08 agosto, 2009

Cementerio







Historias para no dormir en Alcaudete

Dedicado a Paco Mesa Ruiz y a su llavero.

No sabría decir que hora es, ni siquiera sé como he llegado hasta aquí. el caso es que me encuentro ante una inmensa verja de hierro repujado con antiguos adornos. La luz diurna se diluye lentamente entre nubarrones negros y espesos. A mi alrededor una tenue niebla baja, acaricia mis pies sin ocultarlos del todo. He empujado la vieja y oxidada cancela y camino lentamente, entre hojas secas, sobre lajas de piedra en cuyos entresijos crece una hierba mustia y parduzca.
A ambos lados e iluminados por tintineantes llamitas de lámparas de aceite, hay mausoleos y capillas funerarias de formas barrocas y adornos góticos. Rezuman humedad y presentan un lamentable estado de abandono. Sus piedras y estatuas llenas de hollín y líquenes tienen un tono pardo y tenebroso. Entre los jirones de las nubes llegan tímidos resplandores de un ocaso que rápidamente da paso a la noche cerrada. De cuando en cuando escucho algún sollozo o lamento que se ahoga con el ruido de la hojarasca. También percibo el dulzón y penetrante olor de la muerte, que se enmascara con el olor a mustio de las flores marchitas de las coronas y los ramos que se apilan en montones a la entrada de algún mausoleo. Hay a mi alrededor personas enlutadas que deambulan con lentitud, entrando o saliendo de alguna capilla. Entre las sombras se percibe gente que con resignación y en silencio asisten al rito de velar a los difuntos. Sarcófagos abiertos, ataúdes sin tapa que muestran los blancos sudarios y cadáveres resecos, son el centro y la atención de los que velan. Me dirijo lentamente hacia una avenida más amplia que tiene a ambos lados hileras de grandes cipreses.
Tras ellos más capillas funerarias y mausoleos adornados de cruces y estatuas de ángeles hieráticos y de postura severa. Me cruzo con una corta procesión de gente enlutada y que camina lentamente precedida por la luz de una antorcha, que está sujeta a un carro de dos ruedas, empujado por un hombre robusto y encapuchado. En él porta el cuerpo de una mujer joven, pálida como la cera y que ha quedado al descubierto por la tenue brisa que se ha levantado. Alzo mi vista ante el aleteo de unos cuervos que se elevan graznando escandalosamente. Me apoyo en el tronco de un ciprés y me pregunto que es lo que hago en este lugar, pero no llego a concentrarme en la posible respuesta, pues un grupo de personas que musitan lamentándose, me empuja hacia el interior de un recinto de altos muros donde se reflejan fantasmagóricas sombras que se confunden con la hiedra, que ha ocultado casi por completo los altos ventanales góticos de vidrieras rotas y deterioradas. Junto a una de sus paredes y cerca de un altar con dos grandes velones, hay unos cuantos cadáveres con las vestiduras y sudarios desordenados, que poco a poco van siendo depositados en hornacinas, por dos hombre con sayales y capuchas que ocultan sus rostros.
Junto a los demás, me he sentado sobre un poyo de piedra fría y dura. Nadie dice nada y solo percibo algún que otro suspiro y el llanto contenido de alguna mujer. No conozco a nadie pero entre los que tengo enfrente me percato de la mirada de un hombre de edad que me observa sin parpadear. sus rasgos me son familiares y no tardo en darme cuenta de que es mi abuelo. Mi abuelo materno, que murió hace más de veinte años está sentado frente a mi y me mira con una mueca en el rostro que parece una sonrisa. me he quedado tan sorprendido que no atino a hacer nada y solo se me ocurre observarlo detenidamente mientras le intento devolver la sonrisa. Está vestido con un traje ajado y empolvado, la camisa blanca con pequeñas listas azuladas está abrochada hasta el cuello y no tiene corbata. Sus ojos tienen un brillo acuoso amarillento y su rostro es grisáceo con tonalidades azuladas. Se levanta lentamente y se acerca a mí ofreciéndome su mano. Me levanto, pero no le doy la mía. Con un gesto me invita a que le siga y es entonces cuando veo que su chaqueta esta rajada por detrás de arriba abajo. Al salir al exterior es noche cerrada pero esto no es problema para poder ver con detalle a mi alrededor. la gente deambula como sombras entre los mausoleos y las criptas, camina lentamente sin un rumbo cierto, o quizás si. Sigo a mi abuelo que de vez en cuando se gira para indicarme que le siga, mostrándome una sonrisa que ahora deja entrever los huecos de los dientes que le faltan. La niebla baja se ha espesado y por encima de ella flotan a veces las hojas secas que levanto al caminar. Entre catafalcos de mármol hemos llegado a lo que, me parece que es el pabellón funerario de mi familia. La puerta está entornada y mi abuelo la abre por completo. Antes de entrar me paso la mano por el rostro y percibo frío y escozor en la piel. Cuando entro, veo el interior iluminado por los dos candelabros que hay sobre el altar, donde chisporrotean una docena de velas que derraman su cera en gruesos goterones. Todos los nichos están abiertos y personas que no creo conocer están sentados en derredor de la estancia. Me siento al lado de mi abuelo y es entonces cuando creo reconocer a mi padre. Tiene el rostro cerúleo y la barba incipiente que le creció los últimos días que vivió en la UCI. No parece reconocerme y su mirada desvaída se pierde en un punto indefinido de la estancia. Algo me dice que todos los presentes son familiares míos, entre tristes y resignados esperan algo inevitable que les ha despertado de su sopor eterno. Y allí, entre ellos estoy yo sin saber por qué y con un cierto temor a saberlo, aunque me intento concentrar para responderme a las preguntas que se agolpan en mi mente, solo acierto, lentamente, a recoger una flor blanca que húmeda y marchita se encuentra entre mis pies...

Eduardo Azaustre Mesa
Alcaudete, Agosto 2009

Cementerio Monumental de Staglieno
El cementerio de Staglieno se encuentra en Génova [Italia], en el valle del torrente Bisagno. En los primeros años del siglo XIX, por razones de salubridad, los lugares de sepultura fueron desplazados hacia las afueras de las ciudades.
El municipio de Génova encargó al arquitecto Carlos Barabino en el año 1835 que proyectara el cementerio más grande de Europa.
Barabino murió ese mismo año, en la epidemia de cólera que se declaró en Génova.
El proyecto pasó a manos de Giovanni Battista Resasco. Los trabajos comenzaron en 1844 en los terrenos de Villa Vaccarezza di Staglieno. Fue inaugurado en 1851. La superficie actual de esta necrópolis es de 18.000 metros cuadrados.

Fuente imágenes [autor: Carlo Natale] :



Música: Asked For Love_ Lisa Gerrard

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