete de la mañana ...
Esta tontería la pregonaba yo, a la edad de siete u ocho años, en los anocheceres del verano y en la esquina del Pilarejo con el Matadero, bajo la mirada del Señor de la Paciencia..., más que nada, para darle la lata a mi tío Fermín y a mi tita Paqui que separados por la reja de una pequeña ventana, que da a la calle Matadero desde el dormitorio, que era de mis abuelos, pelaban la pava como Dios les daba a entender. Ellos con buen humor, me llamaban y conseguían a duras penas que dejase de dar la murga.
De esa época es de cuando tengo los recuerdos más vivos que me han quedado sobre mi abuelo. Ese es el abuelito Paco del cuadro, que pinté en Badalona, hace la tira de años y sacado de una fotografía que aún poseo manchada de óleo.
A duras penas recuerdo la última etapa de su vida, y tengo que esforzarme para recrear su imagen en el Madrid de los sesenta cuando luchaba con la enfermedad, acompañado de mi madre, que siempre iba con él a los médicos y las sesiones de radioterapia. Nos dejó para siempre en Junio del 1968, el día en el que Carmen y yo teníamos planificado casarnos, de hecho tuvimos que aplazar la boda dos o tres días, para dar tiempo a mis padres, que ya se encontraban en Barcelona, a venir a sus exequias.
Mis recuerdos está fijados en aquellos veranos en los que mi abuelo iba y venía a la cooperativa para departir distintos asuntos con Baltanás, igual que hoy en día mi primo Pepe Mendoza departe con mi otro primo Segundo Tejero en la misma cooperativa de la Fuensanta, nueva y remozada en el antiguo camino de los Llanos.
"Si él levantara la cabeza".
El abuelo era un hombre bueno y muy especial, todo el mundo lo llamaba Paquito, hasta los mendigos, aquellos que venían en chorro por las mañanas y que recibían siempre algunas monedas, que él extraía de una cajeta cilíndrica de Bicarbonato Torres Muñoz.
Se levantaba muy temprano, como yo decía en la monserga, para darle el primer pienso a las bestias, Mora, Rojo y Española. Luego le tocaba el turno a los residentes de la corraleta y después atendía a otros trabajos de la casa controlando las labores del campo que encomendaba a mi tito Manolo y a Antonio el mulero, el hijo del Pavilo, otro casi tito mio.
Después desayunaba unas sopas con leche de cabra y cebada tostada en un tazón de los grandes. Mi madre, que reparó en que, varios días seguidos, le habían puesto un tazón desmochado, se lo recriminó a la abuelita Carmen y como él lo oyó, al siguiente día que le puso la abuela el mismo tazón, abrió las manos y lo dejó que se estrellara en el suelo del patio con gran regocijo de los gatos.
Recuerdo su risilla socarrona diciendo "ha sío sin pensar", ante la retahíla de improperios que le dedicó la abuelita.
Paco Mesa, el abuelito, como siempre lo llamé, no era capaz de vestirse solo y todas las tardes subía un tramo de escaleras, que conducían a la sala, para someterse a un ritual como el de los toreros, en el que la abuelita le ponía su traje con su corbata y le ataba los cordones de los zapatos, para salir hacia la plaza, con la chaqueta sobre los hombros y su sombrero de fieltro. Allí lo esperaba Alfonsico, el administrador de los Funes o Bernardo Sánchez que no se hartaban nunca de perder a la ajedrez con mi abuelo, que era imbatible.
No he podido evitar el acordarme de él cada vez que he visto la imagen de Juan XXIII, el papa bueno y es que además de que se parecían físicamente, la expresión de bondad en ambos rostros era la misma. El simple hecho de darte un consejo era bastante para que se le saltasen las lágrimas y eso, le hacía interrumpir sus razones con un ...,¡puñeta!.
Podría escribir de él durante horas, pero no es el caso, de hecho he escrito estas palabras en homenaje suyo para leerlas el día que colocamos su cuadro en el Salón de Actos de la cooperativa. Con ellas quiero reivindicar su memoria y para honrarlo en la cooperativa que dirigió hasta su muerte y que hoy preside Pepe Mendoza Mesa.
A mi abuelo no se le dieron nunca medallas, aunque las mereció, sobre todo a los ojos de la gran cantidad de personas a las que prestó su ayuda mientras vivió. También es verdad que siempre se vio arropado por el cariño y el amor de toda su familia y de todos los que tuvieron la suerte de conocerlo y tener su amistad. De hecho siempre he oído decir a mi madrina la tita Carmen, otra ausente, que le acompañó en su entierro todo el pueblo. Dudo que haya habido otro entierro con más asistencia de gente como el de mi abuelo materno.
Un hombre bueno y cabal que auxilió a mucha gente, que fue perseguido en la guerra, sin haber hecho nada para merecerlo, pero que tuvo casi cien personas refugiadas en el cortijo de la venta Lagarto, entre ellos a mis abuelos paternos, y a los que no les falto de comer ni un solo día.
Un hombre que separaba a las personas en dos clases bien diferenciadas, los que tenían vergüenza y los que no la habían conocido. El más generoso, sensible y trabajador de los mayores que han pasado por mi vida. Un hombre que en vida, ejecutó su propio testamento, realizó lotes equilibrados de sus posesiones, los distribuyó entre sus hijos con el consenso de todos y los escrituró a sus nombres para que nadie tuviese que gastar un duro cuando él faltase.
Nunca he conocido a nadie igual. Era de una casta de la que hay escasez en estos tiempos. Espero que su imagen, que hemos puesto en la Cooperativa de la Fuensanta, sirva de recuerdo a todos los que lo conocieron y como ejemplo para generaciones futuras.
Ese era mi abuelito Paco... , que alguien diga una oración en su memoria.

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